Un certamen en pie de guerra: vidas y calvarios de las mujeres iranís en la Berlinale
Los directores de «My Favourite Cake» no pudieron viajar para defender su película en un festival fuertemente politizado: incluso en «La cocina» abundó la crítica
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Irán se la tiene jurada a los festivales de cine. Sin ir más lejos, fue la Berlinale quien puso remedio a la ausencia de Jafar Panahi durante su arresto domiciliario decorando su calvario con el Oso de Plata a la mejor dirección por «Pardeh» en 2013 y el Oso de Oro a «Taxi Teherán» en 2015. Ayer, Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha, los directores de la iraní «My Favourite Cake», no pudieron defender su película, porque, tal y como el certamen comunicó hace unos días, se les había prohibido viajar, confiscado el pasaporte y puesto a disposición judicial por su trabajo como artistas y cineastas que cuestionan el régimen de su país. Una vez más, ayer la política emergía de un festival fuertemente politizado: incluso en «La cocina», adaptación contemporánea de la mítica obra de teatro de Arnold Wesker en la que aparece una Rooney Mara desglamurizada, la crítica a la alienación del trabajo insiste en convertirse en fresco sobre una sociedad que explota a los inmigrantes sin papeles.
No es la primera vez que Moghaddam y Sanaeeha son perseguidos por la justicia: su anterior filme, «The Ballad of a White Cow», presente a competición en la Berlinale pandémica de 2021, aún sigue prohibido, arrastrándose por los tribunales de Teherán. «Hemos decidido cruzar todas las líneas rojas y aceptar las consecuencias de nuestra elección para pintar un cuadro de la situación real que viven las mujeres iranís», decían en un comunicado que leyó, en rueda de Prensa, la actriz protagonista del filme, Lily Farhadpour. El gran pecado que comete «My Favourite Cake» es permitir que su heroína, una viuda de setenta años condenada a vivir una existencia solitaria, se entregue en cuerpo y alma a resucitar su vida amorosa. El gobierno iraní encuentra intolerable que esa mujer no lleve yihad mientras está en casa, o cante, baile y beba vino durante su tierno encuentro con un taxista en una noche inolvidable. Es importante tener en cuenta el contexto, porque se entiende mejor la importancia política de la idealización de ese encuentro, de lo subversivo que resulta poner en valor el deseo en la tercera edad en una sociedad como la iraní. Por eso es más discutible el tercer acto, donde no sabemos si la película adopta la posición de la policía moral que critica o asume un pesimista «no hay escapatoria».
Ahí se encuentran, en el colon del capitalismo, los cocineros y las camareras de «La cocina», la primera experiencia anglosajona del mexicano Alonso Ruizpalacios. La puesta en escena de una larga jornada en las entrañas de The Grill, un restaurante en la zona del Times Square neoyorquino, se parece a un sistema digestivo que lo engulle todo. Aunque la película se apoya en la tensa relación amorosa entre un cocinero mexicano de verbo tóxico y ánimo provocador (Raúl Briones) y una camarera gringa (Mara) que duda en si abortar o no, es la coralidad de la propuesta la que otorga una dimensión épica, representativa, al escenario de esta cocina de restaurante de franquicia. Si, en 1957, Wesker concibió la obra de teatro en que se inspira el filme en una metáfora del capitalismo, Ruizpalacios entiende la cocina del título como una representación simbólica de América: en la secuencia más espectacular de la película, un solo plano de catorce minutos que amplifica hasta lo ensordecedor la cadena de producción de «Tiempos modernos», el espacio se hunde como una torre de Babel flotante golpeada por un iceberg, y la mezcla caótica de acentos y nacionalidades al ritmo del sonido mecánico de una máquina de pedidos se despliega como un intestino enfermo, un país a punto de reventar, sometido a las falsas promesas del capitalismo corporativo. Es una pena que, quizá con el fantasma de su compatriota González Iñárritu rondándole en la cabeza, Ruizpalacios esté más pendiente de los arrebatos de virtuosismo formal de la cámara y de los monólogos que paran el implacable discurrir del relato para enviar mensajes subrayados en fosforito al espectador, que de la sustancia dramática de la película.
«La cocina», que funciona prácticamente a base de bloques narrativos autónomos, necesitaría un cineasta menos ampuloso para canalizar la innegable energía que desprende lo que, al final, es la historia del mundo del trabajo entendido como el mito de Sísifo.
TU CARA (DEFORME) ME SUENA
Suerte de mezcla de «Beau tiene miedo» y una metapesadilla de Charlie Kaufman, la estupenda «A Different Man», de Aaron Schimberg, quiere demostrar que lo que entendemos por «normal» no reside tanto en nuestra mirada como en lo que proyectamos en los demás. No se trata de que la belleza esté en el interior sino de asumir un papel que representamos con convicción desde que nacemos hasta que morimos. Poniendo en el abismo (literalmente) a un hombre con neurofibromatosis, la película, una sátira sobre la identidad en un mundo que es en sí mismo una enorme, hipócrita anomalía, se reveló como la sorpresa de la jornada de ayer.