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“1976″: las mujeres invisibles de la dictadura chilena

Aline Küppenheim protagoniza la poética y reivindicativa ópera prima de Manuela Martelli
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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La ópera prima de Manuela Martelli, “1976″, empieza con la delicadeza semántica y visual de un poema de Gabriela Mistral: con argucias sutiles, elecciones cromáticas pausadas, imperativos de sospecha, argumentos de sabio y voz de mujer. Concretamente la de Carmen, una elegantísima privilegiada, ex trabajadora de la Cruz Roja con templanza de piedra, que pertenece en contra de lo que sus instintos más primarios le dictan a una clase social alta articulada por una familia pudiente del Chile de finales de los setenta que se dirige a la casa de la playa, al otro lado de la Bahía de los Pájaros, para terminar de rematar algunas reformas y pasar juntos las vacaciones de invierno.
Inspirada libremente en la historia personal de la abuela de Martelli –una inquieta ama de casa amante de la pintura y los libros que terminó suicidándose por, en teoría, una depresión–, el pulso narrativo de esta historia que además de participar de manera reciente en la sección horizontes latinos del Festival de San Sebastián y pasar por Cannes, está seleccionada para representar a Chile en los Premios Goya de este año, oscila entre el subrayado explícito de las consecuencias emocionales de la dictadura de Pinochet en la cotidianidad de la gente anónima y las cadenas patriarcales que limitaron los movimientos de tantas mujeres de la época a una gestión ordenada y silenciosa de los hogares y todo lo que había dentro de ellos.
Durante la charla que mantenemos con la realizadora y la actriz protagonista, la extraordinaria Aline Küppenheim, en la Casa de América, ambas coinciden en esa visión pretendidamente generosa de la cinta como homenaje a la memoria de tantas mujeres invisibles: “Desde el minuto yo entendí que lo que yo estaba buscando al revisar la historia de mi abuela no era contar su historia, sino entender hasta qué punto yo era heredera de su capacidad de romper esquemas al venir de una familia muy conservadora, católica, de su valentía, de su fuerza y habiendo tenido una curiosidad particular por algo que es como medio misterioso. Cuando yo lo entendí sentí que el componente más importante de todo esto era la libertad y ahí me desapegué de lo autobiográfico: ahí apareció la película. En realidad, esto es una recopilación de historias de distintas mujeres invisibles, unidas por el anonimato, que no fueron sujetos dignos de la Historia”, señala la directora antes de que Küppenheim puntualice sobre la resonancia del personaje de Carmen: “Nosotras leemos a Judith Butler, a Susan Sontag, pero estas mujeres no. Tenían una intuición de que algo no estaba bien ahí, una incomodidad, un malestar, pero no necesariamente articulado en un discurso feminista o progresista. Eso es lo que tiene Carmen, ella no va con discurso previo formado, simplemente acciona, toma decisiones, actúa. Recibí a Carmen desde esa familiaridad que me otorgaba la raíz de la historia de la abuela de Manuela, pero también de la de mi propia abuela, cuya deriva se parecía bastante. También tomé prestado el espíritu de otras mujeres de la época, recuerdo mucho a este tipo de señoras cuando era niña y por eso fui sacando algo de cada una de ellas. Sentía que conocía a Carmen, aunque no existiese”, comenta la intérprete cuyo físico, de herencia afrancesada, encaja a la perfección con lo buscado por Martelli para encarnar el papel protagónico de esa mujer a la que no puede dejar de mirar la cámara. “En Chile no cualquier físico puede responder al prototipo de burguesa, es algo muy marcado. Pero además de eso necesitaba a una actriz capaz de llevar todo el peso de la película y ahí pensé inmediatamente en la Aline”, señala.
Para este binomio femenino cuya relación personal y profesional comenzó con el rodaje de la potente “Machuca” de Andrés Wood allá por 2004 y ha ido de forma progresiva consolidándose (”ten en cuenta que el cine chileno es un medio muy chico y nosotras nos hemos ido topando en distintos proyectos, en la misma vida, de forma muy natural. Hay una identificación mutua también, de una cierta mirada, de una cierta sensibilidad, cierta forma de hacer y elegir proyectos”, reconoce la actriz), el mar, tan presente en la construcción identitaria de la trama, constituye uno de los elementos simbólicos fundacionales de la memoria colectiva de Chile: “Creo que hay cosas que tienen tanta carga como elementos, que tienen tanto recorrido, que simplemente con el hecho de encuadrarlos a través de la cámara ya significan mucho. El mar es uno de esos elementos en Chile. Imagínate lo presente que está allá: recorre el país entero, está en nuestra canción nacional y al mismo tiempo, cuando uno se mete de lleno en el tratamiento del tema de la dictadura, el mar es un lugar que te recuerda los cuerpos que se tiraron ahí de la gente que desapareció, de la gente a la que asesinaron. Además tiene ese ruido constante, como que parece que te está hablando siempre, es un elemento que a través de su belleza nos hace recordar las heridas de nuestra historia”, indica Martelli.
En mitad de la estancia en la casa de la playa, Carmen tiene un encuentro inesperado por mediación del párroco de la familia con un joven refugiado político herido del que comienza a hacerse cargo al tiempo que gesta en su interior una incomodidad ideológica con relación a lo que está pasando en la sociedad chilena que no es capaz de verbalizar, pero sí de manifestar en forma de acciones. Küppenheim incide en la idea de que “la historia está llena de burgueses rebeldes que finalmente acaban empujando los movimientos sociales ¿no? o habilitándolos al menos. Porque al fin y al cabo es la clase que tiene en su haber la intelectualidad, la educación suficiente como para articular en marcos teóricos estos discursos sociales. Se genera ahí una especie de asociatividad que se ha ido dando en periodos muy diferentes de la Historia, desde la Revolución Francesa mismamente. Cuando la burguesía no está conforme finalmente se habilitan los movimientos sociales y en esta película, al contexto político se suma también la cuestión de género”. Una cuestión, que repercute en la asimilación del personaje: “Carmen es una mujer a la que nadie observa y yo siento que en Chile al menos la sociedad la mueven las mujeres. Desde las casas por supuesto, desde el hogar, la crianza de los niños. Pero como nadie se fijaba mucho en nosotras fuimos avanzando. Nunca fuimos las responsables de hacer la revolución, ni de ejercer el poder ni de nada, pero fuimos gestando una ideología desde los hogares que terminó explotando con el movimiento feminista que ahora mismo está tan vigente en Chile y en muchas otras partes”.
Pese a que la película no está condicionada por unos códigos narrativos explícitamente políticos, ya que Martelli impregna determinadas secuencias de una mirada muy estética y alegórica, el latido soterrado desde el que se critican los tentáculos de la dictadura no deja de estar presente en ningún momento: “Mira origen de todas las injusticias que suceden en Chile para mí, es la impunidad. El discurso más conservador se agarra precisamente a esto de “demos vuelta a la página”, ¿hasta cuando vamos a estar hablando de esto? y por el otro lado, hay una constante de “ni perdón ni olvido”. En los muros de Santiago, “ni perdón ni olvido” se lee constantemente y es un sentimiento muy fuerte. Hay una división clara entre estas dos ideas. Mientras haya impunidad, es muy difícil que exista sanación. Ahora por ejemplo con el fenómeno de “Argentina. 1985″ se puede ver esta concepción de reparación de manera muy clara ¿no? Lo que nosotros no hicimos y permitiría precisamente dar vuelta a la página, pero de verdad. Hay mucha gente que como Carmen, no está dispuesta a soportar que el mundo sea así”, asegura la actriz. Por su parte, la directora añade: “Uno puede reparar, pero esa reparación tiene que ver con recordar constantemente. Nosotros no juzgamos nunca a los responsables de la dictadura, nunca. Y están muertos. No pasó. Y eso es una herida que va a estar siempre ahí”.
Resulta particularmente curioso escuchar en boca de ambas, cómo actualmente, ese señalamiento absurdo que ha sobrevolado la mitología del cine español durante tanto tiempo por parte de aquellos que defienden la peregrina y errónea tesis de que solo sabemos hablar sobre la Guerra Civil se ha extrapolado también a Chile y concretamente ha opacado parcialmente el estreno de “1976″. “Con esta película está pasando precisamente esto que comentas justo allá. “El cine chileno vive gracias a Pinochet”; eso ha sido trending topic. Existe ese cliché completamente vacío de contenido cuando estadísticamente el cine chileno habla poco de esa memoria, de ese trauma. Así como el chileno en general habla poco de sus traumas en lo público. Muchas víctimas de violaciones de derechos humanos supervivientes no le han contado ni a su familia lo que vivieron. Hay un tabú ciertamente”, advierten. La ópera prima de Manuela Martelli, “1976″, acaba con la rotundidad selvática de los versos de Bolaño: con las manos abiertas, el destino manchado con la propia sangre, con lágrimas encima de la tarta de cumpleaños derramadas por la mujer que te salvó la vida.