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Antibióticos que salvan vidas

El descubrimiento de la penicilina por Fleming o el de las sulfonamidas por Domagk fueron claves en el control de infecciones, salvando miles de vidas de soldados

Cartel publicitario de Pfizer sobre la penicilina en la Segunda Guerra Mundial Archivo

En 1928, en el St. Mary’s Hospital de Londres, Alexander Fleming descubrió la penicilina. Este descubrimiento hizo posible la introducción de antibióticos que redujeron en gran medida el número de muertes por infección. Fleming era de origen escocés y en Londres se matriculó en la Escuela de Medicina del Hospital de Saint Mary en Paddigton, donde obtuvo su título de medicina con distinciones en 1906. En el mismo centro fue asistente de Sir Almoth Wrigth, quien trabajaba en el departamento de bacteriología con el virus de la fiebre tifoidea, especializándose Fleming en bacteriología. Entre 1900 y 1914 fue soldado raso en el ejército de voluntarios y en 1917 sería ascendido a capitán sirviendo durante la Primera Guerra Mundial en el Cuerpo Médico del Ejército Real con un papel notable en hospitales de campaña del Frente Occidental en Francia. Los dos descubrimientos de Fleming sucedieron en los años veinte después de la Gran Guerra en el laboratorio del Saint Mary.

Primero descubrió de modo casual la lisozima, un polipéptido que daña la pared celular de las bacterias, después de que la un estornudo cayese en una placa de Petri observando el crecimiento de un cultivo bacteriano y la desaparición de las bacterias unos días más tarde. Alrededor de 1928, trabajaba en el laboratorio con un Staphylococcus Aureus observando que las colonias bacterianas que se encontraban en la placa eran transparentes causado por una lisis bacteriana, es decir, la muerte de las bacterias existentes en la placa. Más tarde el hongo se identificó como Penicillinun notatum, capaz de eliminar las bacterias patógenas del Staphilococcus aureus. Aunque Fleming publicase su hallazgo en el «Brithish Journal of Experimenta Pathology» en 1929, lo cierto es que pasó desapercibido ya que la comunidad científica pensó que solo era válido para infecciones leves. La sustancia producida por este moho, posteriormente conocido como penicilina, se convirtió en un foco de interés para la creación de antibióticos. En 1940 dos americanos en Oxford, Howard Florey y Ernest Boris Chain purificaron con éxito la penicilina empleándola por primera vez para curar enfermedades bacterianas en ratones y realizándose los primeros ensayos en humanos. El catalizador principal del desarrollo del antibiótico fue la competencia existente entre los Aliados y las Potencias del Eje, liderados por Alemania, que ya había desarrollado un antibiótico, la sulfonamida Prontosil, derivada de los estudios del bioquímico Gerhard J.P. Domagk, quien comprobó que esta sustancia era muy efectiva para los estreptococos en los ratones, y empleado con su hija de seis años que padecía una infección de esta naturaleza.

Factor militar diferencial

Si bien el hallazgo de Domagk salvaba vidas, su perfeccionamiento entre 1942 y 1943 en los campos de concentración alemanes cruzaba las fronteras de la ética ya que se infectaba a prisioneros con Clostridium y Streptococos cortando la circulación y taponando las heridas producidas para comprobar su efectividad en los campos de batalla. También se utilizaron durante la Guerra Civil española, aunque el hecho es poco conocido: la experiencia se documentó en un estudio realizado en el Hospital de Vallcarca, Barcelona, por los doctores D’Harcourt, Folch y Oriol quienes publicaron los resultados en la «Revista de Sanidad de Guerra» en 1938.

Para tratar de curar las infecciones de soldados en los campos de batalla aliados se desarrolló la penicilina, primero producida en pocas cantidades, ya que en Oxford no existía la infraestructura necesaria para su desarrollo a gran escala. Los doctores Florey, Boris y Chain cedieron los resultados a Estados Unidos tras el bombardeo de Pearl Harbor, en Diciembre de 1941, y particularmente a la farmacéutica Pfizer. La penicilina alcanzó estatus de indispensable en el conflicto bélico porque curaba una amplia gama de afecciones. Dentro y fuera del campo de batalla conseguía poner de rodillas a la neumonía, a la faringitis estreptocócica, a la gangrena gaseosa, a la septicemia, a la meningitis espinal, a la escarlatina... El factor diferencial de poseer penicilina era incuestionable.

En junio de 1944, justo a tiempo para el Día D, las compañías farmacéuticas producían aproximadamente 100.000 millones de unidades de penicilina al mes, suficiente para suministrar de antibiótico a unos 40.000 combatientes estadounidenses y británicos, lo que salvaría la vida de miles de ellos, llegando incluso a salvar la del propio Hitler. El 20 de julio de 1944, Hitler sufrió un atentado en la Guarida del Lobo, Wolfsshanze, su búnker en Rastenburg, donde fallecerían cuatro personas. Aunque el Fürher sobreviviría gracias a la intervención de su médico, Morell, quien había conseguido penicilina estadounidense. Muchos fueron los avances médicos durante la II Guerra Mundial, los bancos de sangre y las trasfusiones, unidades médicas móviles MASH, placas metálicas para la curación del hueso y la rehabilitación, pero fue sobre todo el control de infecciones gracias a la penicilina lo que cambió el tratamiento de dolencias que antes eran mortales. Tras el fin de la guerra, Fleming recibiría el Premio Nobel en Fisiología y Medicina. El alemán Domagk había recibido el mismo galardón en 1939, y tuvo que rehusar obligado por el régimen nazi pero pudiendo recibirlo finalmente en 1947.