Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Los últimos de Filipinas, con nombres y apellidos

El ensayo de Miguel Ángel López de la Asunción y Miguel Leiva Ramírez sobre los llamados Últimos de Filipinas se acerca en profundidad a una de las principales gestas del ejército español
La Raz

Creada:

Última actualización:

El 30 de junio de 1898, un pequeño destacamento de 53 militares quedó sitiado por una fuerza diez veces superior en la iglesia de San Luis de Tolosa de la localidad filipina de Baler, a 200 kilómetros de Manila. A pesar del fuego de cañón y fusilería, de las terribles condiciones humanas, el hambre y la enfermedad, el pequeño reducto mantuvo su posición durante 337 días, hasta el 2 de junio de 1899, no creyeron que la guerra había terminado, desoyeron las múltiples intimidaciones de rendición del enemigo y a los comisionados españoles que les ordenaban abandonar su inútil resistencia, ellos continuaron luchando fieles al cumplimiento de su deber y a la misión que allí los había llevado, defender hasta las últimas consecuencias la bandera española que ondeaba en lo alto del campanario. Hace casi 30 años, Miguel Ángel López de la Asunción y Miguel Leiva Ramírez, iniciaron una investigación que los llevó a recorrer tres continentes e infinidad de archivos. Fruto de ello publicaron en 2016 “Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler” (ACTAS), una obra que muchos historiadores catalogaron como el libro definitivo de una de las más grandes gestas de nuestra historia militar. Seis años después publican “El sitio de Baler. La heroica gesta de Los últimos de Filipinas” (ACTAS), nombre que identifica a aquellos héroes, que en absoluto puede considerarse una mera ampliación del anterior, puesto que va mucho más lejos, sus 684, páginas están repletas de novedades fruto de su incesante labor de investigación, relatan la heroica gesta y ofrecen claves y respuestas que explican cómo fue posible aquella hazaña.
Fue un destacamento de 50 hombres pertenecientes al Batallón de Cazadores Expedicionario nº 2, bajo las órdenes de dos segundos tenientes, Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, junto al teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones y el comandante político militar del distrito Enrique de las Morenas. Preocupados por el ambiente de rebelión y tras sufrir una emboscada, el capitán De las Morenas ordena refugiarse en el interior de la iglesia. Con ellos va Cándido Gómez Carreño, párroco de Baler, al que posteriormente se sumarían dos frailes franciscanos, Juan López Guillén y Félix Minaya Rojo. La presencia en la aldea de miembros del Katipunan, sociedad revolucionaria por la independencia filipina, los lleva a considerarla como el sitio más fácilmente defendible. El 27 de junio el pueblo amanece desierto, Teodorico Luna Novicio, líder katipunero y responsable de ataques anteriores, ultima los detalles del asalto.
Así empezó la gesta: el 30 de junio fortifican el edificio, construyen un pozo para el agua y toman las medidas necesarias para un largo asedio en la esperanza de recibir refuerzos. Los sitiadores nunca consiguieron romper las defensas ni evitar las incursiones de los españoles, pero el hambre, la sed y, sobre todo, el beriberi, fueron la principal causa de las bajas de la guarnición, entre ellas el capitán De las Morenas, quedando al mando el teniente Saturnino Martín Cerezo, que rechazó los intentos de los sitiadores por explicarles que la guerra había terminado, así como los de los oficiales venidos expresamente desde Manila, hasta que finalmente, la lectura de una noticia en un periódico que no podía ser inventada, convenció al teniente de que, efectivamente, tras los acuerdos del Tratado de París, la guerra había concluido y las Filipinas ya no eran españolas.
Los dos únicos relatos escritos por supervivientes, de los que parten López de la Asunción y Leiva en su investigación, son el libro de Saturnino Martín Cerezo “El sitio de Baler: notas y recuerdos”, publicado en 1904 y el manuscrito del franciscano Félix Minaya de fecha indeterminada. De estos dos, el de Cerezo es el que ha dejado en la memoria colectiva el conocimiento del hecho y sirvió de fundamento a la película de Antonio Román “Los últimos de Filipinas” en 1945, que, como afirman los autores, “marcó un antes y un después en el conocimiento de la gesta. Su investigación los ha llevado a descubrir y consultar nuevas fuentes documentales que les han aportado multitud de datos, muchos publicados en 2016, que ahora aumentan con 300 páginas más de información inédita de archivos oficiales y particulares: expedientes militares a los que nadie había llegado, juicios, hojas de servicios, planos, hemerotecas...”Ha sido una labor ardua y difícil, comencé buscando descendientes familiares por los pueblos, esto nos dio acceso a testimonios, fotos, cartas… por las parroquias solicitando partidas de nacimiento, bautismo y defunción de cada héroe para reconstruir su historia personal, ha sido una investigación casi más policiaca que de historia –explica López de la Asunción-. Contactamos con descendientes de los oficiales, que tenían una documentación fantástica, como el archivo secreto de Martín Cerezo, que en los años 40 había entregado parte al Archivo Nacional, pero se guardó para sí la información más jugosa que nosotros descubrimos y publicamos”, explica.
Otra fuente documental inagotable es el archivo franciscano. “Cotejamos el manuscrito de Minaya con el libro de Cerezo, enfrentamos las dos versiones y desvelamos muchas incógnitas gracias a esa información, donde dicen, “un soldado fue a recoger una carta”, nosotros le ponemos nombre al soldado y a los hechos que narran”. Y afirma De la Asunción: “De lo que más orgulloso estoy es de que donde sólo había un nombre, ahora hay un antes, un delante y un después, hemos elaborado las biografías de todos ellos, que incluimos al final del libro. Con ello recuperamos la memoria de fallecidos de los que nadie sabía absolutamente nada. Creo que nuestra gran aportación al hecho histórico es añadir ese lado humano donde había una gesta militar”, afirma orgulloso.
Algo que quiere dejar claro es que, “aunque éste sea un trabajo difícil de superar, no es un libro académico solo para historiadores, sino para todo el mundo que se acerque al sitio de Baler, porque es riguroso, pero está contado de forma muy amena”. López de la Asunción y Miguel Leiva están empeñados en separar el grano de la paja, el mito de la realidad, algunos forjados a través de las películas y de publicaciones de dudosos intereses. “Mitos como que el ejército español los olvidó, pero es incierto, cuando se conoce la existencia de un destacamento todavía combatiendo, el gobernador general manda dos emisarios para convencerlos de que la guerra había terminado, algo que desconocían, e intentar evacuarlos a Manila. O que eran unos locos exaltados que se negaban a aceptar el fin de la guerra y querían seguir combatiendo, es falso porque no tenían información, eran militares con una misión que deciden esperar refuerzos para rescatarlos. Incluso la película de 2016 los tacha de imbéciles y el bueno es el desertor. Nosotros tratamos de quitar todas esas capas que con los años han ensuciado o contaminado el sitio de Baler, explicamos la realidad histórica para dejar las cosas en su lugar”, significa.
¿Cuáles fueron las claves para resistir tanto tiempo y mantener alta la moral? “Muy importante fue la cohesión del grupo –señala López de la Asunción-, todos, salvo alguna excepción, funcionaron como un único hombre mirando por el bien de la defensa, por proteger sus vidas y llegar en la mejor situación al momento de recibir esa ayuda esperada. Tener un médico militar, Vigil de Quiñones, que estaba allí de casualidad porque no era lo habitual en un destacamento pequeño y no pertenecía a él, su trabajo fue fundamental para resistir porque la mayoría de los caídos, salvo dos por fuego enemigo y los fusilados, fueron por enfermedad, el beriberi causó el fallecimiento de la inmensa mayoría de soldados, incluido De las Morenas –señala-. Fue importante que unos días antes del asedio, el párroco comprara una gran cantidad de arroz, que los mantuvo algún tiempo; la construcción de un pozo para el agua también fue vital y que el ejército español, al que se ataca diciendo que los enviaba mal pertrechados y avituallados, mandase víveres para cuatro meses cuando la misión inicial era de dos; la gran cantidad de municiones y armamento que tenían, que les valieron no solo para aguantar, sino que antes de salir quemaron casi 5.000 cartuchos para que no fueran al enemigo. Y, por supuesto -señala el autor-, la habilidad de estos soldados, que aunque los tachen de bisoños y poco formados -otro mito, aclara-, muchos llegaron a Baler con varias medallas al mérito militar y casi dos años de campaña contra la insurrección”. En cuanto al hambre, “la fueron bregando como pudieron, se comieron todo lo que reptaba y volaba, incluso perros con sarna, caracoles, hojas de calabacera…” Para mantener la moral alta, “los oficiales permitieron cosas en principio prohibidas, como jugar a las cartas. Todos los días rezaban el rosario juntos y por las noches, cantaban, organizaban saraos, contaban chistes… En un lugar tan pequeño donde iban enfermando y muriendo compañeros, nunca perdieron el sentido del humor, hacían apuestas con la muerte sobre quien moriría antes, cosas que son únicas del carácter español”. Y concluye López de la Asunción: “Habían jurado defender una bandera y la defenderían pasara lo que pasara. Aquellos 35 supervivientes del sitio de Baler pusieron así punto final a más de tres siglos de soberanía española en Filipinas”.

Los héroes de Baler hoy

“Tengo el compromiso de conseguir que algunos ayuntamientos recuerden la gesta con monumentos y calles, algo impensable hace unos años, pero necesario para que el pueblo español mantenga viva la memoria de sus héroes”, explica López de la Asunción. El libro dedica un capítulo completo a esta actualidad. A raíz del primer centenario, el gobierno filipino declaró el 30 de junio “Día de la Amistad Hispano-filipina”, que celebrará cada año como Fiesta Nacional. La conmemoración del 120 aniversario trajo infinidad de actos en toda España, conferencias, exposiciones, monumentos, calles, conciertos y actos militares promovidos por el Ejército, los ayuntamientos y asociaciones culturales de sus localidades natales. A las esculturas y calles ya existentes, como “El sitio de Baler” en Vallecas, se han sumado nuevas obras. En 2021, en Miajadas (Cáceres), se inauguró una estatua a Saturnino Martín Cerezo. En enero de 2020 en Madrid el “Monumento a los héroes de Baler”, en Chamberí. El último ha sido el 1 de octubre a Marcelo Adrián Obregón en Villalmanzo (Burgos). Parece que, después de 120 años, los héroes cuentan con su reconocimiento en toda España.