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Eneko Sagardoy: “Estrenar en salas ya es un riesgo, pero es lo que da sentido al cine”

El intérprete vasco estrena esta semana “Contando ovejas”, una atrevida ópera primera de José Corral en la que comparte protagonismo con Natalia de Molina y Juan Grandinetti
Victor CasadoEFE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Le conocimos como el Gigante de Alzo, luego se puso el chándal ochentero para hacer del hermano de un radical, y ahora se ha destapado como una bestia interpretativa sobre las tablas. Con la pose del actor serio y el carisma de quien todavía se siente sincero en la distancia corta, Eneko Sagardoy (Durango, 1994) atiende a LA RAZÓN justo antes de estrenar “Contando ovejas”. La ópera prima de José Corral, de génesis animada como su propia carrera, es un atrevido cuento corto sobre los límites: el de lo estoico, el de lo violento y hasta el de lo cómico. Junto a Sagardoy, Natalia de Molina y Juan Grandinetti dan rostro a una extraña comunidad de vecinos donde lo único que tienen en común todos los bloques es la falta, intencional o no, de sueño.
-¿Qué había en el proyecto para sumarse? Da la impresión de ser alguien que mide muy bien sus aventuras laborales.
-Lo más interesante fue el miedo. Sobre todo el miedo que me generó leer el guion y verme en ese personaje. No es de estos guiones facilones en los que visualizas rápido la versión final, o sabes si van a funcionar o no. Me generaba muchas dudas porque es algo a lo que no estamos acostumbrados y algo realmente contracultural ahora mismo. Estamos acostumbrados a la animación hiperrealista, por ejemplo, y esta película se inserta en una lógica mucho más artesana. Y al mismo tiempo se mezclan géneros, claro. Todas esas dudas y ese miedo me llevaban a pensar que había que lanzarse.
-¿Qué le pedía el personaje?
-Es delicioso de interpretar. Es como si estuviera todo el rato construyendo su propia ficción, su propia pesadilla, y siendo consciente de esa contradicción. Poder diseñar cuándo estaba en qué lugar me parecía muy inquietante. Y luego, llegar a esos infiernos que llega y ver si era capaz de habitarlo y hacer algo creíble. A ello hay que sumarle el carácter de ópera prima del proyecto, que me hacía mucha ilusión. A mí me gusta mucho trabajar con directores nuevos, porque hay una ilusión compartida, una humildad y una manera de conversar que se va perdiendo en directores más experimentados.
-En esa conversación, ¿qué papel asumes? El insomnio es parte muy importante de la película...
-Afortunadamente, me duermo en cualquier esquina y muy rápido, por lo que no podía empatizar mucho con el personaje. Eso sí, me encanta diseñar los personajes desde el físico y este daba mucho pie a ello. Adelgacé casi diez kilos para hacerlo porque creía que había material útil en esa vida tan descuidada, tan solitaria. Creo que también había un paralelismo con el edificio, como cayéndose a trozos. Aunque haya momentos en los que se roce la comedia negra, para José (Corral) y para mí era clave el tono general y el poder entender cómo una persona puede, de pronto, sumergirse en una vorágine tan violenta y al mismo tiempo tan inconsciente. Eso era atractivo pero también muy peligroso, porque no queríamos caer en la parodia y la exageración.
-¿Cómo se maneja con la tensión constante? En la película todo el mundo está a punto de estallar.
-Me lo paso muy bien. Ni me llevo el trabajo a casa ni me cuesta salir de los personajes, eso no es para mí. Hago mucho trabajo de inmersión antes de la película, con propuestas y cambios, pero una vez empieza la película eso terminó. Cuando comienza el rodaje, se trata de creer, de hacer explícito el ejercicio de confianza hacia el director y ser consciente de que tus ojos no pueden ver más allá de los suyos. Ser útil, servir. Para sufrir, no me dedicaría a esto.
-¿En qué momento profesional aborda la película?
-Desde el Goya por “Handia” apenas he parado, y por suerte estoy teniendo mucho trabajo. En cine, en teatro, en televisión... Estoy con menos ansiedad que nunca, lo cual es muy difícil, sobre todo en oficios como este. Pero estoy tan contento en el teatro, viendo cada día a Josep María Pou elaborar monólogos en el Matadero que, no sé, es un momento muy feliz. Y claro, todavía tengo dos películas más pendientes de estreno y otra obra de teatro. Sobre todo mirando a “Irati”, en la que vuelvo a trabajar con Paul Urkijo. Estoy tranquilo, orgulloso y con muchas ganas de meter la pata.
-¿Cómo se llega a esa paz?
-Para sentirse equilibrado y en paz, ayuda mucho no estar quieto. Tener trabajo y poder administrarlo de manera decente. ¿Hay algo de suerte? Claro que sí, porque hay muchas cosas que no dependen de mí. Por otro lado, también es importante sentir en cada proyecto, cada vez más, que no es tan importante lo que uno hace. Y eso es perfectamente compatible y puede convivir con la idea de que sea lo más importante que tienes que hacer en ese momento. Vivo feliz en la relativización de ese trabajo, como volviendo a ser el niño que jugaba a hacer teatro en su casa. Ahora con más responsabilidad y con más disciplina, pero quiero ser siempre ese niño.
-Hablábamos antes del riesgo que hay en “Contando ovejas”. ¿Cree que falta riesgo en el cine que llega a las salas? No parece que haya muchas opciones para las películas de clase media.
-No podemos ser tampoco injustos, porque todas las películas que van a cines ya están corriendo un riesgo. Más allá de que haya por medio cadenas o actores conocidos. Ir a salas ya es un riesgo, pero es lo que hace que el cine tenga sentido, sentirlo como experiencia compartida. Por otro lado, creo bueno el análisis, en el sentido de que cada vez hay más distancia entre el “blockbuster” y el cine de autor. Hay un páramo entre ambos polos, y al mismo tiempo creo que películas como “Contando ovejas” apelan a un tipo de espectador que no va a dejar de ir al cine ni por las plataformas, ni por la pandemia. Y ese público es palpable, por ejemplo, frente a la opacidad de las plataformas, que no dan apenas datos y pueden generar efectos fantasma. Las plataformas están diciendo qué es lo que la gente más ve, sin justificarlo con ningún dato. Y eso es muy peligroso. Igual que alabamos que puedan dar voz, dinero y trabajo a creadores que de otra forma difícilmente podrían sacar sus proyectos adelante, habría que pedirles claridad.