Anécdotas de la Historia: Nikita Jruschov y la gallina de Stalin
Junto a Gueorgui Malenkov, el ex dirigente de la Unión Soviética mantuvo un encuentro con Stalin que no olvidaría, y que contaría en un discurso secreto
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Nikita sudaba tinta. Malenkov le miraba ajustándose los faldones de la chaqueta. «Virilidad, camarada Jruschov, virilidad», dijo. Ante ellos había una enorme puerta de dos hojas. Al otro lado, el Padrecito de los Pueblos. Bueno, ya era el Abuelito. Stalin estaba viejo pero daba más miedo que un bulto en la próstata. «Claro, Gueorgui –porque Malenkov tenía ese nombre de bailarín del Bolshói–, a ti todo te parece fácil», respondió Nikita pasando su mano por la frente. Los dos secuaces tenían que dar una mala noticia al faro de la revolución proletaria mundial. Y es que los camaradas corrientes y molientes se morían de hambre.
El secretario salió de sopetón. «El camarada Stalin les espera, camaradas», anunció. Hablar con él, ¡CON ÉL!, solo era fácil en aquellas veladas de alcohol, bromas pesadas y risas, cuando el dictador quería volver a ser Iósif, el hijo del zapatero, tomando unos vasitos con los viejos colegas de purga y gulag.
El Hombre de Acero aguardaba mirando por la ventana. Estaba de pie, lánguido, con las manos en los bolsillos. Parecía una escena de «Ciudadano Kane». El taconeo de Nikita y Gueorgui no le inmutó. Ni siquiera cuando Jruschov carraspeó. Mal asunto. Pasaron unos segundos de plomo. Stalin se volvió y tomó asiento sin decir palabra. Hizo un gesto con la cabeza y Malenkov dio un codazo a Nikita, que soltó: «Camarada Stalin, tenemos una crisis en la agricultura». Por cosas menores ambos bellacos habían llenado trenes con gente en dirección a Siberia.
Stalin despegó los labios. «¿Crisis? ¿Qué crisis?» Los dos petimetres comunistas recordaron que «crisis» era una palabra prohibida, propia de derechistas, como ese de la barba de chivo. Cómo se llamaba. Ah, sí, Trotsky. «Una crisis, camarada, no hay leche… no hay ni carne ni leche», se atrevió Nikita. La verdad es la verdad, la diga Lenin o su porquero.
«Eso no es correcto», corrigió Stalin sin inmutarse. «¡Malenkov! –gritó–. Tú que estuviste en Vínnytsia haciendo justicia proletaria a los ucranianos. Tú que mandaste ejecutar a los trece poetas contrarrevolucionarios en la cárcel de Lubianka, no puedes mentirme. A ver…», y le sostuvo la mirada. Gueorgui hubiera dado un cabriolé con medio tirabuzón de haber estado en el ballet de Moscú, pero subió la barbilla. «¿Producimos más o menos carne que antes?», preguntó Stalin con una sonrisa.
No cabía más que una respuesta. «Producimos más, camarada Stalin, mucho más», aseguró Malenkov. A lo que Nikita apuntó: «También yo digo que más». Stalin los miró alternativamente. «¿En serio? ¿Más leche? ¿Más carne?». «Sí, sí, camarada, los soviéticos nadamos en leche, y la carne revienta los puestos de racionamiento», dijeron los dos aspirantes a sobrevivir. «O sea –anótese que ésta era una expresión usada mucho por Iósif porque fue a un colegio de pago–, o sea, que no hay crisis». «Noooo, qué va, nuestros camaradas obreros, campesinos y soldados son cada día más robustos y felices», se atrevió Jruschov.
«Bien, no hay crisis. Pues decidlo de ese modo –sentenció Stalin–. Hay populistas y socialistas revolucionarios que podrían aprovechar estos errores. Yo sé lo que hace falta, que los campesinos paguen más impuestos». Nikita pensó que aquel dictador avejentado no veía a un camarada campesino desde hacía treinta años. Al menos uno vivo. El Zar Rojo llevaba encerrado mucho tiempo en su dacha alejado de la realidad, rodeado de guardianes y lujos. A ver quién era el valiente que le hacía la autocrítica a Stalin.
Jruschov y Malenkov salieron del despacho. «¿Te he contado lo de la gallina?», dijo Gueorgui. «No». «Cuentan que Stalin cogió una gallina –dijo bajando la voz–, y la desplumó entera mientras el bicho se retorcía de dolor». «¿Stalin sentía dolor?», preguntó Nikita. «No, la gallina», contestó el otro. «Luego tomó un puñado de maíz e hizo que la ponedora le siguiera». Malenkov se acercó más, casi al oído de su camarada y dijo: «¿Sabes cuáles fueron sus palabras?». «¿De la gallina?», inquirió Jruschov. «Sí, eso, de la gallina. Pues que así era el pueblo y que así se gobernaba». «Bah –espetó Nikita– eso es un rumor contrarrevolucionario». Salieron de allí. Abajo esperaban sus coches oficiales.
Tres años después de que Stalin marchara al Paraíso Comunista pagando un rublo al barquero, Jruschov pronunció un segundo discurso secreto en el XX Congreso del PCUS, un 25 de febrero de 1956, en el que contó la historia de la crisis y la conversación con Stalin para mostrar el alejamiento que el dictador tenía de una realidad de terror y miseria. No se hizo público hasta 1988.