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Música
Historia del rap: cómo las palabras incendiaron el mundo
En «The Come Up: Historia oral del hip hop», Jonathan Abrams recoge, de voz de los protagonistas, el surgimiento de un estilo revolucionario que pasó de las calles a la violencia y, de ahí, a amasar fortunas y a los asesinatos

Todo empezó con la construcción de una autopista. La carísima Cross Bronx Expressway provocó dolor y caos y dividió al barrio en dos mitades, arrojando dentro de viviendas de protección oficial a miles de vecinos que vieron sus domicilios expropiados. El Bronx se hundió: bloques enteros abandonados y quemados, el consumo de drogas se dispara. Ni la policía osaba patrullar por sus calles. La ciudad, en quiebra técnica, veía la espalda del gobierno federal. Así surgieron las pandillas callejeras, pero también el sentimiento de comunidad y la sensación de no ser escuchados ni existir. Así es como empezaron las fiestas callejeras tomando la electricidad de las farolas. Y así es como, una noche, el 13 de julio de 1977, un apagón favoreció la aparición del hip hop.
Aquella noche varios relámpagos saturaron la red eléctrica. El Bronx se quedó más de un día completo sin electricidad y comenzaron los saqueos. Tiendas de comida y de ropa, pero, para el caso de esta historia, también de equipos y electrodomésticos fueron desvalijadas. «El apagón ayudó a que surgiesen montones de aprendices del hip hop, porque hasta entonces la mayoría no tenían dos platos, mesa de mezclas y los altavoces. Pero cuando las luces volvieron a encenderse, todo el mundo tenía un equipo de DJ», dice Rahiem, miembro de Grandmaster Flash And Thge Furious Five, en su testimonio al libro «The Come Up: Historia oral del hip hop», de Jonathan Abrams, que acaba de publicar Liburuak. Claro que, si todo el mundo quería ser DJ es porque, en las noches del barrio, una subcultura ya había prendido y Kool Herc, Afrika Bambaataa y el propio Grandmaster Flash ya habían demostrado lo que se podía hacer con dos platos y algunos viejos discos de funk y soul, especialmente los de James Brown, para muchos, por cierto, el primer «b-boy» de la historia.
Las fiestas en la calle se convierten en legendarias competiciones y la música en un nuevo lenguaje para expresar el descontento. «Éramos la generación a la que se educó concienzudamente para que no creyese en sí misma. Escribir una rima, decirla delante de la gente y que esta reaccionase era un subidón de autoestima tremendo», sintetiza Kool Moe Dee. Y cuando, en 1979, apareció el single «Rappers Delight» se vio que, además, era una tremenda oportunidad de ganar dinero. Aquella canción fue la primera que se publicó en formato de disco y se convirtió en un fenómeno generacional que llevó más allá de Nueva York un lenguaje nunca antes escuchado. Sin embargo, dentro de la ciudad se veía como lo que realmente era: una versión de plástico de lo que se hacía en la calle. Era, también, la primera muestra de un debate existencial que tardó décadas en superarse: ese que hace que, si un artista negro gusta a los blancos, los demás afroamericanos le llamarán traidor.
Documentar desgracias
«Las dos cosas que cambiaron el mundo creativo, artística e incluso educacionalmente, fueron el punk rock y el hip hop. Los punks tenían una actitud antigobierno y el rap vino a validar lo que ellos ya estaban haciendo», dice DMC, de los míticos Run DMC. Eran dos claros ejemplos de música contestataria y nacida del «hazlo tú mismo», pero su destino sería bien diferente. El punk fue gloriosamente efímero y ruinoso: el rap marcará tres décadas y será el altavoz del descontento social y una fábrica de dinero. Pero para casi todos los artistas lo importante era decir algo y hacerlo con estilo. Beastie Boys, de hecho, unían ambos mundos en 1983, el año que Run DMC explotaron.
Def Jam, un sello dirigido por el blanco y universitario Rick Rubin, se convertía en una gran empresa. En paralelo, Public Enemy acuñan la famosa frase «el rap es la CNN de los negros» y lanzan sus rimas de combate cargadas de conciencia: rap político contra un sistema nacido del racismo. Decían cosas que nadie se atrevía, documentan las desgracias de su comunidad. Nada de letras sobre zapatillas o sexo. Mientras, en la costa opuesta, en Los Ángeles, el hip hop ha germinado sus primeras estrellas: N. W. A. (Niggers with Attitude, negros cabreados), entre cuyos miembros se encuentra Dr. Dre, que definirá el sonido del género de la siguiente década, y un ex traficante, Ice-Cube.
El disco se abre con la siguiente frase: «Estás a punto de presenciar el poder de la sabiduría de la calle». Hacían, abiertamente, gángster rap y provocan el escándalo con «Fuck Tha Police». El mismísimo FBI emite una orden «expresando el sentir de las fuerzas del orden», así que la policía se presenta en todos sus conciertos a lo ancho del país y toman el escenario (allí donde se atreven) cada vez que la interpretan. «6’n the Mornin’», de Ice-T, contaba lo que sucede en esa hora de la madrugada: ¿fiesta? «No, es a la que la policía derriba tu puerta para una redada», afirma su autor en el libro. Ambos grupos, a su manera, demuestran que la gente está muy enfadada, a punto de explotar: plasman la falta de derechos y de oportunidades. Y la América blanca ya no puede decir que no lo sabe.
Cambiaron el rap para siempre. Colocaron un mensaje amenazante y abiertamente político desde el punto de vista de los afroamericanos, cosa que no existía en la esfera pública desde los Panteras Negras. No buscaban aceptación, ni siquiera fama, pero consiguieron ambas. Las luchas y el dolor, la inagotable metamorfosis del sufrimiento en el arte: en muchos casos no era pose, sino frustración auténtica contra el sistema. Antes de hacer rap, Dr. Dre ingresó en prisión por unas multas de tráfico impagadas.
Llegaron KRS-One, EPMD, Rakim, LLCool J, apareció el «beatboxing» y nuevos estilos personales para rimar: de la metafísica a los juegos de palabras, la competición por ser el mejor se deboca. Aparecen nuevos estilos como Cypress Hill, De la Soul y A Tribe Called Quest. Tampoco tardan en llegar los intentos de la industria por convertirlo en comercial: los casos de «Funky Cold Medina» o el filón blando de «The Fresh Prince of Bel Air» en 1990.
Poco después comenzaron las réplicas blancas: MC Hammer y Vanilla Ice daban algo de vergüenza ajena pero vendieron toneladas de discos. Tampoco tardaron las cosas en torcerse: a la ola conservadora del Centro de Recursos Musicales para Padres (creadores de la famosa pegatina «Parental Advisory») se sumaron una actitud cada vez más habitual de homofobia, misoginia y glorificación de la violencia. El sistema contraataca.
Los disturbios
Sin embargo, nadie pudo parar al hip hop cuando Dr. Dre publicó «The Chronic» (1992), el primer éxito de masas de la historia del género. Vendió ocho millones de copias y arrasó entre los chicos de buena familia «que ya no podían escandalizar a sus padres con el rock, así que pusieron discos de negros que decían ‘‘nigga’’ y nadie podía explicárselo», dice el periodista Cheo Hodari. Era el año de los más graves disturbios que ha sufrido Los Ángeles como consecuencia del asesinato de Rodney King, un joven negro, a manos de la policía. La banda sonora de aquellos disturbios estuvo compuesta por estos nuevos himnos. Si los saqueos por el apagón de 1977 fueron el acta de nacimiento del rap, los disturbios de Los Ángeles confirmaron su mayoría de edad.
Lo que vino después fue una nueva explosión de creatividad. Jay-Z llevó el rap al mainstream, Tupac y Nas pusieron el sello de autor, y The Roots la clase. Tras 50 Cent, el mundo estaba preparado para la primera superestrella blanca: Eminem. Pero en el momento de mayor éxito estalló la guerra civil. Fue en una entrega de premios de 1995 en Nueva York cuando el público abucheó a los raperos de la costa Oeste. El rap había generado una autoafirmación de la que carecían los afroamericanos, pero ese hincapié en sus identidades y la actitud retadora intrínseca de la cultura hip hop, sumado a la actitud de tipos duros, convirtió la violencia verbal en real. La historia es conocida: Tupac Shakur y Notorious B. I. G., dos superestrellas del género, cada uno en representación de una costa, fueron asesinados a mediados de los 90 con unos meses de diferencia. Ninguno había cumplido 25 años. Aquellos sucesos dieron lugar a los primeros mártires del rap y a una conmoción que llevó a toda la cultura del hip hop a un duelo y una reflexión para abandonar la dialéctica de odio. El rap había cambiado: ya no era el lenguaje de los desfavorecidos para expresarse, sino un instrumento de poder que se blandía en un contexto de guerra territorial por el negocio.
Un Pulitzer, un Oscar...
En el nuevo milenio, el rap se convirtió en uno de los lenguajes dominantes en el mundo, generando innumerables variantes como el drill, el mumble o el trap. Eminem ganó el Oscar en 2003 a la mejor canción por «Lose Yourself»y una decena de artistas entraron en los siguientes años en el Rock And Roll Hall Of Fame. Pero quizá el mayor logro lo obtuvo Kendrick Lamar, autor del colosal «Good Kid M. A. A. D. City», cuando obtuvo un Pulitzer en 2018 por su indiscutible calidad literaria de «DAMN». Un premio que era, en realidad, a toda una cultura.
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