Estreno

El rock de Tequila vuelve a la plaza del pueblo

Álvaro Longoria dirige “Tequila. Sexo, drogas y rock and roll”, un documental que se estrena este viernes sobre la intrahistoria de la mítica banda

En 1978, Tequila saca su álbum debut bajo el título de "Matrícula de Honor"
En 1978, Tequila saca su álbum debut bajo el título de "Matrícula de Honor"La RazónLa Razón

Llegaron a España a finales de la década de los setenta, cuando el espíritu transicional de la juventud izquierdista de la contracultura andaba ya delimitando las lúdicas orillas discursivas de La Movida. Eran demasiado jóvenes como para parecerse a alguien, ingenuamente idealistas como para sentir que lo necesitaban, habían dejado los estudios por falta de motivación o exceso de creatividad, estaban a punto de protagonizar una insólita metamorfosis cromática y musical y venían huyendo de la represión dictatorial de Argentina: “Una noche lo detuvieron a él y a Alejo (Stivel) la policía. Fueron a un concierto y volvían en un taxi cuando los detuvieron, los tuvieron ahí muchas horas y llegaron a la madrugada, lo vi como medio perturbado y me contó que al pasar, el policía, después de interrogarlo le dijo “bueno salgan corriendo de acá y si se quedan un minuto más se acabó””, relata con dignidad el padre de Ariel Rot en un momento del documental dirigido por Álvaro Longoria que se estrena este viernes en salas, «Tequila. Sexo, drogas y rock and roll» en el que su hijo le mira sensiblemente emocionado con movimientos de ascensor en la garganta y un velo de vidrio en los ojos.

Imagen utilizada en el documental "Tequila. Sexo, drogas y rock and roll"
Imagen utilizada en el documental "Tequila. Sexo, drogas y rock and roll"Archivo

“Les dijeron que corrieran, cuando lo habitual en esa circunstancia era que dabas vueltas corriendo hasta que te pegaban un tiro por la espalda”, apuntala su hermana Cecilia Roth, musa por derecho de Almodóvar y actriz comprometida que, en esta ocasión, forma parte de una de las voces narrativas que vertebran el relato de la intrahistoria de la mítica banda de rock. Alejo y Ariel llevaban juntos desde los diez años. Compartiendo deseos, época y sueños que se balanceaban en un solo destino: el de la música. Al poco de aterrizar en un país tan agitado como era la España de entonces, previo a las vanidades democráticas posteriores, víctima de un contexto sociopolítico complejo y un panorama musical ávido de riesgo y propuestas frescas que disolvieran el polvo de las guitarras, con sus facciones marcadas, sus cuerpos delgados y eléctricos y una estética pretendidamente stoniana, coinciden dentro de un local, en una de esas predestinaciones que ya parecían escritas por alguien con olfato, con el resto de integrantes del grupo; Julián Infante, Felipe Lipe y el batería José Antonio Alonso, apodado “El Oso”, que más tarde sería sustituido por Manolo Iglesias.

“Un día veo la película de los Stones, “Gimme Shelter” y de repente, al salir del cine, me había transformado. El rollo de Mick Jagger o Keith Richards era otra cosa, lo más... Y cambié todo mi vestuario, empecé a ponerme todo lo que había en el armario de mi hermana; fulares, gafas oscuras...etc. Y se ve que funcionó, porque de repente alguna chica que nunca me había hecho caso se empezó como a acercar”, comenta Ariel entre risas sobre el proceso de autodescubrimiento estético que más tarde acabaría contagiándose al resto de la banda.

Eslogan del 68

Barnizados por la capa inexorable del tiempo, pero conservando inconscientemente el mismo nervio de sus comienzos, tanto Rot como Stivel, confiesan en entrevista con LA RAZÓN sus diferencias a la hora de analizar la mitificación de los grupos de música y la posible existencia actual de figuras que, como ellos, hayan conseguido convertirse en la banda sonora de toda una generación. “Lamentablemente para nosotros, la banda sonora de gran parte de la juventud actual pasa por una figura como Maluma. La banda sonora de este momento es el reguetón o el trap. Podríamos nombrar varios como Bad Bunny o Nathy Peluso. Si ves las cifras de reproducciones en plataformas, los que realmente alcanzan o superan los veinticinco millones de no sé qué son diez o quince como mucho en todo el mundo que son los que parece que van marcando esta época. Tequila en su momento trascendió alguna que otra barrera musical para calar con sus letras en la sociedad –continúa el argentino–, en los comportamientos, en una liberación, en una actitud determinada ante la vida, pero si hablamos musicalmente, no hay que olvidar que los Beatles se dejaban el pelo largo y todo el mundo se dejaba el pelo largo y hoy en día Rosalía se deja las uñas largas por ejemplo y todas las niñas van con las uñas largas. No son cambios sociales lo que logran ahora determinados cantantes, pero sí son referentes para quienes los escuchan. Por suerte hay algunos chavales a los que todavía les gusta el rock”, señala ligeramente esperanzado Alejo mientras Ariel tuerce amable el gesto.

“Mmm no sé yo. De todas formas, ya no sé si existe como tal un cantante o un grupo lo suficientemente icónico como para ser banda sonora de la vida de alguien. Me refiero, esa figura creo que ya directamente ha desaparecido. En primer lugar, porque se ha recontramultiplicado la información y los medios de donde obtenerla. En nuestra época todo estaba más limitado, incluso los canales de difusión, era más fácil que hubiera uno o dos estilos. Si nos convertimos en banda sonora fue también porque en ese momento hubo un cambio de paradigma en España y Tequila ocupó por un instante, el trono musical de ese cambio. Pero por otro lado, me da la sensación, y tengo hijos, de que los jóvenes ahora no tienen una banda sonora: están mucho más abiertos, mezclan todo, escuchan cosas generalistas, por supuesto, pero también investigan porque tienen muchas herramientas para poder escuchar otras cosas”, afirma.

Ariel Rot, Alejo Stivel y Cecilia Roth llegaron a España huyendo de la dictadura argentina
Ariel Rot, Alejo Stivel y Cecilia Roth llegaron a España huyendo de la dictadura argentinaLa RazónLa Razón

A pesar de estas dos visiones distintas pero perfectamente complementarias acerca de la función de la música contemporánea, una de las cuestiones en las que coincide la dupla argentina es en la crítica al carácter sobrevalorado del malditismo que envuelve el título del documental. Ese que recoge el clásico eslogan sesentayochista que históricamente ha confeccionado la mitología literaria de las estrellas musicales asentado en los tres pilares fundacionales de la libertad: el sexo, las drogas y el rock and roll: “Pregúntale a Frank Zappa, que siempre le decían que estaba completamente vinculado al consumo de ácido lisérgico y nunca jamás tomó drogas. De hecho, le parecía un cliché y no le gustaba nada cuando la gente a su alrededor lo hacía. ¡Y mirá la música que hizo! Cualquiera diría que se había tomado infinidad de ellas, expandió su mente de manera poderosa sin necesidad de consumir sustancias. En el mundo de la creación la droga siempre estuvo muy ligada, es cierto, pero es un cliché muy heredero del siglo pasado, de la revolución del sesenta, de la liberación del rock and roll y del sexo. Eso ya está pasado de moda”, comparte Ariel.

Grabaron y publicaron cuatro discos, se bebieron y esnifaron la noche madrileña y sus esquinas con voluntad transformadora, escribieron letras adultas y salpicaron de color una superficie que hasta ese momento había permanecido cómoda en el blanco y negro hasta diluirse de manera silenciosa. Exceso de egos, inconsciencia propia de la juventud, necesidades creativas distintas, pero también el juego excitante y peligroso de todos los miembros de la banda con sustancias como la heroína, fueron algunas de las causas principales que precipitaron la desintegración del grupo en el 82, tal y como ellos mismos subrayan. “Lo más importante, primero que nada, es que estamos vivos, por supuesto. Si había que vivirlo, había que vivirlo. Es algo que nos llegó, que estaba ahí, que era habitual en nuestros entornos y nosotros nos sumamos y lo vivimos a full, como nos gustaba hacer las cosas, hasta el fondo, y así como a Sabina le da nostalgia irónicamente la cocaína a mí me genera mucha alegría haberlo superado y estar aquí ahora mismo hablando contigo”, añade Stivel antes de matizar: “La separación de Tequila no se originó por un solo factor, sino que fue una mezcla de cosas. Es difícil mantener una pareja para siempre, mantener una amistad desde la adolescencia con todos los cambios que se producen luego en la juventud y en la madurez, así que imagínate con un grupo. Cada uno de nosotros fue cambiando, cuando eres adolescente y tienes un grupo de rock caminas de forma monolítica hacia el mismo sitio que tus compañeros sin plantearte muy bien qué te gusta, qué quieres o qué va a pasar. De forma natural, si no hubiera habido drogas, si no hubiera habido excesos, cambios o dispersiones, quizás también habría sido muy difícil de aguantar”, añade el cantante. “El problema fue cuando empezamos a cambiar de dealers. Cada uno tenía el suyo y ahí la cosa empezó a ir hacia abajo. Cuando teníamos un solo camello la cosa iba de puta madre”, apostilla sardónico Ariel. “También otra cosa importante en todo esto fue la búsqueda de cosas nuevas. Llevábamos desde los quince años haciendo lo mismo y solo teníamos 22 cuando acabó. Hastío, ganas de cambiar, la excitación de algo nuevo”. Supieron, en definitiva, que se estaban haciendo grandes, pero, como entonan en “Que el tiempo no te cambie”, eso está bien. Claro que lo está.

Jugando en el Averno

Por Javier Menéndez Flores
Hubo un momento, un segundo, un instante en el que el hilo que separaba la inocencia de la desilusión se quebró y ya no fue posible repararlo. No había marcha atrás. Ni redención. Y por delante se alzaban las llamas, altas como torres del reino del mal. “Al infierno se va por atajos, / jeringas, recetas”. Estos versos de “Barbi Superestar”, de Sabina, parecen escritos en honor a Tequila, banda de rock que eclosionó en la médula de la Transición y viajó del cénit al nadir en lo que dura un parpadeo.
La juventud, la belleza y el beso de una muchedumbre en vías de crecimiento conformaron un cóctel demasiado peligroso como para no intoxicar a quienes lo bebieron avaramente. Aquellos príncipes de cartón piedra, entronizados por una industria discográfica desalmada y un público ávido de carne hermosa y caña, cayeron sin paracaídas de la nube del halago al lodo de la realidad, y la hostia aún resuena en los oídos de los tres supervivientes del quinteto original. Pero es que, visto ahora, en las imágenes y en las palabras del documental “Tequila. Sexo, drogas y rock & roll”, esos muchachos lo tenían todo para pifiarla. Y lo hicieron absolutamente.
Alejo Stivel y Ariel Rot, cantante y guitarra solista, amigos íntimos desde la infancia, salieron por patas de su Argentina natal con lo puesto, porque el aliento de los militares asesinos ya les agitaba las puntas de las melenas. Y llegaron a una ciudad, Madrid, que, tras la muerte del dictador, celebraba la libertad y la vida sin red ni flotadores, y que se había propuesto ser el lugar más divertido del mundo. Para esos dos pibes que acababan de desprenderse del acné, aquella casa recién pintada en la que todo olía a nuevo fue su paraíso terrenal. Y qué poco tardaron en morder la manzana. Se juntaron con tres nativos con idéntica sed de mambo, Julián Infante (guitarra rítmica), Felipe Lipe (bajo) y Manolo Iglesias (batería), y así fue como empezó el juego de caminar a través de una alfombra roja suspendida en el aire, bajo la cual aguardaban, pacientes, los caimanes.
Con su estampa stoniana y sus canciones como lluvia de confeti, directas y festivas, inyecciones de vida –suyo fue el don de crear hits–, inauguraron el rock en España junto a Moris, Ramoncín, Burning, Leño. Pero Tequila lo hizo –a su pesar, por exigencias de la tiránica discográfica– por el costado del fenómeno fans, donde brillaban Pecos, Miguel Bosé, Pedro Marín, Iván, que tenían tanto que ver con ellos como la Conferencia Episcopal. Eso provocó que los roqueros “puros” los miraran con displicencia, aunque tuvo su lado positivo: Tequila vendió lo que no vendía nadie. Pero el dinero, igual que entraba, salía. Porque no hay embalse que aguante un billón de grifos abiertos.
En un arco de seis años, con cuatro robustos discos de estudio, Tequila reventó. Y la imagen postrera fue muy gore. Los otrora amigos ya no lo eran tanto, sino todo lo contrario, porque el caballo y el parné son bestias despiadadas que no atienden a razones. Cayó primero Manolo (1994) y seis años después lo siguió Julián, y cuando Ariel lo cuenta el espectador es capaz de ver a través de sus gafas oscuras las lágrimas represadas. Pero lo inverosímil habría sido un final distinto, y si Ariel, Alejo y Felipe todavía respiran es porque el viento de la suerte les ha sido favorable, ya que no les faltaron méritos ni empeño para reunirse con sus compañeros. En algún lugar entre la nostalgia y la melancolía flota el fantasma de cinco muchachos que durante un segundo fueron puros, justo antes de creerse por encima del bien y del mal.