Manuel Alejandro: “Siempre me ha gustado herir con la palabra y no con el grito”
El maestro de la música y la composición, virtuoso artesano de los misterios del lenguaje, aterriza el sábado en el Teatro Real para subirse por primera vez al escenario y poner voz y piano a sus célebres temas
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Se refiere a sí mismo como “escribidor de canciones” porque el envés de las palabras nunca ha sido misterio para él. La encriptada maquinaria de los sentimientos tampoco. Manuel Alejandro procede de una tierra en donde soplan vientos jerezanos capaces, como decía Hernández, de esparcirte el corazón y aventarte la garganta, aunque él tuvo la suerte de que también le pulieron los dedos. A sus 90 años, el célebre compositor, autor de la práctica totalidad de himnos esenciales que vertebran el esqueleto musical de la canción española y que han sido interpretados por leyendas como Raphael, Rocío Jurado, Julio Iglesias, Luis Miguel, Nino Bravo o Jeanette, luce un pelo blanco nacarado como de pájaro noble y una mirada rasgada rebosante de una sabiduría andaluza -lo de ser Hijo Predilecto algo tiene que ver- que no tarda en expandirse cuando comenzamos la última entrevista de la mañana en el interior del Salón Vergara del Teatro Real.
El sábado se sube por primera vez al escenario de este templo de la ópera para poner voz y piano a esas canciones que tantas veces cantaron otros y demostrar a través del concierto “Te voy a contar mi vida” que no son solo sus letras las que siguen estando repletas de luz. Reconoce no haberse prodigado demasiado en su vida “precisamente porque soy una persona reservada y me he dedicado más a estar en mi casa, con mi familia, a mis cosas. No he buscado reconocimiento ni fama ni me he cansado de tenerla”, a pesar de tener un inconmensurable talento que lo hubiera justificado.
Ser los últimos en entrevistar al maestro tiene la ventaja inmediata del tiempo: no hay nadie después que pueda exigir que aceleremos la cadencia de las preguntas, y la desventaja del cansancio generado: son 90 años los que ostenta el de Jerez de la Frontera y lleva horas hablando de lo mismo. Pero como para hablar de amor hay que sentarse, ambos nos relajamos en la cumbre en unas banquetas altas y entre los focos de las cámaras y la mirada pictórica de las “Tres Alegorías” de Fioretti y García Mencía o el “Estudio del Natural” de Luis Larmig que recubren las paredes de la estancia, empezamos a enredarnos en la escucha y la palabra.
Tengo entendido que empezó a escribir por despecho.
Así es. Mi vida como autor nació escribiéndole una canción al primer amor que tuve con 14 años. Conchita Navarro se llamaba, “la traidora”. Cuando llegó el verano, se fue con su madre a La Toja y regresó comprometida con un gallego. Entonces había que esperar a que volvieran, no había una conexión tan rápida como ahora, claro, el teléfono estaba en pañales. Me dijo: “Ya no quiero nada” y le hice la canción esa totalmente despechado. Me acuerdo que era tristísima. Eso fue lo primero que compuse, y también un pasodoble. Con 14 años, los pantalones cortos y unas patas de cigüeña tremendas me puse a dirigir en el foso a la banda municipal de Jerez de la Frontera.
¿Hasta qué punto determinó su estilo escuchar la música clásica que su padre ponía en casa y asomarse al balcón y ver a La Paquera cantar por bulerías?
(Ríe). Quizá una de las cosas que más ha acompañado siempre a mis canciones es esa ausencia de estandarización. Ni son boleros, ni son baladas. La letra está entre lo que escribía Amado Nervo, Bécker o incluso Cavafis, por ejemplo. Musicalmente es raro que yo imite a un americano, que por lo general, es algo que han hecho todos los que estaban a mi lado porque piensa que era el momento en el que estábamos descubriendo la segunda América, la sajona. Y todo el mundo cantaba en inglés y hasta los músicos españoles se casaban con mujeres inglesas porque era lo que se llevaba, estaba de moda. Sin embargo, yo nunca me fijé en esa música, la oía y la tocaba porque durante los siete años que estuve tocando el piano tenía esos temas como referencia, pero me tiró más lo nuestro, lo sencillo, lo fácil, lo auténtico. Tampoco me influyeron los grandes de ese momento como Quiroga o los representantes de la canción española.
La calle sí le influyó...
La calle y la vida, y la música clásica, y el flamenco que oí desde pequeño en mi barrio de Santiago, donde salían cantaores tremendos como Moneo (”El Torta”), José Mercé, el Terremoto o La Paquera. Y todo eso lo oía yo por la noche cuando dormía, en la madrugada, con cinco años. Pasando por aquel asfalto de piedras mojadas con la lluvia golpeando, dándole al chupete con una botellita de vino sin etiqueta, cantando a pelo y diciéndose los unos a los otros unas letras que lo rompían todo. Eso era para quedarse toda la vida. El espíritu de Andalucía fue sin duda lo que más me ha influido en mis creaciones.
Su idilio profesional con Raphael y el lanzamiento de “Yo soy aquel” fueron determinantes para su despegue hacia el éxito.
Fíjate que como es natural yo con Raphael comencé mi vida de canciones, pero antes había tenido experiencias sueltas. A Raphael yo le escribo la que era la canción número 11 mía. La primera fue en el año 59 para el catalán José Guardiola, que entonces era un auténtico divo aquí en España y la letra quedó la cuarta entre las 4.000 que se presentaron. Raphael fue el primer cantante con el que yo me senté o me asenté, mejor dicho, con el que dije realmente “vamos a ver por dónde empiezo a escribir yo, vamos a ver qué hago”. Tuve la inmensa suerte de coincidir, más que con un cantante, con un actor enorme, un mimo extraordinario que volvía loca a la gente, que había bebido de los italianos, de los franceses sobre todo y emocionalmente de su madre, gracias a ella salían y salen sus entrañas a escena, y eso me motivó para crear canciones vivas y ofrecérselas. Siempre he sabido que podía escribir sobre muchos temas, del amor, del miedo, de esto y lo otro, pero tenía que hacerlo para gente con carne, para gente con fuego.
¿En qué lugar considera que se encuentra hoy en día la figura del compositor, teniendo en cuenta que gran parte de la música actual (especialmente la urbana) se caracteriza por la autoproducción y el músico ha pasado a hacerlo prácticamente todo él? Compone, arregla, canta, produce...
Hoy me decía mi ahijado Alejandro Sanz que estaba grabando una canción y la dinámica consistía en que entra uno y dice “pon vaya” y otro dice “no, pon ven aquí” y entre todos la componen. Creo que la época de la canción como tal terminó hace ya tiempo. Hoy es difícil que salga canciones de verdad, una detrás de otra… eso ya no existe. ¿Sabes cuando empezó la decadencia de la canción? Cuando empezaron los hilos musicales, te hartabas de escuchar música en todas partes. Hoy la canción no tiene misterio ninguno. Es algo que me entristece. Ahora la cosa va ligera y parece que hay que escribir a tono de esa ligereza que lleva todo y no voy a decir nombres de ejemplos, pero los hay a portones. Encumbramos a figuras por la moda del momento que terminarán cayendo tarde o temprano.
Cuando intérpretes de la talla de la Jurado, Julio Iglesias, Raphael o Nino Bravo cantaban sus letras, ¿sentía que las palabras alcanzaban una dimensión distinta a la que tenían cuando las escribió?
Las hacían más grandes. Eso no quiere decir que yo las haga de otra manera. Por ejemplo, cuando escribo una canción x con un sentido x por lo general no quiero que el cantante me cante fuerte, alto ¿sabes lo que te digo? Quiero que haga las cosas suaves, dichas, habladas. Me acuerdo cuando le grabé todo un álbum a Plácido Domingo que no lo podía callar claro, pero yo sabía que quería hacer algo que no hubiese hecho nunca en la ópera. Y yo le decía “Plácido más bajito” y luchábamos en los estudios diciéndole que no cantara tan fuerte. Y, de hecho, si escuchas “Soñadores de España”, se le oye, por general más contenido, salvo la canción “A Sevilla”. Siempre me ha gustado la suavidad, herir con la palabra y no con el grito.
Ahora que se vuelve a reivindicar desde algunos sectores ese espíritu feminista de Rocío Jurado, ¿piensa que en parte se debe a las letras que usted escribió para ella?
La verdad es que la responsable es ella, sin duda. Su forma de ser, de mirar, de cantar. Si escribí esas letras fue porque me encontré con Rocío Jurado. Si hubiera continuado encontrándome con Jeanette, por ejemplo, yo no habría escrito nada de eso porque, ¿qué hacía Janet diciendo “hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo” o “lo sabemos los tres”? Y eso que a Janet llegué a ponerle cosas muy suaves y románticas como aquel “Corazón de poeta” o “Viva el pasodoble”, que curiosamente lo hizo famoso Rocío. Pero no, ya te digo que hay letras que solamente pueden ser cantadas por artistas concretos y Rocío era la única capaz de hacerlo con esas canciones.
A pesar del duelo que atraviesa desde hace un año por el todavía reciente fallecimiento de su mujer Purificación Casas, ¿sigue pensando que estar enamorado implica recordar los versos de la infancia, descubrir lo bella que es la vida?
Definitivamente, sí. He hecho muchas barbaridades por amor porque nunca ha triunfado en mí la razón. Siempre ha estado el amor muy por encima de todo lo demás. La sensibilidad, el sentimiento, el impulso, el nervio.