Enrique Krauze: "No es lo mismo ser liberal que libertario"
El escritor, historiador e intelectual mexicano se sirve de la moderación y la razón para analizar la situación de Israel
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Hotel Wellington. Madrid. 11:30 de la mañana. Allí me espera Enrique Krauze, uno de los grandes intelectuales hispanoamericanos de los últimos tiempos. Está sentado frente a un mural que simula una biblioteca. Paradojas de la vida. El escritor que nos ha legado grandes obras como “Siglo de caudillos” (1994), “Spinoza en el parque México” (2022) y, mi favorita, “El pueblo soy yo” (2018), ante unos cartones de colores que aparentan libros. Este mexicano de origen polaco me recibe con la tranquilidad del que ha asimilado bien la experiencia de lo vivido. Es alto. De movimientos lentos. Rebusca las palabras como la costurera elige el botón preciso en un gran baúl. Se nota el tono profesoral. No en vano fue docente en Oxford y Princeton, y fundó “Letras Libres”, una de las publicaciones intelectuales más prestigiosas.
"Lo que yo veo en México es que los hombres tratan a las mujeres como basura"Enrique Krauze
Para romper el hielo hablo de Max Weber, un pensador por el que compartimos admiración, y al que dedica su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. No es fácil ser liberal en tiempos de autoritarismos, digo. No lo era en el siglo XX, cuando escribió Weber, y hoy tampoco. La cultura de la cancelación actual, me dice, es una “dictadura omnipresente”. No solo está en manos de los políticos, sino de “internet, del mundo académico, del periodismo”. Se trata de una auténtica “pandemia ideológica” que “dicta a la gente lo que debe y no debe pensar”. La cancelación ataca a la libertad, la comprime, y provoca la autocensura. El mundo está “enloquecido”. Es “una torre de Babel donde nadie se escucha ni debate”.
Es preciso, me dice Krauze, volver a la “soberanía del individuo”, al “reino de la razón”, como afirmaba Spinoza, y escapar de la dictadura del pensamiento único. Veo el momento de entrar en un jardín, y pregunto si cree que ya no se puede debatir sobre la masculinidad y la feminidad, y, envalentonándome, si piensa que hay una “guerra de sexos”. El académico piensa la respuesta. La razón obliga. “Lo que yo veo en México es que los hombres tratan a las mujeres como basura”, sentencia.
El silencio reina por un instante. Lo rompo hablando del populismo sobre el que ha escrito para analizar las desgracias de la América española. En “El pueblo soy yo” explicó que el peligro se presenta cuando un político concentra el poder, polariza a la sociedad y su partido coloniza el Estado. Enseguida pensé en España. “¿Es Sánchez homologable a uno de esos “mesías tropicales”? No le saco un “sí” directo, pero dice que entre un populista y Felipe González siempre se quedará con este último. Krauze no se contiene a pesar de que arrastra las palabras como para no hacer daño, y añade que es un riesgo tener a un gobernante “enamorado de sus ideas cuando las antepone a la responsabilidad histórica y política”. Le apunto que Sánchez impulsó una ley de memoria democrática sin contar con la oposición constitucional. Krauze, historiador, baja los ojos y entristece. “Jugar con la discordia civil es jugar con fuego”. Insiste entonces en que se debería aplicar la razón a la política, lo que, en mi opinión, es imposible para un populista en tiempos de identidades colectivas y sentimentales. “Cierto. Ojalá el PSOE recapacite y escuche a Felipe González”, insiste.
Es hora de cambiar de tercio. Tres mujeres han abierto una puerta en la biblioteca de cartón que tenemos enfrente. Krauze se sorprende. Es como en una novela gótica pero con fantasmas vestidos de Gucci. “Enrique -digo para sacarle del trance-, ¿piensas que la hispanofobia renta a la clase política hispanoamericana?”. Niega con la cabeza. “El público no compra eso en México. Los vínculos son sólidos. La renta de ese discurso es muy baja”, me contesta con resignación. No es muy amigo precisamente de López Obrador, el presidente mexicano que insulta a España. Hablamos un poco de América, y saco el fenómeno de Javier Milei, una incógnita en Argentina. La respuesta es obvia. ¿Qué podía esperar de Krauze, un hombre moderado que ha cargado contra las estridencias? “No me gustan los volcanes humanos”, dice con media sonrisa. “Mira su pelo, sus palabras, sus gestos… parece Trump”. Veo una chispa en sus ojos, levanta la cara y apunta que no es lo mismo “ser liberal que libertario”.
"No me gustan los volcanes humanos. Mira el pelo de Javier Milei, sus palabras, sus gestos… parece Trump"Enrique Krauze
La moderación y la razón guían a Krauze. Quizá el proceder de una familia polaca y judía, exiliada en México, da ese sosiego. Huye de los extremos pero no es equidistante respecto al mal. “En España tenemos ministras que no condenan los atentados de Hamás, sino a Israel -suelto- y otros que se quedan en la equidistancia”. Krauze se incorpora, tuerce el gesto. El tema le duele. “No se puede ser equidistante ante los hechos de barbarie de Hamás, con mujeres violadas, niños degollados... Todos esos crímenes debieron ser condenados inmediatamente, sin miramientos y de forma absoluta”, confiesa.
También tiene palabras críticas para Israel: “Debía haber devuelto los territorios conquistados en 1967, y convertido Jerusalén en una ciudad internacional”. Pero “primó el nacionalismo y la pasión mesiánica, el crecimiento del extremismo que ha alimentado el extremismo del otro lado”, el fundamentalista, hasta el punto de buscar “el exterminio de Israel”. Volvemos a Max Weber como calmante. Es el objeto de su disertación académica. Aquel alemán consideraba que la “entraña de la vida es trágica”, y que, como Krauze, la razón debe estar a la defensiva. “No nos queda otra”, dice mientras me estrecha la mano antes de despedirnos.