Jota Linares, director de cine.

Jota Linares: “La muerte sigue estando tan asociada al tabú, que cualquier forma de enfrentarte a ella te crea culpa”

El director de “Animales sin collar” o “¿A quién te llevarías a una isla desierta?” se bautiza literariamente con su primera novela, “El último verano antes de todo” construyendo las bases narrativas de un regalo a la memoria de su madre

Los ojos de mar despierto de Jota Linares, dichosamente bendecidos con un verde vidrio que cristaliza en azul si la dirección de la luz incide embaucadora sobre su rostro, son los mismos, pese a las paradojas de lo heredado, que los de un padre al que nunca quiso conocer. “El novio de mi madre la abandonó cuando ella tenía 17 años, en el momento en el que se quedó embarazada. Esa persona vive en el pueblo a día de hoy y cada vez que voy y le veo corroboro que tenemos los mismos ojos, la misma cara. Dicen que es la maldición de los hijos de madres solteras: que acaban pareciéndose al padre para que no puedan decir que no son hijos suyos. No siento absolutamente ningún tipo de vínculo con él a pesar de que lleva mi sangre, por eso cada día tengo más claro que la familia se hace. Tan importante es la propia como la que uno elige y las familias elegidas de una manera u otra siempre están presentes en mis trabajos. Mi hermano y yo pertenecemos por ejemplo a galaxias diferentes, pero sin embargo tenemos un vínculo irrompible. ¿Qué es la sangre en realidad? Nada, un líquido”, comenta con serenidad el director de cine sobre uno de los elementos determinantes que atraviesa narrativamente su bautismo literario, “El último verano antes de todo” (Planeta), mientras sorbe un poco de café y el sol irrumpe por la cristalera de la cafetería de la Nave 73 de Delicias dibujando el destello de una línea celeste en su brazo derecho que se quedará posada hasta el final de la entrevista, como si alguien quisiera acompañarnos durante la conversación.

En 2018 Jota Linares debutó en el largometraje con "Animales sin collar", una adaptación libre del clásico de Ibsen, "Casa de muñecas"
En 2018 Jota Linares debutó en el largometraje con "Animales sin collar", una adaptación libre del clásico de Ibsen, "Casa de muñecas"Gonzalo PérezGonzalo Pérez

Acostumbrado a la naturaleza intuitiva de las imágenes, Linares (”Animales sin collar”, “¿A quién te llevarías a una isla desierta?” o “Las niñas de cristal”) se ha lanzado a la precisión descriptiva de la palabra para vertebrar una novela que orbita alrededor de un misterioso crimen ocurrido en un pueblo inventado de la Sierra de Cádiz durante un verano de cambios, reencuentros, nostalgias, vergüenzas y culpa generacionalmente determinante para su protagonista Ismael, un cineasta a la deriva que actúa como trasunto del propio Linares y vuelve a casa después de varios años sin pisarla para acompañar a su madre enferma. A pesar de incluir bastantes episodios ficcionados, existen muchas referencias directamente autobiográficas capaces de construir un sensible homenaje a la memoria de su madre, fallecida por un agresivo cáncer en el mismo momento en el que el realizador preparaba su primera película.

“Decidí usar elementos de ficción hasta un punto donde a mí mismo me costara acordarme de qué era ficción y qué era verdad porque efectivamente como dices me daba miedo apostarlo todo al “yo”. Tal vez por una cosa básica y es que, lo que a nosotros nos parece absolutamente interesantísimo relacionado con nuestra vida puedo no serlo en absoluto para el lector. Tendemos a idealizarnos mucho y a veces somos más aburridos de lo que nos creemos. También soy relativamente joven, tengo 40 años y evidentemente no es el mismo bagaje que puede tener Almodóvar mirando a todo lo que ha sido su vida en “Dolor y gloria”por ejemplo. Yo siento que estoy empezando ahora en muchas cosas, así que me parecía muy importante tirar de ficción para que la realidad fuera más interesante. Por eso hilo las tramas del pasado y el presente a través de un crimen ficticio pero inspirado en algunos de los que sucedieron de verdad en mi pueblo”, señala.

Pueblos vivos

El pueblo referido no es otro que Algodonales (aunque en la novela adopte el nombre de Laguna), que aquí trasciende su condición de espacio habitado y habitable que vive del cultivo y el parapente para articularse como un personaje más del relato y que, para este enamorado de las películas y los libros, condicionó su incipiente relación con la cultura (sufrió una suerte de revelación almodovariana con respecto a ese cine de la infancia que “siempre huele a pis, a jazmín, y a brisa de verano”, como apuntaba el manchego), pero especialmente su forma de estar en el mundo.

“Quería ser muy honesto conmigo mismo y eso implicaba reconocer a través del personaje de Isma que yo durante un tiempo odié mi pueblo. Lo pasé muy mal. Cuando eres alguien un poco extraño, hijo de madre soltera, al que le gusta el cine, leer tanto y encima es homosexual, digamos que todo se complica. Sufres mucho rechazo, miradas, bullying, te sientes muy solo. Cuando me fui a estudiar a la universidad desmantelé mi cuarto. No cogí varias cosas y dejé ese lugar preparado por si volvía, me lo llevé todo pensando que no regresaría nunca. Solo con el tiempo supe echarlo de menos y empecé a perdonar y a ser consciente de que gracias a mi hogar soy quien soy a día de hoy. Te das cuenta de todo lo bueno que ese lugar te aporta, que allí las personas importan, que cuando alguien muere no se olvida porque su recuerdo pasa de casa en casa. Ahora mismo Algodonales es un lugar al que tengo muchísimo cariño, pero con el que me ha costado reconciliarme. Por eso quería que el pueblo ficticio de esta novela tuviera mucha entidad, que ocurriera como en las novelas de Gabriel García Márquez o Stephen King, en donde los pueblos tienen personalidades propias y casi parece que están vivos”, reconoce.

Existe en los capítulos más expositivos del libro concernientes a la atmósfera asfixiante del territorio gaditano, cuyo nivel de detalle lo convierte en mimbre potencial de producto televisivo en forma de serie (algo que el propio autor asegura estar barajando), una voluntad de regresar a la costumbre rural de las leyendas orales, a las investigaciones de ventana y las sospechas de las puertas, a la liturgia costumbrista y visceral de los miedos contagiados. “De pequeño estaba muy obsesionado con un crimen que decían que había ocurrido en mi pueblo: un vecino había matado a otro con un hacha por una discusión derivada de temas de herencias y tierras. Siempre pasaba por la casa que permanecía cerrada desde hacía muchos años y me quedaba horas mirando la puerta y pensando qué ocurrió allí. Al ser un pueblo pequeño en donde las leyendas siempre han ido corriendo de casa en casa y en ese sentido a mi me fascinaba cómo de la casa de mi vecina a la mía, la historia cambiaba. Por eso era interesante para mí también hablar de ese tipo de historias orales de pueblos y hacer una especie de regalo tanto a mí como a mi grupo de amigos con una historia en donde aparece un verano en el que pasan cosas. Porque muchas veces los veranos del pueblo eran eternos, nos pasábamos días fantaseando con que nos ocurriera algo de película”.

En "¿A quién te llevarías a una isla desierta?", Linares configuraba un amargo retrato de su generación perdida
En "¿A quién te llevarías a una isla desierta?", Linares configuraba un amargo retrato de su generación perdidaGonzalo Pérez MataLa Razón

Uno de los sentimientos que el autor maneja con la suficiente maestría como para no incurrir en la fórmula fácil del drama, es el alejamiento consciente del reclamo lastimero del duelo amparándose en la muerte de su madre, pese a que este injusto desenlace vital constituya el motivo germinal de “El verano antes de todo”. “En el libro a Isma el miedo le paraliza, intenta tapar lo que siente ante la pérdida de una manera equivocada. Yo reaccioné de forma un poco distinta. Recuerdo perfectamente todo lo que hice el día que me llamaron para decir que a mi madre le habían detectado una mancha. Tengo todos mis movimientos grabados a fuego en la cabeza: fui al cine a ver la película de “Múltiple”, ese día salía el live action de “La bella y la bestia” que yo tenía muchas ganas de ver, cené ensalada con tomate. Todos los detalles. A partir de ese momento yo empecé a viajar mucho para ver a mi madre, pero no estuve todo lo que debería haber estado a su lado y eso es algo que me ha comido mucho la cabeza durante bastante tiempo. También porque ella no quiso. En ese momento estaba preparando mi primera película y mi madre me empujó mucho a que yo estuviera bien, a que me sintiera realizado, me obligaba a pelear por ello porque era lo que llevaba queriendo hacer toda mi vida. Confiaba en que iba a ponerse bien, a pesar de que nosotros sabíamos que no se iba a curar. Esto te crea mucha culpa en cierto modo. Las emociones del ser humano son muy complejas. La muerte sigue estando tan asociada al tabú, que cualquier forma de enfrentarte a ella te crea culpa”, se sincera.

Resulta particularmente interesante el diálogo que se genera entorno a la disociación de la mujer y la madre. La idea mal digerida de esas mujeres cuyas particularidades individuales existían antes de convertirse en nuestras madres y que siguen existiendo después de haberse consagrado como tales es algo que ha perseguido a Linares. La complejidad, en definitiva, a la hora de asumir que la autonomía de sus propias vidas también persiste al márgen de nuestra existencia; que experimentan deseo, que se cuestionan, que tienen sueños, frustraciones y ambiciones que se desarrollan y trepan fuera de la placenta conceptual de los hijos: “Empecé a darme cuenta de esto cuando mi madre se casó. Yo tenía como unos quince años y pensé “joder mi madre, primero, es una mujer y segundo, tiene deseo sexual”. Ahora lo miro con perspectiva y me siento hasta ridículo, perotristemente cuando me di cuenta de forma definitiva de que mi madre era algo más que mi madre fue cuando mis tíos me regalaron sus diarios de adolescente en el velatorio. Me sorprendió mucho que escribiera tan bien, cuando mi madre siempre había sido limpiadora y nunca había mostrado el más mínimo interés por la escritura ni por los libros. Sin embargo descubrí a una persona con un gran talento para ello. Encontré a una chiquita que tenía sueños, ambición, que quería irse del pueblo… Qué idiotas somos los hijos a veces pensando que el sueño de nuestros padres era tenernos y ahí se acababa su vida. Del noqueo de ese descubrimiento surgió la necesidad de escribir también esta historia. A mis amigos les insisto mucho con este tema: sentaos a hablar con vuestras madres, hermanas, tías y preguntadles qué quieren en la vida, cuáles son sus sueños”, se despide esperanzado. Al levantarnos de las sillas constato el presentimiento: definitivamente esa línea celeste que sigue sin irse de su brazo, tiene nombre de mujer.

Generación truncada

A sus 40 años, Jota Linares mantiene intacto su grupo de amigos de la universidad y asegura pertenecer a una generación que se levanta las veces que haga falta, pero que también tiene derecho a estar cansada de intentarlo. “La frustración frente a lo conseguido creo que es una cosa particularmente propia de mi generación y algo que representan muy bien muchos personajes de la novela. Salí de la universidad en 2008 y toda mi cuadrilla se encontró de frente con la crisis. Nadie nos preparó para contemplar ni siquiera la posibilidad de que algo tan bestia nos afectaría tanto al descubrir que probablemente no nos íbamos a dedicar a aquello para lo que habíamos estudiado. Éramos reyes, los que se iban a comer el mundo”, comparte.
“Recuerdo ese verano de 2008 como algo muy complicado: ¿qué está pasando? ¿por qué ahora mismo no encuentro trabajo? Compañeros que se iban a otro país a intentarlo... Tengo la sensación de que la crisis nos pasó por encima. Fuimos una generación que pasó del verano del 2000 en el que teníamos 17 años, al de 2001 en el que de repente llega el atentado contra las Torres Gemelas y parece que el mundo deja de ser un lugar seguro. Esa mirada hacia el pasado y la cantidad de sueños rotos sin duda es algo muy generacional, pero sobre todo indisociable como te decía de la mía. Nos hemos tenido que reinventar mucho. Muchísimo”.
Hasta el punto, de que en su caso, “me siento un privilegiado por haber debutado en el cine con mi primer largometraje a los 35 años (todo el mundo me decía que qué guay, qué joven), cuando antes lo normal era que con 35 años tuvieras ya una carrera consolidada. He visto a gente de mi edad establecerse, cambiar sus prioridades, salirse del camino, formar una familia, organizar la vida que siempre tuvieron pensada para ellos, pero también a mucha otra rendirse, cansarse de luchar. El caso es que nos enfadamos mucho, nos frustramos, nos peleamos, pero también nos levantamos las veces que haga falta”, remata.