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José María Forqué: el cine en las venas

Cuando se cumple el centenario de su nacimiento y los homenajes se multiplican, es de rigor quitarse el sombrero ante el recuerdo de uno de los cineastas más versátiles e inteligentes de la historia del cine español
Escena de «Atraco a las tres», cinta icónica de José María Forqué, con la que el cineasta demostró el divorcio entre crítica y público
Escena de «Atraco a las tres», cinta icónica de José María Forqué, con la que el cineasta demostró el divorcio entre crítica y públicoArchivo
La Razón

Madrid Creada:

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Con ocasión de una entrevista que le hiciera el periodista Antón Castro, allá por 1989, recogida en su libro «Vidas de cine» (Biblioteca Aragonesa de Cultura), declaraba José María Forqué, con toda sencillez y contundencia: «Mi sangre verdadera está en el cine, que es mi vida y mi sueño. En realidad, creo que no sabría hacer otra cosa». Si era la única cosa que sabía hacer Forqué, quizá fuera porque la hacía muy, pero que muy bien. Tan bien que, al contrario que en el caso de otros grandes directores españoles como Berlanga, Borau, Armiñán o Bardem, a él «no se le notaba». Me explico: el cine de Forqué es, en sus mejores ejemplos y a veces también en algunos de los peores, tan perfecto en su factura, equilibrado y de tan impecable acabado, que rara vez llamó la atención de la crítica tanto como hubiera debido.
Así es como el director que ahora, al cumplirse cien años de su nacimiento, ve su obra protagonizar sendos ciclos y homenajes en Filmoteca Española, la Academia del Cine Español, la cadena televisiva FlixOlé o la 2 de TVE; cuyo nombre lleva uno de los más prestigiosos premios que se concede al cine español, acabaría recibiendo merecido reconocimiento con un Goya a toda su carrera en 1995. El mismo año de su fallecimiento a causa de un cáncer hépatico. La muerte le alcanzaba poco después de terminar con ayuda de su hijo, el también director Álvaro Forqué, la simpática cinta de ciencia ficción «Nexus 2431» (1993), y trabajando aún en un proyecto largo tiempo acariciado sobre la vida de la estrella del cuplé y de la pantalla Raquel Meller. Incansable hasta el final.
Forqué había nacido en Zaragoza, en ese Aragón cuyo suelo ha dado cineastas tan ilustres como el propio Buñuel. Provenía de una familia modesta del barrio del Gancho, y como muchos de sus coetáneos se debatía entre las aficiones teatrales, la pasión por la imagen en movimiento y una carrera seria y hacendosa como arquitecto. Pero tras pasar por Barcelona y llegar a Madrid con apenas 18 años, ganó la primera, por suerte para el cine español. No tardó, de la mano de Pedro Lazaga y Nieves Conde, en entrar en la industria, a comienzos de la década de los cincuenta.
En 1957, deslumbra ya en el Festival de Berlín, donde recibe el Oso de Plata, con «Amanecer en puerta oscura», wéstern andaluz de bandidos injustamente acosados por la miseria y los abusos tanto como por la ley, escrito en colaboración con el dramaturgo Alfonso Sastre, que culmina con un singular rito religioso más pagano que católico, retratado con sensibilidad entre el documental antropológico y un algo onírico y fantástico. Volverá a colaborar con Sastre en dos cintas donde la denuncia social se solapa con el cine negro: «La noche y el alba» (1958), intento de reconciliar las dos Españas a través de una trágica trama criminal, y «Un hecho violento» (1959) que, situada en EE UUU, arremete contra el sistema penal usando el lenguaje del cine carcelario clásico de Hollywood. Volverá a utilizar con habilidad y eficacia tropos del film noir en el procedimiento policial «091: Policía al habla» (1960) y en el drama coral «Accidente 703» (1962).
La versatilidad de Forqué se refleja en su capacidad para trabajar no sólo en diferentes géneros, sino con la colaboración de un cuadro de escritores y guionistas tan variopinto como excelso: Alfonso Sastre, el injustamente olvidado Noel Clarasó, Alfonso Paso, Rafael Azcona, Juan Antonio Bardem… Sabiendo siempre encontrar el equilibrio entre una perfecta claridad narrativa, fidelidad a sus originales literarios y teatrales, y su propio sello personal. En efecto, aunque Forqué se aleja voluntariamente de los manierismos estrictamente autorales, en toda su obra se observa una misma mirada crítica, una serie de lugares comunes tanto formales como temáticos, que acreditan se le otorgue también el marchamo de «autor».
Pese a sus intentos por cultivar un cine dramático de temática criminal o de época con sesgo crítico contemporáneo y talante progresista, será la comedia lo que le conquiste el éxito. Títulos como la extravagante fantasía «El diablo toca la flauta» (1953), según historia de Clarasó, como bien apunta el crítico e historiador Carlos Aguilar: «Una anomalía estimulante y admirable, que aporta al cine español (…) personajes de personalidad nunca vista» («Cine cómico español 1950-1961»); sus simpáticos whodunits –que dirían los anglosajones– en colaboración con Alfonso Paso: «De espaldas a la puerta» (1959) y «Usted puede ser un asesino» (1961); su estupenda adaptación de «Maribel y la extraña familia» (1960) de Mihura y, por supuesto, la brillante «Atraco a las tres» (1962), donde descubrió a Gracita Morales, acabó de encumbrar a López Vázquez y demostró, una vez más, el divorcio entre crítica y público, negativa la primera y entusiasmado el segundo. Su dominio del registro cómico le llevaría a decir, entre satisfecho y resignado que «la comedia es el género que más gusta en el cine (…) y es sobre todo la modalidad que más nos interesa a los españoles, el género genuino del cine español».
El cineasta José María Forqué
El cineasta José María ForquéArchivo
Pese a ello, Forqué, tras fundar en 1967 su propia productora, Orfeo films, no se arredrará ante el musical pop y psicodélico, estilo Richard Lester, con «Dame un poco de amor» (1968), al servicio de Los Bravos y con escenas animadas por Francisco Macián; o ante el suspense psicológico, con excelentes y perversos thrillers eróticos como «El ojo del huracán» (1971), «Tarot» (1973) o «No es nada, mamá, solo un juego» (1974), coproducciones con repartos internacionales.
Por supuesto, el director pasó por el destape eróticofestivo, pero a veces con títulos que no carecen en absoluto de gracia, como «La cera virgen» (1972), con guion de Azcona y una exuberante Carmen Sevilla, o «Madrid, Costa Fleming» (1976), eficaz adaptación de la popular novela de Ángel Palomino. También la llegada de los 80 le arrastraría, como a todos los cineastas españoles, desde el agonizante cine comercial al que Pilar Miró asestara la puntilla, a la floreciente televisión del periodo, que les ofrecía refugio a cambio siempre, claro, de series históricas y literarias de calidad y mensaje progresista. Así llegarían sus televisivas biografías de «Ramón y Cajal» (1982) y «Miguel Servet (La sangre y la ceniza)» (1989).
Pero también supo aquí Forqué aprovechar la coyuntura (como hiciera en el franquismo), manteniendo alto su estandarte, nunca mejor dicho, al propiciar dos series de comedia sicalíptica tan memorables para quienes crecimos entonces como «El español y los siete pecados capitales» (1980), según el best-seller de Fernando Díaz-Plaja, y «El jardín de Venus» (1983-1984), adaptación de trece historias eróticas de Boccaccio, Maupassant, María de Zayas y Braulio Foz, por la que desfilaron actrices como Carmen Elías, Eva León, Esperanza Roy o su propia hija, la llorada Verónica Forqué.
Dentro de esta enorme producción y variedad, donde glorias nacionales como López Vázquez, Paco Rabal, Gracita Morales, Fernán Gómez, Concha Velasco, Manuel Alexandre, Manolo Gómez Bur, Fernando Rey o Amparo Soler Leal, por citar algunos nombres, se codean con David Hemmings, Alida Valli, Jean Sorel, Sue Lyon, Oliver Tobias o Gloria Grahame, puede, sin duda, encontrarse de todo, pero mucho bueno e incluso más que bueno: excelente. Abarcando cuatro décadas de su historia, José María Forqué supo elaborar un cine español de altura comercial, artística e intelectual, aún sabiendo que, como confesó en 1993 al «Heraldo de Aragón»: «En el fondo, los directores somos un poco como las putas: si tu película agrada, el productor te contrata. Por el contrario, si no gustas, nadie te quiere». La cuestión es saber gustar sin perder nunca la personalidad, el talento y el talante. Porque no es «autor» quien quiere, sino quien lo lleva en la sangre. Y Forqué, sin duda, lo llevaba en vena.