Historia
Cuando la Madre Esperanza hizo resucitar a una niña
El 13 de agosto de 1943, cuando se bombardeaba Roma, esta monja devolvió la vida a una chica muerta
La Madre Esperanza (1893-1983), beatificada por el Papa Francisco en 2014, jamás olvidó la escena de aquella niña muerta de cuatro abriles que salió a su encuentro en brazos de su madre, tras un despiadado bombardeo.
Retrocedamos al 13 de agosto de 1943. Aquella noche, la religiosa recogió, impresionada, el terrible episodio en su Diario. Sor Agnese Marcelli estaba también allí cuando se topó, tanto o más conmovida que ella, con aquel rostro angelical que reflejaba aún los espasmos del dolor. Aquella expresión inerte se asemejaba a la que logró plasmar, en 1957, el pintor y escultor Antonio López, tan influenciado por Salvador Dalí, en su óleo hiperrealista titulado, precisamente, La niña muerta. Solo que, en lugar de yacer en la cunita, la pequeña reposaba en su caso en los brazos magullados de su madre.
Roma acababa de ser bombardeada por los aliados el 13 de agosto. La situación desesperada del Ejército italiano, alineado con las potencias del Eje, desembocaría el 3 de septiembre en la firma del llamado Armistizio di Cassibile.
Sor Agnese me contaba en el santuario italiano de Collevalenza cómo ella y sus hermanas se refugiaron con la Madre Esperanza en la capilla, a los pies de la talla de Jesús del Amor Misericordioso. Delante de aquella imagen se encontraban más seguras que en el interior de cualquier búnker o refugio nuclear del mundo. Oraban sin cesar, mientras percibían el ruido estremecedor y amenazante de los aviones sobrevolando una y otra vez sus cabezas.
-¿Miedo…? Pánico era más bien lo que sentíamos entonces –me aseguraba la hermana Marcelli, mientras yo trataba de reconstruir la tragedia al cabo de tantos años.
-¿Arrojaron los aviones muchas bombas sobre Villa Certosa? -inquirí.
-Contamos alrededor de veinticinco artefactos de gran calibre –recordaba ella-. Cayeron con tal violencia, que nos pareció como si arrancasen de cuajo el edificio de sus cimientos y segundos después volviese a colocarse él mismo en su lugar.
-Temblando así, como un flan gigante… -comparé yo, agitando la mano.
-Tuvimos una sensación parecida, sí –admitió ella. Una bomba cayó sobre nuestra casa en construcción en la Via Casilina. Gracias a Dios, causó pocos daños.
-Y mientras se sucedían los bombardeos, ¿comentaba algo la Madre Esperanza?
-Le oí decir con temor: “Tienen como objetivo nuestra casa”.
-¿Y eso…?
-Tal vez fuese porque, al estar resguardada por un pinar muy frondoso, los enemigos pensaron que podía camuflarse allí algún fuerte militar.
-¿Nadie resultó herido?
-Ninguna de nosotras. Fue un milagro del Amor Misericordioso. Nos quedamos sin agua ni luz. Las puertas, ventanas y persianas que resistieron el primer bombardeo, fueron destruidas durante el segundo. Mientras los aviones arrojaban las bombas, en la capilla parecía que se hubiese levantado un huracán: los libros sagrados volaban como plumas mientras el altar se removía como sacudido por un seísmo.
-Y ustedes seguían rezando, claro. Entonces sucedió lo que nunca pensaron que verían sus ojos, ¿no es así…?
-Acababa de entrar en casa la última hermana –prosiguió ella, con un nudo en la garganta- y me disponía a cerrar la puerta, cuando percibí de repente los gritos y el llanto desgarradores de una pobre mujer corriendo hacia mí. Observé que llevaba en los brazos a una niña de unos cuatro años, que parecía dormida. Pero al tenerla justo delante, comprobé que la criatura acababa de fallecer. La mujer imploraba ayuda fuera de sí, aullando como una loba.
-Pero si la niña, como usted dice, ya estaba muerta…
-Sí, lo estaba. Jamás he visto llorar a nadie como a esa mujer descorazonada… Compadecida por el llanto de la atribulada mujer, la Madre Esperanza se acercó a ella enseguida y le arrebató la niña de sus brazos. Acto seguido, se dirigió con ella en su regazo hacia la capilla y colocó a la criatura sobre el altar, arrodillándose ante el Crucifijo del Amor Misericordioso. Fue entonces cuando la Madre le presentó la niña a Jesús, diciéndole con cierto desaire: “¿Es posible que tu Corazón de Padre pueda resistir más tiempo el dolor de esta pobre madre? ¡Muévete a compasión y devuelve la vida a esta criatura para que pueda ponerla de nuevo sana y salva en los brazos de su apenada madre!”.
-No me diga que… -dejé escapar, intuyendo que estaba a punto de ratificar lo que la Madre relataba en su Diario.
-Sí, vimos cómo la niña resucitaba –aseguró Sor Agnese, emocionada. Fue tal su fe e insistencia, que el Señor se dejó conmover al final y realizó el gran milagro. Igual que con Lázaro.
LA HIJA DE JAIRO
Recordé el episodio de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, relatado por Lucas:
“Estaba él [Jesús] todavía hablando, cuando llegó uno de la casa del jefe de la sinagoga diciendo:
-Tu hija ha muerto. No molestes ya al Maestro.
Pero Jesús, al oírlo, le dijo:
-No temas, basta que creas y se salvará.
Después de llegar a la casa, a nadie permitió que entrara con él, excepto a Pedro, Juan y Santiago, y al padre y a la madre de la niña. Todos lloraban y plañían por ella. Pero Él dijo:
-No lloréis, no ha muerto, está dormida.
Y se reían de Él, sabiendo que estaba muerta. Él, tomándola de la mano, dijo en voz alta:
-Niña, levántate.
Volvió a ella su espíritu, y se levantó al instante; y mandó que le dieran de comer. Sus padres quedaron asombrados; pero él les ordenó que no dijeran a nadie”.
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