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Delphine de Vigan: «La celebridad hoy es ficticia, no se basa en ningún talento o competencia»

La escritora denuncia la explotación de los niños pequeños en las redes sociales en «Los reyes de la casa», una novela que pone sobre la mesa la responsabilidad de los padres y las marcas en este fenómeno
Alberto R. RoldánLa Razón

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Delphine de Vigan. Una escritora con tendencia a elegir los salientes más abruptos de la sociedad. Lo hizo en «Días de hambre», en «Nada se opone a la noche», en «Basada en hechos reales». Una escritora con la intuición de un detector de minas: siempre sabe dónde descansa una bomba. En «Los reyes de la casa» (Anagrama) entra en un tema con más espinas que un rosal: el abuso de los hijos en las redes sociales. Un asunto fomentado por marcas publicitarias, la codicia de los padres y una sociedad con tendencia a mercantilizar cada uno de sus eslabones. «La mayoría de estos padres dicen que actúan por el bien de los hijos, pero nos podemos preguntar si en realidad es así. En Francia se ha aprobado ahora una ley sobre este asunto».
Pero es problemático. Sobre todo, por la tecnología actual.
Ahora mismo una persona puede fabricar su telerrealidad doméstica. Es suficiente un móvil para exponerte en las redes. Antes existía una necesidad material, conocer técnicos... Hoy puedes enseñar tu vida a través de un vídeo en Instagram. La mediación ha desaparecido. Cualquier persona puede promoverse a sí mismo, igual que hace una marca. Los hijos aquí pueden ser usados por los padres sin ser conscientes de las consecuencias.
La madre de su libro quería ser famosa.
Arrastra ese trauma. Ella quería formar parte de ese mundo de la fama y ese mundo la rechazó. La telerrealidad surgió en Europa en 2000 y cambió las fronteras de la intimidad. En este momento, nos parece normal mostrar la vida cotidiana. Nos parece lógico mostrarnos en un restaurante, en las vacaciones, en la vida privada. Creo que hay un antes y un después de la telerrealidad. Fue lo que nos hizo darnos cuenta de que esto es lo que interesa a la gente. Con «Gran hermano» descubrimos que no sabíamos nada de esas personas. No eran cantantes, ni músicos, solo gente corriente. Desde entonces tenemos la falsa creencia de que la vida banal interesa.
Nos cambió.
Nos transformó de una forma profunda, insidiosa, en nuestro deseo de exposición y también en nuestro voyerismo. Lo que me fascina es esta forma en la que gestionamos nuestra realidad inmediata. Pero, con esa actitud, contribuimos a una economía que nos supera totalmente. No medimos el impacto que eso tiene. No somos conscientes, pero todos trabajamos para las tecnológicas, bien porque generamos contenido o bien facilitándolo. Esto nos convierte en trabajadores y empleados dóciles. Y se consiente.
El precio de la fama.
La gente solo quiere la celebridad, pero no ser músico o escritor. Las personas solo desean ser famosas. Es algo vertiginoso. Hay individuos que por una frase o una acción se convierten en celebridades en 24 horas. En Francia tenemos una «influencer» que se dio a conocer por una frase estúpida. Trato de tranquilizarme, ver que, en las redes, la televisión, también surgen otras cosas, pero lo más visible hoy es la parte más individualista, más narcisista, porque sabemos que toda esta economía se basa en el «click».
¿Y por qué se quiere tanta fama?
Es una idea inútil que no lleva a nada. La gente la consigue y es como experimentar una montaña rusa de emociones. Después sienten una caída anímica al volver al anonimato. La celebridad es algo ficticio, porque, precisamente en este momento, no se basa en ningún talento o competencia. Es algo inquietante para mí, porque no sé cómo vamos a salir de este periodo. Soy optimista y creo que después llegará otra cosa. Quizá volvamos a un ideal de discreción, de protección, pero antes habrá que pasar este periodo de sobreexplotación, donde todo es trivial, para poder volver.
¿Preocupada?
Sí, porque seguramente es la parte más visible de este mundo y se da un enorme protagonismo a lo emocional sin ninguna clase de reflexión.
Y no le gusta.
Se promueve lo emocional incluso en cosas que son tremendamente importantes, como las mujeres que están luchando en Irán o la guerra de Ucrania. Solo nos dan contenidos de estos temas que generan emociones, pero todo es bastante superficial, porque te quedas en eso, en lo emocional. Hay que buscar la información, la reflexión, profundizar. Este es el motivo por el que son necesarios los medios de comunicación tradicionales, para completar a las redes sociales. No podemos ir contra la tecnología, pero sí mantenernos alerta y usar los medios para tener información seria, no solo emocional, y poder pensar.
Lo emocional favorece a los nacionalismos y otros grupos.
Justo. Para mí, las redes sociales amenazan de esa forma nuestras democracias, pero también se trata de la manera en las que las usamos. Las redes no son malas o buenas por sí, pero si las empleamos para promover lo emocional en detrimento de la reflexión, eso, sin duda, favorece a los extremos. Quiero creer que hay otro uso y que no solo reafirman nuestras opiniones. Por eso defiendo los medios, porque tienen el mérito de darnos opiniones que no son las nuestras. Lo grave es que la gente joven solo se informa a través de las redes, por eso viven en un universo cerrado: el que forma sus opiniones.
Y tiene a estos pequeños en las redes.
Una parte de mi investigación ha sido verlos durante horas, observar sus contenidos. Percibes su cansancio, que no les apetece estar ahí... estuve dudando si hablar con las familias, entrevistarlos... en otras novelas hice eso, pero en este caso, no. Me conformé con lo que mostraban estos vídeos y reportajes de la televisión francesa. Hay artículos que se publicaron en Prensa mientras escribía el libro. Francia quería legislar esta actividad. De momento es el único país que ha intentado regularizarla.
Esto no existiría sin las marcas.
Su complicidad es total. La piedra angular del asunto son las marcas. Es publicidad que apenas se oculta. Es puro «marketing». Ahora mismo firmar un acuerdo de colaboración con una de estas familias es más poderoso que todos los anuncios que puedas difundir en la televisión. Las marcas lo saben. En Francia hay una toma de conciencia y algunas de estas marcas se han fijado unas reglas más o menos éticas. Algunas evitan asociarse a niños demasiado pequeños, pero el poder lo tienen ellas.
¿Peligros?
En YouTube, en vídeos de niños, había comentarios pedófilos o pornográficos, aunque las imágenes no lo eran. Algunos han cerrado los comentarios y las marcas se cuestionaron asociarse a estos vídeos. No querían estar asociadas a ellos y algunas dijeron que, si no se cerraban, dejaban de trabajar con la familia. Ahora se alerta a los padres para que tengan cuidado. Ellos ponen a su bebé en la bañera y no se les ocurre que se pueda usar esa imagen para otros fines. Ahora existen campañas de prevención.
Estos chicos, al crecer...
La notoriedad y la fama en altas dosis pueden ser muy destructivas. Lo hemos visto con actores. Una vez fabricas esto, multiplicas los riesgos, porque todos querrán ser conocidos. Esta fama extrema desde la infancia tendrá consecuencias para los niños cuando sean adultos. No creo que nadie con dos o cinco años elija ser una estrella. No se quejan porque no conocen otra cosa. Además, todo el futuro económico de su familia depende de él. ¿Cómo podemos pensar que un niño de diez años va a decir que no? Esto tendrá secuelas en la vida adulta, en su psicología.
¿Qué le impresionó de estos niños?
Lo que más me impactó es este elogio sin complejos del ultraliberalismo y del consumismo, porque al fin y al cabo estos vídeos nos cuentan que hay que comprar muchas cosas. Lo que nos dicen es que para ser líder hay que consumir y cuanto más feliz eres, más consumes. Los valores que transmiten a los demás niños es que necesitas muchos juguetes y cuantos más tengas, más feliz serás. Es grave. En cuanto al impacto de los «influencers» lo que me impresiona es cómo los políticos los usan. Me parece preocupante, porque han simplificado el mensaje, lo que quieren transmitir. En «Le Monde» publiqué una historia, una distopía, en que las elecciones acaban dirimiéndose entre Marine Le Pen y un youtuber. Desgraciadamente no puedo asegurar que no suceda.
No es un buen horizonte.
Desde siempre los políticos han usado las herramientas de su época. El papel de los escritores, los intelectuales y los humoristas es preguntarse por la sociedad y sus derechos.