La Semana de Pasión de Pío Cabanillas
El Espacio Mados expone las fotografías que hizo en Guatemala, en 2019, durante los días de más devoción en Antigua
Creada:
Última actualización:
Son constantes las pinceladas de realidad que nos demuestran que a un lado y a otro del Atlántico habitan las mismas personas. Como poco, parientes no tan lejanos. Nos gusta mirarnos al ombligo cuando llega la Semana Santa, ya tan próxima en fechas, y nos llevamos las manos a la cabeza cuando Tom Cruise se pasea por un mix de las procesiones con las Fallas y los Sanfermines en busca de su «Misión imposible». Y gritamos: «¡No han entendido nada estos “yankees”!». Pero no caigamos en el error de pensar que somos únicos; no tenemos la patria potestad en esto de llevar santos y vírgenes a hombros.
Respecto al bueno de Tom, solo es cine, déjenlo desvirtuar la realidad en busca del «chow». De hecho, pensar en un «totum revolutum» como aquel haría llorar de felicidad hasta a los nostálgicos de la Movida, de la Ruta del Bakalao y al más asiduo a las charangas y a las fiestas de los pueblos. ¿Se imaginan el tamaño del evento ahora que las concentraciones ya vuelven a estar toleradas? Pero el otro punto es el de «nuestra Semana Santa», que no es tan nuestra, o, al menos, en exclusiva.
Eso es lo que nos viene a decir Pío Cabanillas con la exposición que acaba de inaugurar en Espacio Mados, Conde de Xiquena, 12 (Madrid), Antigua, donde recoge la sorpresa que se llevó, en 2019, al pisar Guatemala. Cuenta que fue hasta allá para fotografiar la jungla y que el guía le tiró por tierra todos sus planes: «¿No se va a acercar a ver la Semana de Pasión?». Y así que hizo. De quince días planificados, casi hizo pleno en la que fuera fundada en 1541 como Santiago de los Caballeros; luego, destruida por los terremotos y abandonada dos siglos más tarde (y rebautizada como Arruinada y/o Antigua).
«Aquí, en España, la Semana Santa la vivimos por barrios; allí, es toda la ciudad», asegura el fotógrafo delante de unas imágenes en blanco y negro en las que mandan los claroscuros. Las sensaciones, a primera vista, son las mismas que podríamos ver en Sevilla con el Gran Poder, aunque Cabanillas advierte: «Lo vi abrumador. El primer recuerdo es a nuestro país y luego ya van viniendo las caras de devoción, absolutamente transformadas; el silencio, no hay música más allá del ritmo para los pasos, no se cantan saetas; las alfombras de serrín coloreado...», explica «lleno de orgullo por los lazos y con una envidia sana por la intensidad que viví».
El incienso, que lo ocupa todo, también se puede ver en las instantáneas «como una nube fantasmagórica», define. «No se ve el cielo». Sobresalen los pasos de caoba macizo, inmensos, y los costaleros, los justos, al borde del colapso: «No se meten debajo, solo van a los lados. Son decenas y van pegados a su número, tallado y que, según me contaron, pertenece a una única familia desde tiempos inmemoriales». En definitiva, tradiciones de aquí y de allí.