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Contracultura

Guerrilleros culturales: La cruzada moral para corregir el pasado (erre que erre)

Frank Furedi ahonda en su nueva obra en la «arqueología del agravio», o ese esfuerzo por demoler la identidad occidental

Cristóbal Colón, Abraham Lincoln, Winston Churchill y Williams Shakespeare
Cristóbal Colón, Abraham Lincoln, Winston Churchill y Williams ShakespeareAgencia AP

La guerra cultural existe. Otra cosa es que cerremos los ojos y nos tapemos los oídos para pensar que es una invención «facha». Esa batalla se inició a finales de los años 60 y llega al día de hoy. Su objetivo es conquistar las mentes de las nuevas generaciones, construir un único modo de pensar con un lenguaje, y motivar así un comportamiento político correcto y otro condenable. En España fue más tardío a pesar de la cansina obsesión de periodistas, profesores «comprometidos», culturetas y actores progres por reconstruirnos. Sus campos de acción son fundamentalmente el sexo, el género, la raza, la colonización, la religión, el idioma y las tradiciones. Detrás de todos estos campos de batalla está la «guerra contra el pasado», como cuenta Frank Furedi en su último libro, titulado precisamente así, y con el elocuente subtítulo de «Por qué Occidente debe luchar por su historia».

Furedi (Budapest, 1947) ha centrado su trabajo académico de los últimos años en la evolución cultural de las sociedades occidentales. El más impactante fue publicado en España en 2022. Se trata de «Cómo funciona el miedo. La cultura del miedo en el siglo XXI» (Rialp). Furedi expone en esta obra que los gobiernos actuales fomentan el pánico entre los ciudadanos –por ejemplo, al cambio climático o al fantasma «ultra»–, para que pidan protección al Estado y tener así más poder sobre sus vidas. El resultado es que, como ya apuntó el filósofo francés Bertrand de Jouvenel, sacrificamos nuestra libertad para que el Leviatán nos proteja.

En su última obra, Furedi parte de la constatación de que todo el legado de la civilización occidental se ha convertido en un campo de batalla. Presenciamos un ataque a los valores, símbolos y logros del pasado en una «frenética cruzada moral», dice. El objetivo es que la gente se avergüence de sus orígenes y de quiénes son; en suma, demoler la identidad occidental. Esta campaña ya no es cosa de cuatro activistas, sino de instituciones públicas y privadas que repiten y extienden ese desprecio al pasado. En este empeño todo se reinterpreta desde la moral obligatoria actual o se condena. Nada ni nadie se salva. Las peticiones de cancelación van desde Shakespeare por «misoginia negra», a Lincoln por «condescendencia» hacia los negros, a Colón por «genocida», o a Churchill por «colonialista». Esta guerra contra el pasado se vuelca precisamente sobre las nuevas generaciones, a las que se adoctrina para deshacer la identidad occidental y hacer ingeniería política.

Viñeta
ViñetaJae Tanaka

¿Adoctrinar o educar?

La obra de Furedi tiene hallazgos conceptuales muy útiles. Habla de «arqueología del agravio» para referirse a la transformación de la tarea del historiador, que ya no busca saber qué ocurrió en el pasado, sino que se dedica a desvelar «injusticias» pretéritas. Lo contaban Helen Pluckrose y James Lindsay en «Teorías cínicas» (2024). La investigación universitaria que se premia, escribían esos dos, es la que se dedica a deconstruir la historia, la ciencia y la razón porque se consideran instrumentos del pasado para la opresión. En cambio, lo que se financia y difunde es el desagravio a los colectivos victimizados, como las mujeres, las personas no blancas, o las LGTB. Esos «arqueólogos del agravio» no quieren hacer ciencia, sino ajustar cuentas. Su arma es el idioma, como ya señaló Orwell en «La corrupción del lenguaje» (2023) siguiendo el canon de «1984», con la creación de nuevas palabras y la prohibición de otras consideradas «opresoras» para la «neolengua».

Otro concepto indispensable de Furedi en el libro es el de «ideología del Año Cero». Los destructores del pasado parten de que la historia es una acumulación de errores, fracasos y opresiones, y que su moral canceladora va a inaugurar una nueva era, el «Año Cero». En su relato solo se salvan las «ocasiones perdidas», como aquí en España la Segunda República, cuya utilidad es ahondar en la idea de historia fracasada. Esta ideología se basa en la supuesta superioridad moral del presente sobre el pasado para la creación de un Hombre Nuevo, que ha sido el sueño de los totalitarios desde Rousseau y la sangrienta Revolución Francesa a Stalin, Mussolini y el transhumanismo, como señaló Dalmacio Negro en «El mito del Hombre Nuevo» (2009).

La «paradoja del pasado» es otro concepto de Furedi en el libro. El autor lo usa para describir la incoherencia de los destructores, que se dedican a oprimir, prohibir y cancelar para supuestamente resarcir la opresión, prohibición y cancelación pasada. Así, dice Furedi, no critican el sistema de dominadores y oprimidos, sino que buscan intercambiar los papeles. En este sentido cuentan la historia para adoctrinar y moralizar, no para educar. El pasado es usado para separar entre presuntos herederos de los opresores y de las víctimas, y cobrar autoridad política sobre el adversario. De esta manera, tras décadas de guerra cultural, la vida política contiene una buena dosis de «cruzada moral» para corregir el pasado. Esa batalla es perpetrada por lo que Furedi llama «guerrilleros culturales».

Esos «guerrilleros» están en la prensa, la educación, la cultura y la política, y moralizan sobre el pasado para victimizarse y sacar un rendimiento. La izquierda y los nacionalistas lo hacen en España contando una historia de nuestro país como un enorme fracaso que ha dejado una lista interminable de agraviados. Para eso niegan la nación española, sus símbolos, señas de identidad y logros, como la Hispanidad, y se dedican a la «arqueología del agravio» como la memoria histórica y el victimismo nacionalista y progresista. En Estados Unidos, el Reino Unido o Francia, por ejemplo, es más una cuestión racial, y esa «paradoja del pasado» se aprecia por el desprecio cultural al hombre blanco heterosexual occidental y cristiano de clase media y alta.

Esta guerra se libra fundamentalmente en la escuela desde que se impuso la pedagogía progresista encargada de transmitir, no el poso de conocimiento de las generaciones anteriores, nos cuenta Furedi, sino una forma crítica de ser ciudadano desmontando el pasado. Las instituciones educativas, escribe el autor, son a menudo «cómplices de desposeer a los jóvenes de su herencia cultural» en aras de la construcción de «ciudadanos inclusivos» que se avergüencen de Occidente. Furedi apunta finalmente que es preciso combatir esta destrucción contextualizando la historia a su tiempo moral, y además recuperando los logros civilizatorios más importantes de nuestros antepasados que conforman la identidad occidental. Sentirse orgulloso por la buena herencia no es ser un facha.