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Nick Drake, el trágico héroe romántico del folk

El desdichado genio nunca reinó en vida: su último álbum «Pink Moon», publicado hace 50 años sin repercusión alguna, es hoy una de las grandes referencias de las nuevas generaciones de cantautores que lo idolatran
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La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

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«Yo era verde, más verde que la colina / Donde las flores crecen y el sol todavía brilla / Ahora soy más oscuro que el mar más profundo / Solo olvídame, dame un lugar en el que estar». Este era Nick Drake en el prematuro invierno de su vida y uno de los versos de «Place to be», una de las canciones de aquel inolvidable «Pink Moon», del que ahora se cumplen 50 años. Fue su tercer álbum y también sería el último que grabara. El postrero testimonio de una existencia amarga marcada por una personalidad decadente, insatisfecha y profundamente amarga. Casi nadie lo escuchó en vida y hoy son millones quienes lo aclaman mientras reivindican la figura de uno de los cantautores más influyentes de la historia. La vida de Nick Drake es una de las más insólitas y estremecedoras de la música popular, la de un hombre que una vez pudo reinar, pero que nunca tuvo nada de su lado. Solo el talento. Quiso ser estrella, pero nunca supo enfrentarse a los demonios interiores ni convivir con los sacrificios que precisa un negocio tan complejo como el de la música. Lo tuvo todo en contra: desde la fortuna hasta su propia personalidad.
Esta historia arranca en la lejana y húmeda Rangún, en Birmania, donde un 19 de junio de 1948 nació Nick. Su padre, ingeniero, estaba destinado allí por motivos laborales. Dos años después la familia regresaría a Inglaterra, concretamente a Warwickshire, la ciudad natal de William Shakespeare. Y tuvo una infancia en la que pudo disfrutar de los privilegios de una familia acomodada a medida que sus padres alentaban su gusto por la música y comenzaba a dominar instrumentos como la guitarra, el piano o el clarinete. Era un chico modelo: buen estudiante, excelente deportista, sensible para las artes… Sin embargo, pronto enseñó uno de los rasgos más distintivos de su personalidad: su dificultad para encajar. No lograba empatizar y mostraba rasgos de furia cuando se ponía nervioso, generalmente en acontecimientos sociales.
Como tantos muchachos de su generación interesados en la música popular, sintió como un golpe en el pecho la explosión del movimiento renovador del folk surgido en Estados Unidos durante los primeros años 60 de la mano de gente como Bob Dylan, Joan Baez y demás. Pero había una figura que le cautivaría especialmente: Phil Ochs. Éste era un muchacho de enorme talento que incluso en un principio rivalizó con el propio Dylan a la hora de desarrollar un cancionero tan potente como personal. Pero, como Drake, Ochs era un inadaptado lleno de conflictos interiores sin capacidad de resolución. Moriría en 1976 alcoholizado y olvidado.

«Parecía una estrella»

Drake asimilaría pronto las mejores influencias y nuevas bandas británicas como Fairport Convention le ayudarían a definir su propio estilo. Su presencia era imponente y llamaba la atención en los clubes folkies londinenses. «Qué imagen, parecía una estrella», recordaba el bajista Ashley Hutchings. Le hablaron de él al productor Joe Boyd y, cautivado por su sensibilidad, le mostró la puerta de entrada de Island Records. Las sesiones de su álbum de debut, «Five leaves left», comenzarían a finales de 1968 y no tardaría en comprobarse lo difícil que era trabajar con Drake. Mientras Boyd pretendía hacer un álbum de «folk contemporáneo», rico en arreglos instrumentales y capacidad de experimentación, el autor pretendía algo más desnudo y directo. Y su forma de negociar era con el silencio. Al final el disco no satisfizo a ninguna de las partes, los retrasos en el lanzamiento mermaron la capacidad de promoción del álbum y finalmente casi nadie lo escuchó.
Para disgusto de su familia, Drake abandonaría los estudios en Cambridge nueve meses antes de graduarse para trasladarse a Londres con el fin de dedicarse en exclusiva a la música. Mientras tanto, su personalidad se iba haciendo cada vez más elusiva a medida que creaba a su alrededor un aura de malditismo nada estimulante para alguien que comenzaba. Sus conciertos eran erráticos, se pasaba la mitad del tiempo afinando y desconcertaba a quienes acudían a verle en busca de estribillos reconocibles, como era moda en la época. «Bryter Lyter», de 1970, sería su segundo disco y también su segundo fracaso comercial. Con arreglos entre el pop y el jazz, nadie compró aquella original forma de expresión.
Aquello fue el principio del fin. Drake se embarcó en una demoníaca espiral de depresión, cannabis, barbitúricos y soledad. No cogía el teléfono de Island, quien intentaba relanzar su figura sin éxito. Su nueva propuesta sería «Pink Moon», un álbum absolutamente alejado de lo que quería la discográfica. Aquel era un disco grabado en solo dos noches. Apenas 28 minutos de música, 11 canciones y el único sostén de su voz y su guitarra, salvo tenues apuntes de piano. La anticomercialidad. «Puedes decir que el sol está brillando si realmente quieres / Puedo ver la luna y parece tan clara / Puedes tomar el camino que te lleva a las estrellas ahora / Puedo tomar un camino que me ayudará», susurraba en «The Road». Mientras, «Things behind the sun» parecía un grito de socorro dirigido hacia sí mismo: «El movimiento en tu cerebro / Te envía a la lluvia». Drake entregó la cinta en Island y pensaron que eran las maquetas. Pero era el álbum. Lo publicaron sin interés y nadie se enteró.
Drake se embarcó en una demoníaca espiral de depresión, cannabis, barbitúricos y soledad
Envuelto en una neblina de cannabis y entregado a los barbitúricos, Drake regresó a casa, vagamente consciente de que necesitaba amor fraternal. Pero no lograba empatizar. Quería ser ayudado, pero algo en su interior no le permitía hacerlo. No tenía dinero y su dependencia llegaba a todos los niveles. Era la asunción de una derrota, lo último que se podía permitir alguien que había nacido para ser estrella. Todo lo que le había quedado de cuatro años de carrera eran 20 libras a la semana que le enviaba Islands en un sobre que abría no sin enorme vergüenza. De él no quedaba ya ni su belleza angelical. Siguieron más crisis nerviosas, depresiones, lágrimas y largas noches sentado en la esquina de su habitación.
Intentó regresar a la música en 1974 con varias sesiones al término de las cuales solo se escuchaba un lamento: «¿Por qué no soy famoso y rico?». Su aspecto era desaliñado y melancólico. Difícilmente podía cantar y sostener la guitarra. Una abnegada muchacha llamada Sophia Ryde era su único contacto con la realidad, algo parecido a una novia pero sin serlo. Tampoco ella pudo más. Hacer un disco con Françoise Hardy sería su último sueño inconcluso. Nick Drake moriría en la noche del 25 de noviembre de 1974 por una sobredosis de amitriptilina. Permanece la incógnita de si fue una sobredosis accidental o un suicidio. Esa duda fue lo único que se llevó a la tumba porque realmente no tenía nada más. Irónicamente, hoy es uno de los cantautores más aclamados mientras sus discos se codean en cada lista de imprescindibles junto a la realeza de los cantautores. «El rey ha muerto, viva el rey», se escuchó decir en su funeral.

Descatalogado: una influencia tardía

Todo fue mal en el intento de hacer negocio con Nick Drake. Probablemente Island no fuera el sello más adecuado para alguien como él, pues era una discográfica que arrasaba con cosas como el reggae o Led Zeppelin. Nunca pareció demasiado apenada por su muerte. La primera recopilación de Drake, «Fruit tree», no salió hasta 1979. Es cierto que fue un trabajo mimado, pero de nuevo fue descatalogada. Con el tiempo, sería relanzada por el sello Hannibal con material nuevo. No sería hasta finales de los 80 cuando una nueva corriente de cantautores comenzarían a reivindicar su figura, coincidiendo con el desarrollo de la música indie, que tenía el folk (y el malditismo) como uno de sus referentes. Artistas mayoritarios como Robert Smith o Elton John lo han citado como una de sus influencias.

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