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Ricardo Gómez, un intruso entre las espinas: “Todavía cuesta mucho aceptar que alguien de tu familia te cae mal”

Carlota González-Adrio debuta en la dirección de un largo con el drama familiar ambientado en los años 70, “La casa entre los cactus”, inquietante adaptación de la novela homónima de Paul Pen protagonizada por el actor madrileño, Ariadna Gil y Daniel Grao
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En mitad de la bastedad setentera de un paraje desértico y disimulado, escondido en algún inconcreto lugar de las Islas Canarias, se levanta una casona familiar donde todas las hijas del matrimonio excesivamente protector que la habita, tienen nombre de flor, inquietudes hormonales y ensoñaciones escapistas. El escenario aparentemente idílico de este paraíso repleto de tierra trabajada, campo y aire se contrapone a las limitaciones y sombras del alejamiento voluntario de la civilización por parte de unos padres capaces de encontrar más serenidad que perjuicio en su entrega total a este modo de vida alternativo.
La aparición inesperada de un excursionista perdido en las laberínticas grietas del territorio insular provoca que el ambiente comience a tornar en amenaza. Ocurre con las novelas de Paul Pen, que el manejo del suspense oscila siempre entre la llegada disruptiva de un elemento que detona el transcurrir apaciguado de la trama y la apariencia engañosa de las cosas y en “La casa entre los cactus”, novela publicada en 2017 y adaptada ahora por la directora novel Carlota González, esas cosas nunca dicen la verdad de lo que muestran.

Juventud, divino tesoro

“Me hicieron llegar la novela primero y me comentaron que estaban trabajando en la adaptación cinematográfica y que querían contar conmigo para el personaje del intruso. Me interesó enseguida la trama argumental y especialmente ese momento en el que quiebra la película: sentí que habían jugado conmigo como lector y pensé que sería divertido poder hacer lo mismo con el público. Este tipo de personajes que no te cuentan todo son, además, los que más me gustan. Aquellos que no te lo dan todo servido ni te cuentan de dónde vienen ni a dónde van, sino que son personas corrientes, pero con capas. Yo soy muy extrovertido, por ejemplo, pero hay gente que prefiere mirar antes que hablar. La idea de representar a alguien que se manifiesta más por lo que esconde que por lo que muestra, es un regalo”, explica Ricardo Gómez en entrevista con LA RAZÓN sobre la complejidad psicológica de su personaje.
Pese al reconocimiento que obtuvo hace un par de ediciones con su corto “Solsticio de verano” en el marco del Festival de Valladolid, la joven cineasta de veinticinco años se enfrenta con esta adaptación a su primer contacto con el largo y, aunque reconoce que “adaptarte a un set de rodaje en el que notas que hay gente que desconfía de tu edad y de las decisiones que puedes llegar a tomar porque asocian los años a la profesionalidad es complicado, la verdad”, se muestra agradecida con el proceso: “pero he tenido muchísima suerte con el equipo y especialmente con la actitud generosa de los actores, la veteranía de Ariadna Gil, Daniel Grao y Ricardo Gómez y el dire de fotografía también, Kiko de la Rica, que supo entender perfectamente el camino visual de lo que queríamos”.
Gómez, que presenta un nuevo y llamativo corte de pelo de estética “mullet” tan característico del clubbing nocturno valenciano como consecuencia de su participación en la serie “La ruta”, ladea una sonrisa antes de apostillar al respecto: “Muchas veces parece que la palabra encargo está como mal vista, la gente se piensa que te lo han dado y solo lo haces por dinero, que no te implicas tanto en el proyecto como si se tratase de algo propio, pero en este caso creo que Carlota, que tiene 25 años, algo que me parece importante remarcar porque nunca me había dirigido alguien más joven que yo y es muy importante apoyar el hecho de que gente por debajo de los treinta años debute en largometrajes, fue muy inteligente aceptando este encargo con guion de Paul Pen, pero sin renunciar a su filtro y a su autoría. La peli es tan rica precisamente por eso: porque tiene la parte más thrilleresca de Paul, pero también la autoría más contemplativa de Carlota”, asegura.
Sobre esa autoría más contemplativa, perceptible en el movimiento de las sábanas cuando las niñas bailan en la cama -que arrastra la memoria al contoneo de Ana Torrent en “Cría cuervos”-, en el plano naturalista de las más pequeñas simulando que conducen el coche de su padre o en el acercamiento a la mueca apesadumbrada de desconfianza de Ariadna Gil cuando el excursionista se acerca a sus hijas, también reflexiona el actor: “Este tipo de películas pequeñas surgen porque empieza a ser muy complicado hacer películas medias en España. Se hacen películas de muchos millones, que generalmente suelen ser comedias o grandes películas de acción que aspiran a recaudar mucho en taquilla o películas con un presupuesto más reducido que se sirven de lo costumbrista y es verdad que, en los últimos años, en la cinematografía española, ha habido muchas películas que nacen desde esta forma de contar, no sé si porque está de moda o por una cuestión de pura supervivencia. En cualquier caso, bienvenidas sean las buenas historias”. Esta parece que lo es. Aunque entierre argumentalmente la costumbre histórica de atribuirle al concepto de familia virtudes que nunca tuvo.
En “La casa de los cactus”, la familia es un vertedero inacabable de secretos. “Creo que, con el tema de la familia, ocurre con muchas tradiciones históricas, partimos de esa base idealizada. Nos han enseñado siempre que la familia es lo sagrado, hasta hace no sé cuántos años el matrimonio tenía que ser para toda la vida, es decir, existía esa idea extendida de que el núcleo familiar estaba por encima de todo. Y eso pienso que es un poco peligroso. Al fin y al cabo, la familia no tiene ningún mérito. Yo estoy rodeado de mi familia porque nací en ella, pero podría haber nacido en la tuya o en cualquier otra. Al final lo que nos define como personas, lo que delimita quiénes somos es la gente de la que nos rodeamos en vida y creo que cuesta mucho aceptar a veces e incluso decir sin avergonzarte que alguien de tu familia te cae mal porque se supone que tu madre, tu padre o tu hermano te tienen que caer muy bien, porque joder, son tu familia ¿no? Todo lo que no se dice se enquista y por eso vemos luego historias truculentas de familias que llegan a situaciones impensables”. En la trama, por suerte, hay unas cuantas.

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