Paseando por el Madrid noctámbulo, corrompido y jazzístico de Raúl García
El batería de jazz y médico especialista en ortopedia se estrena en el campo de la novela con “El peso y el agua”, una suerte de thriller psicológico enclavado en las calles de la capital
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Empezó a pensar en las soledades habitadas por un hombre y dos mujeres que comparten algo más que la letra inicial de sus nombres y transitan por las calles de un Madrid salvaje preñado de deseo, toxicidad y trompetas desde la obligada limitación de su cama tras sufrir un derrame de cadera que le empujó a una baja de dos meses. “El peso y el agua” (Editorial Onuba), primera incursión de Raúl García en el inabarcable campo de la novela, comienza con la melodía de Paul Desmond sonando en un coche siniestrado envuelto en humo y la contemplación en vertical de las pezuñas de las vacas que observan el accidente con la cadencia parsimoniosa y desafectada de los rumiantes.
“En realidad la escritura de este libro creo que fue una cosa un poco insospechada. Tuve un problema médico que me impedía moverme mucho de casa: algo que me recuerda a las circunstancias de muchos escritores del pasado ¿no? que no salían de su hogar por problemas físicos y su cerebro era la única vía que encontraban para salir de ahí, aunque fuese a través de la imaginación. Entonces a mí me pasó un poco así, no podía moverme y empecé a escribir. Al principio por impulso me puse con un pequeño relato y poco a poco fue creciendo. Se dice mucho eso de que hay escritores de mapas (que son los que lo tienen todo prediseñado en una especie de folio gigante y luego van contándolo) y escritores de brújula (que es donde estaría yo) que escriben impulsivamente y se dejan orientar por donde la historia les vaya llevando. Durante meses me enzarcé en ella y se terminó convirtiendo en una novela más extensa”, contextualiza el autor sobre la génesis de este trabajo durante el encuentro que mantenemos en una soleada terraza de la capital.
Médico especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología de profesión, batería de jazz y ocasional aficionado a la conjunción armónica de las palabras, García reconoce que la inspiración le sobrevino sin pretenderlo, dejándose arrastrar desde el primer momento por la fuerza de lo inesperado: “Creo que uno cuando escribe está siempre intentando sublimar emociones que lleva dentro y que no puede decir o que tenía pensado contar. No son cosas exactamente que a uno le han pasado, pero sí que piensa y calla y que al escribirlas se van sublimando y en este caso creo que tenía dentro como una especie de fuerza oculta, de energía interna que salió cuando estuve malo, cuando tuve un momento para estar tranquilo y poder desarrollarlo. Esta novela no hablo tanto de mí, sino de una generación yo creo, perteneciente al Madrid actual, integrante de la noche madrileña, del jazz, de la música, de las relaciones actuales entre los hombres y las mujeres, sin compromiso, pero con peso”, asegura.
El peso de esa generación liviana en términos emocionales a la que se refiere García aparece representado en la novela por una tríada de protagonistas; Marcos, Cristina y Clara, cuyos enigmáticos comportamientos y ensombrecidos pasados vertebran un vínculo subterráneo de sexo, conflicto y misterio que se detona a raíz de un accidente de coche sufrido por el primero y que encuentra en la nocturnidad de la capital madrileña el lugar más propicio para desarrollarse. “La forma de relacionarse de los jóvenes o de gente de mi quinta a cambiado totalmente. Antes yo creo que se movía en base a unos impulsos más irracionales como puede ser el mero hecho de conocer a alguien en un bar. La atracción en esos casos se genera de otra forma; por gestos, por palabras, por impulsos, por imprecisiones de la propia noche… es algo más aventurero y menos premeditado. Y yo creo que la manera actual de relacionarnos con personas del mismo sexo, de distinto sexo, o de lo que sea, ha cambiado tanto que podría tacharse de artificial. Tampoco quiero decir que es una mala manera porque ninguna lo es si funciona y nos llena, pero lo que está claro es que ha cambiado mucho”, afirma.
Pese a que contaba con el discreto aval literario de la publicación de relatos como “Natalol. Un relato en Turkana”, el madrileño, que nunca antes se había lanzado a una escritura tan ambiciosa, abraza la autoficción como género en el que poder desenvolverse con soltura, pero sin dejar de reivindicar un alejamiento consciente de su personalidad a la hora de construir la complejidad psicológica de sus personajes. “Sí que es cierto que como toda moda, la autoficción puede llegar a cansar porque se ha convertido en algo demasiado común. A mí me ha pasado por ejemplo en este caso que, aunque tengo muchas cosas en común con Marcos, igual que con el resto de personajes en el fondo, nunca llegan a ser demasiadas o todas las que me definen. Cuando escribes sobre alguien que no eres tú, intentas convertirle en una persona completamente distinta a ti. Y eso es lo que yo al menos intenté con Marcos: que fuera totalmente distinto a mí, que fuera introvertido, oscuro, enigmático... cuando yo en cambio soy mucho más llano. Quería alejarme mucho de mí, pero a partir de un anclaje que tuviese que ver con algo que conociera bien como en este caso el mundo del jazz. Salir de ti mismo para generar una historia de ficción, eso es lo interesante”, indica.
Es precisamente en ese traslado real de su experiencia como batería de un grupo de jazz, donde García encuentra el pulso narrativo referencial con el que poderse agarrar al malditismo que rodeó la vida de las grandes figuras del siglo XX como Bud Powell (cuyo virtuosismo con la trompeta quedó ligeramente opacado durante los últimos años de su vida por la tuberculosis y el alcoholismo), Chet Baker y su adicción a la heroína o los excesos y adicciones extra melódicas de Miles Davis por citar algunos ejemplos, y extrapolarlo a la cotidianidad actual de estos protagonistas indescifrables: “Efectivamente hay una relación entre las vidas malditas de los antiguos jazzistas del siglo XX y las peripecias contemporáneas de los protagonistas de la novela. Aquí Marcos vuelve a desarrollarse en un mundo que contiene todos esos elementos relacionados con circunstancias tóxicas, conoce a personas con pasados complejos y eso le lleva a tener una vida desestructurada, noctámbula, perversa y sexual en el Madrid actual”.
Asimismo, la oscilación permanente de los ambientes de Murakami entre lo onírico, lo surreal y lo oscuro y las pequeñas salpicaduras de “realismo sucio” son otras de las alusiones, pero esta vez literarias, que también surgen en la conversación a la hora de delimitar ya no solo las bases inspiracionales de “El peso y el agua”, sino las motivaciones más recientes de próximos libros. “En la época en la que escribí la novela leía mucho a David Trueba, que me encanta y a Murakami también. Pero ahora me estoy dejando influir mucho por algo que sé que no está nada de moda y que incluso puede ser objeto de censura pero que me atrae bastante y es el “realismo sucio” de Raymond Carver o Bukowski. No puedo evitar sentirme fascinado por esa América empobrecida, esos ambientes turbios repletos de alcohol y prostitución que, aunque no se aprecien tanto en “El peso y el agua”, espero que lo hagan en la siguiente novela”. De momento, habrá que esperar a que las últimas notas enmudecidas de “My Funny Valentine” empujen de nuevo sobre el teclado los dedos de Raúl García para comprobarlo.