Emma Stone, a por un León de Oro sexy, provocativo y feminista
«Poor Things», de Yorgos Lanthimos, presenta su candidatura a una de las películas del año en la misma jornada del homenaje a Wes Anderson
Venecia (Italia) Creada:
Última actualización:
“¿Por qué no hay sexo en el cine?”, se preguntaba el griego Yorgos Lanthimos en la rueda de prensa de su extraordinaria “Poor Things”, primera firme candidata al León de Oro. Si lo hay, y mucho, en su película, adaptación de la novela homónima de Alasdair Gray, nunca resulta gratuito: para Bella Baxter (una pletórica Emma Stone), el sexo -como el lenguaje, el poder, la ciencia o la filosofía- es otro elemento más de su camino de aprendizaje para construir una nueva forma de deseo, que nace de un cuerpo y una razón que no se avergüenza de nada, que no obedece a las normas sociales, que busca su lugar en el mundo desde la periferia de la moral imperante y el ejercicio del libre albedrío.
“Poor Things” cuenta el nacimiento y desarrollo de una subjetividad femenina que reivindica el derecho a ser sujeto excéntrico. Las diferentes fases de su educación sentimental están marcadas por distintos hombres, desde su creador -Bella es una versión feminista del monstruo de Frankenstein, una mujer que resucita con el cerebro trasplantado de su bebé nonato - hasta sus amantes tóxicos. Si los primeros minutos del filme recuerdan a una versión victoriana de “Canino”, lo que llega después, que juega deliberadamente con lo anacrónico (fondos a lo Karel Zeman o Terry Gilliam, referencias a “La naranja mecánica”, el barco de “Y la nave va” de Fellini, estilismos setenteros), convierte la clásica crónica de empoderamiento femenino en un divertidísimo, aunque riguroso, cuaderno de bitácora sobre la construcción de una identidad alérgica a cualquier etiqueta. De ahí que el pastiche, la hibridez de estilos, empape la puesta en escena de Lanthimos, porque la mirada de Bella Baxter está en construcción, y se alimenta, sedienta, de sus experiencias, de su curiosidad exploradora y sin prejuicios. De ahí, por ejemplo, que Bella entienda la prostitución como un paso más en su conocimiento de la naturaleza humana. Esta idea, polémica y discutible, resulta absolutamente coherente con la lógica del personaje.
Esta película generosa, creativa, radical y excesiva no sería la misma sin Emma Stone. Resulta muy gratificante percibir hasta qué punto una actriz entiende el proyecto artístico de un cineasta como Lanthimos, especialmente preocupado por la gestualidad y la performatividad del lenguaje, y participa de él disfrutando de su dimensión más lúdica. Parece como si Stone descubriera las posibilidades de su oficio al mismo ritmo que Bella Baxter se abre al mundo: tragándoselo entero, con los ojos abiertos como ventanas.
Wes Anderson, un respeto por Dahl
Pocos cineastas hay más letraheridos que Wes Anderson. Normal que, en rueda de prensa, se llevara las manos a la cabeza cuando le preguntaron sobre los cambios inclusivos que se han realizado en las nuevas ediciones de la prolífica obra de Roald Dahl. Él, por su parte, no ha tocado ni una coma del relato “El maravilloso mundo de Henry Sugar”, que ha adaptado, en forma de mediometraje, para Netflix. Anderson, que ayer recibió en Venecia el premio Glory to the Filmmaker, ha inventado la película audio-libro: con la voz en off a triple velocidad, el muro de palabras del hermoso cuento de Dahl, que es en sí mismo una puesta en abismo del acto de contar, colisiona con los cicloramas, las miniaturas, los decorados, las retroproyecciones que habitan el cine de Anderson, cada vez más radical en su proyecto creativo. El colapso entre la banda de la imagen y la de sonido no impiden que emerja un personaje precioso -el hombre que ve con los ojos cerrados- que encarna una bella metáfora sobre la relación entre lo real y lo imaginario.
Es curioso comparar la excelente “Poor Things” con la lamentable “Finalmente l’alba”, en la que el italiano Saverio Costanzo intenta concentrar en un solo día lo que parece la crónica del despertar a la vida de una joven italiana en los años cincuenta cuando, de repente, participa como extra del rodaje de un “peplum” y se convierte en la mascota de su actriz principal. No se sabe si Costanzo quiere empoderar a su heroína, porque la película, feísta y disparatada, y que coquetea tanto con el melodrama como con el ‘giallo’, siempre la coloca como víctima de su propio desamparo.
Desamparo: ese es el uniforme del capitán Ludvig Kahlen, el protagonista de la danesa “Bastarden”. Y, sin embargo, la ambición parece salvarle de su soledad y su pobreza. A finales del siglo XVIII, en una Dinamarca de costumbres feudales, quiere cultivar una tierra baldía, y atraer así a una población de colonos, y recibir de paso un título nobiliario de manos del rey como premio a su hazaña. Es un sueño quijotesco, una utopía que se topará con todos los obstáculos imaginables, que confluyen en la maldad diabólica del cacique de la región, que reclama esas tierras como suyas. La película de Nikolaj Arcel, que huele a Oscar, está construida como un western social, una montaña de Grandes Temas -conflictos de raza y sociales, abusos sexuales, explotación laboral- que se articulan en una trama propia de un western donde se cargan las tintas en la caracterización de los supervillanos (con torturas inquisidoras incluidas) y en la petrificación del héroe, al que da vida un estoico Mads Mikkelsen. En la persecución de su sueño, Kahlen mezcla su orgullo personal, testarudo como la tierra que quiere cultivar, con la lucha por su dignidad, pero a veces no sabe medir sus fuerzas, y sacrifica por el camino a los que le apoyan. “Bastarden” es el típico ejemplo de ese cine europeo sólido, de producción eficaz y guion comprometido, que funciona a golpe de asfixiar la empatía emocional del público con el vía crucis moral y físico que atraviesan sus personajes. Es una película que sabe lo que quiere, y lo consigue a machetazos.