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Exposiciones
Don Quijote cabalga hasta Marsella para celebrar la locura y el humor de Cervantes
Bajo la luz del Mediterráneo, frente al puerto viejo, la figura del caballero reaparece entre grabados de Goya, tapices de Coypel, esculturas de Daumier, ilustraciones de Dalí y fotografías contemporáneas

Cuatro siglos después de recorrer los caminos de La Mancha, Don Quijote vuelve a cabalgar, esta vez por las salas de un museo de la ciudad mediterránea de Marsella, donde una gran exposición reivindica la locura, el humor y la imaginación del héroe más universal de la literatura española.
Albergada por el Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo de Marsella (MuCEM), la exposición titulada 'Don Quichotte. Histoire de fou, histoire d’en rire' ('Don Quijote: historia de locura, historia para reirse') permanecerá abierta al público hasta el próximo 30 de marzo.
Bajo la luz del Mediterráneo, frente al puerto viejo de Marsella, la figura del caballero reaparece entre grabados de Goya, tapices de Coypel, esculturas de Daumier, ilustraciones de Dalí y fotografías contemporáneas.
Más de doscientas piezas componen este recorrido abierto al público esta semana tan culto como popular, que logra algo difícil: hacer reír al visitante sin traicionar la melancolía que siempre acompaña al ingenioso hidalgo.
Un libro cómico
"Muchos olvidan que Don Quijote es un libro cómico", recuerda Hélia Paukner, conservadora del patrimonio del Mucem y comisaria de la exposición junto a Aude Fanlo.
"El humor -dice- es una de las llaves para entenderlo. Es el humor de la farsa, del teatro, de la complicidad con el lector. Y también el de la fiesta. Si el público comprende que es una obra divertida y libre, tendrá ganas de leerla. Y eso es la mejor recompensa".
El Mucem, que en los últimos años ha dedicado grandes exposiciones a Flaubert, Giono o Jean Genet, se atreve esta vez con un mito nacido en España y convertido en ciudadano del mundo.
"Presentar a Don Quijote aquí significa ofrecer al público un patrimonio esencial y, al mismo tiempo, explorar un símbolo mediterráneo", explica Paukner. "Cervantes, con su biografía y su paso por Argel, representa ese diálogo constante entre Europa y el sur".
Desde el inicio, la exposición juega con el anacronismo: comienza en una biblioteca que parece salida del sueño de Alonso Quijano y termina, literalmente, "con la cabeza en las estrellas", ante un papel tapiz que reproduce el cielo del 16 de enero de 1605, la fecha exacta en que se publicó la primera parte del libro.
Tabernas y campos de batalla
En el camino, el visitante atraviesa tabernas y campos de batalla imaginarios, teatros de marionetas, molinos de viento, carnavales y espejos.
Las comisarias han querido devolver al Quijote su tono burlesco, "su risa turbulenta y popular". En una sala, el caballero bebe una "poción mágica" a través de una pajita, mientras Goya lo retrata abatido pero luminoso.
En otra, un cartel publicitario del siglo XX lo transforma en imagen de un medicamento, y más adelante, un corto israelí lo lanza, literalmente, contra el muro de separación de Palestina.
Esa mezcla de lo cómico y lo político atraviesa todo el recorrido. "Don Quijote se ha convertido en símbolo de combatividad, de resistencia, de invencibilidad", dice Paukner.
"Siempre cae, pero siempre se levanta. Y en ese gesto se reconocen muchas causas contemporáneas, desde los movimientos sociales hasta quienes luchan por no perder la esperanza".
Préstamos españoles
La exposición cuenta con préstamos excepcionales de la Biblioteca Nacional de España, entre ellos un diminuto volumen de apenas cuatro centímetros, copiado a mano por un empleado de banca del siglo XIX.
"Ese pequeño libro me conmueve", confiesa la comisaria. "Demuestra hasta qué punto cualquiera puede apropiarse de Don Quijote, hacerlo suyo, copiarlo con amor".
El humor y la imaginación son el hilo conductor, pero también lo son la duda y el deseo. Dulcinea, la eterna amada de Don Quijote, no aparece nunca: "no la encontrarán", avisan las comisarias. Porque Dulcinea, recuerdan, es un fantasma de ideales y estereotipos, una suma de imposibles.
Y al final del recorrido, dos figuras pintadas por Daumier se alejan entre la bruma, como en el último plano de un 'western'.
"Comenzamos en una biblioteca y terminamos en el cielo", dice Paukner. "Porque Don Quijote tiene una buena estrella, y porque todo en él es infinito, cambiante y contemporáneo".
Paukner imagina cómo reaccionaría el propio hidalgo si pudiera visitar el Mucem. "Iría directo a ver la armadura de Abraham Poincheval", ríe.
"Se lanzaría a combatir con ella, pensaría que es el Caballero del Espejo, y habría tanto ruido que la obra acabaría en el suelo".
Cuatrocientos veinte años después, Don Quijote sigue cayendo y levantándose. Y también sigue haciéndonos reír. En Marsella, su sombra mediterránea recuerda que, como escribió Paul Valéry, "¿qué seríamos sin el auxilio de lo que no existe?".
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