Netflix
“Élite”, o lo difícil que es graduarse en Las Encinas
Omar Ayuso, Claudia Salas y Georgina Amorós regresan a la serie en su quinta temporada, más melodramática y entretenida
Los tres pasan por momentos profesionales distintos, pero bien exitosos. Hasta sus estilismos, medidos e «instagrameables» les segmentan, no así los gritos de los jóvenes que se agolpan en el hotel de Málaga que acoge la entrevista con LA RAZÓN. En común, tal y como reza la publicidad con la que juega una de ellos, ya solo tienen su amistad y la quinta temporada de «Élite», que se estrena hoy en Netflix tras el arrollador éxito de audiencia de las anteriores entregas. Omar Ayuso (Madrid, 1998) es el único que «sobrevive» desde la primera temporada, y junto a él se sientan Georgina Amorós (Barcelona, 1998) y Claudia Salas (Madrid, 1995). Encaminado al teatro más contemporáneo, hecha ya en las lindes del cine de taquillazo junto a todo un Luis Tosar y entregada a lo independiente con películas que incluso compiten en el Festival de Sundance, respectivamente, los tres alumnos con más galones de Las Encinas analizan su pelea con el éxito y la fama y las vicisitudes de una nueva temporada, más melodramática y excesiva, hasta “formulaica”, en la que lo único que importa es hasta dónde se puede estirar la suspensión de la incredulidad y, por supuesto, los memes.
Depresión y ansiedad
«No somos Justin Bieber. La presión social va por momentos, así que tenemos que vivirlo con mucha autogestión y terapia, claro», se sincera Ayuso, que ahonda en esos cuatro años largos al frente de uno de los buques insignia de la gran N: «Después de tanto tiempo haciendo un producto que es tan de cara a la galería, a los modelitos y las fotos, me apetece hacer algo para mí. Y no hay nada que me llene más como actor que el teatro», añade. A su izquierda, y con la higiene postural de quien aspira a fraguarse un nombre que ponga personas en butacas, Amorós reflexiona sobre la intensidad: «Recuerdo que, en los primeros rodajes, estábamos todos mucho más tensos. Éramos como más amigos y estábamos todo el tiempo juntos. Eso va cambiando, pero lo sigues viendo en los nuevos chicos». Salas, que tiene pendiente de estrenar «Cerdita», a a las órdenes de Carlota Pereda, se reclina orgánica para su respuesta: «Hay que llevarlo con filosofía. Pensar demasiado en el pasado es depresión y pensar demasiado en el futuro es ansiedad, así que intento quedarme en el centro para poder disfrutar el camino», remata.
Y, después de todo este tiempo, ¿cómo se llevan con las alocadas decisiones, siempre en favor de la explosividad y entretenimiento de la trama, de sus personajes? «Cayetana me cae infinitamente mejor ahora», explica Amorós, antes de continuar: «Ha sido muy bonito cómo ha ido evolucionando el personaje y cómo ha ido ganándose un hueco, me gusta que sea gris», completa. Ayuso, visiblemente ansioso por responder, vuelve a dar a entender que estamos ante el final de una etapa profesional: «Le amé desde el principio, y le sigo amando, pero tengo muchas ganas de alejarme del personaje», concreta.
Después de cuatro temporadas en las que hemos perdido, de media, a alumno y cuarto por curso entre asesinatos, muertes accidentales, tramas sobre la prostitución juvenil y reyertas entre narcotraficantes, rizar el rizo de «Élite» parecía complicado, pero la serie de Darío Madrona y Carlos Montero lo vuelve a hacer. La fórmula, ese café para cafeteros que funciona desde lo irónico y desde lo sincero, se revela en esta temporada ya sin ambages, entregándose por completo al disfrute del espectador más consciente de lo inverosímil pero que, sin embargo, es imposible de detener su ansia de más y más madera. Más sexual, pero menos cruenta que la anterior entrega, «Élite» vuelve a ser excusa válida para cancelar cualquier plan.
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