Irse «a la Cochinchina» hasta Borneo y Camboya
Se publica «Conquistas prohibidas», un libro realmente sorprendente del paso de los españoles por lugares tan recónditos por entonces como Borneo y Camboya en el siglo XVI
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El vasto mundo de los dichos populares nos dice que «irse a la Cochinchina», o referirse a alguna cosa que «está en la Cochinchina», es sinónimo de aludir a un sitio tan desconocido como lejano. Lo explica así la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA): «Uno se puede ir de viaje lejos. Luego puede irse de viaje más lejos aún. Pero sólo cuando se ha ido a la Cochinchina el interlocutor entenderá que está realmente en un sitio tan raro y lejano como para no seguir preguntando más».
Todo el mundo asentirá tras leer esta definición, pero tal vez pocos sabrán que el nombre de Cochinchina (o Conchinchina, no se sabe cuándo ni por qué se le añadió una ene) es hoy el sur de Vietnam y, mucho menos, que España tuvo una relación directa con la zona al apoyar la iniciativa de Francia de anexionar ese territorio, en el delta del río Mekong y llamado originalmente Annam, que los galos rebautizaron como Cochinchine. En un año muy reciente, un libro escrito por un militar que presenció todo aquello –fue segundo jefe de las tropas españolas destinadas en esa zona, de 1858 a 1863– y que se publicaría en Cartagena en 1869, el mariscal de campo Carlos Palanca Gutiérrez, titulado «Reseña histórica de la expedición de Cochinchina» (Miraguano, 2015) reavivó ese episodio prácticamente olvidado.
Tal olvido era denunciado por Alejandro Campoy Fernández, oficial del Ejército de Tierra en activo, en una breve pero muy completa nota al comienzo del extenso volumen, dado que semejante y exótica expedición apenas está reflejada en los libros de estudios secundarios; se dedica, como mucho, «algún párrafo a esta hazaña bélica que desgarró la vida de más de mil españoles en tierras ajenas y hostiles y que no tiene la conmemoración histórica que a todas luces merece».
Pero ¿de dónde partió la decisión de que las tropas españolas alcanzaran una región tan lejana, tanto en lo geográfico como en lo que respecta a sus intereses políticos o económicos por aquel entonces, como el Reino de Annam durante la segunda mitad del siglo XIX y que, asimismo, iba a constituir el comienzo de la colonización gala de Indochina? Campoy lo resume del siguiente modo: «La participación de España en la guerra de la Cochinchina es consecuencia del compromiso internacional que adquirió nuestro país con la firma del Tratado de la cuádruple Alianza compuesta por Gran Bretaña, Portugal y Francia. Las ambiciones mercantiles y comerciales de este último país demandaron la colaboración del nuestro y requirió la cooperación de un contingente español acuartelado en Filipinas, compuesto por más de 1.500 soldados españoles y tagalos».
Ir más allá
Fue un acto valiente aquel, como lo refleja el hecho de que durante seis meses varias docenas de soldados españoles en Saigón resistieran tenazmente las embestidas del enemigo, a la espera de que llegaran refuerzos franceses, y un acto sacrificado sin rédito alguno de ninguna clase; de hecho, el resultado sería sangriento por el número de bajas sufridas, que se añadirían a los asesinatos previos de diversos misioneros españoles por orden de los mandarines locales. Al fin, se firmó un tratado en 1862, entre Francia, España y el Reino de Annam, por el que Francia recibía varias provincias annamitas y España, una indemnización de guerra por su participación en un conflicto bélico que había empezado en 1858.
Pues bien, el libro que presentamos a continuación tiene mucho de este ejemplo de Cochinchina: «Conquistas prohibidas: Españoles en Borneo y Camboya durante el siglo XVI», es decir, se trata de un texto por completo desconocido y reproduce, por decirlo con el subtítulo, las «relaciones de viaje, memoriales y breve y verdadera relación de los sucesos del reino de Camboya de fray Gabriel de San Antonio». Una historia, así las cosas, de conquistas, poder y dominio, sobre, también, la aventura española en ultramar que ha editado el académico Juan Gil, que destaca nada más empezar que «a nadie se le oculta que el ímpetu conquistador de los españoles», puesto que, «lejos de detenerse en las islas llamadas Filipinas en honor de Felipe II, hizo suyo el emblema de Carlos I, Plus ultra, y quiso ir más allá, sometiendo a su dominio las islas y tierras comarcanas».
La mirada histórica y filológica de Gil quedó reflejada en el hecho de que fue asesor del Pabellón del Siglo XV de la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Este catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, y licenciado en Filosofía y Letras, además de catedrático de instituto, profesor de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de esa misma especialidad en la Universidad de Sevilla, ha sido pionero de los estudios del latín medieval en España, con trabajos sobre el latín de los visigodos y los mozárabes, y entre sus especialidades destaca la especial atención a la historia de Cristóbal Colón en tres libros. En resumidas cuentas, estamos ante un experto en los asuntos que presenta en «Conquistas prohibidas», en que se centra en las expediciones militares enviadas a Borneo y a Camboya.
Estas fueron auspiciadas por sendos gobernadores, Francisco de Sande y Luis Pérez das Mariñas, en un contexto en que la religión tenía una trascendencia social y diplomática absolutas. De esta manera, Sande «exigió al sultán de Brunei que prohibiese en sus dominios la enseñanza del Corán. En definitiva, “la predicación del Evangelio” fue “el designio principal de Vuestra Majestad y de sus católicos antecesores”, como Guido de Lavezaris [maestre de Campo y Contador de la Armada que descubrió las Islas del Poniente, en Filipinas] recordó al rey el 25 de julio de 1567». Pero Felipe II no necesitaría tales indicaciones, pues él mismo explicó, prosigue relatando Gil, «el motivo que lo impulsaba a prolongar sus dominios por el Sureste asiático».
Un imposible imperio asiático
Las instrucciones del monarca, dirigidas a Francisco Tello, el gobernador entrante de Filipinas, versaban sobre esta y «otras islas de aquel gran archipiélago, cuya latitud tiene más de 900 leguas y más de 500 de longitud, sin los grandes reinos circunvecinos de que están rodeadas las dichas islas de tierra firme: China, Cochinchina, Champá, Camboya, Sian, Patán y otros». Y en efecto, esta busca de dominar el mundo procedía de «un purísimo y filantrópico deseo: la salvación de unas almas, que, ciegas por la idolatría están, consecuentemente, condenadas al fuego del infierno». Así, Felipe II se veía impelido a extender «lo más posible su poderío por el universo mundo: la razón por la que se permitió avizorar ya la cristianización –es decir, la sumisión– de los reinos vecinos a las islas Filipinas».
El problema es que esta ideología tan «buenista», como se diría ahora, derivó en abusos de todo tipo en esta empresa imperialista-religiosa. En todo caso, en el libro se habla de Sande (que venció, al sultán de Brunéi) y Pérez das Mariñas (que lideró la segunda campaña), pero también de los testimonios de los soldados, como Juan Juárez Gallinato o Miguel de Jaque, más los de diversos religiosos que vieron cómo los españoles intentaron conquistar Camboya y Borneo. Sobre todo, el lector conocerá la figura de fray Gabriel de San Antonio, si bien escribió sobre determinados hechos sin haberlos presenciado en persona. Fue al volver de Filipinas cuando este fraile publicó en Valladolid la «Breve y verdadera relación de los sucesos del reino de Camboya» (1604).
Se trataba de construir un imperio, similar al americano, desde la base filipina, en tierras asiáticas, pero este tipo de iniciativas no acabaron de cristalizar, dentro además de un ambiente bélico generalizado en la zona, dado que durante todo el siglo XVI, refiere el editor, además de la amenazadora intimidación de los piratas chinos y el afán expansionista de Portugal y Japón, los reinos de Pegú, Arakán, Siam, Laos, Champá y Camboya estaban fuertemente enfrentados, hasta que la victoria de Siam hizo que Camboya quedara destruida. En este embrollo guerrero el plan español era apoyar al rey camboyés, que se supone que quería pasarse a la fe católica, pero se fracasa en el intento, y además con el agravante de que los soldados españoles debieron huir en condiciones espantosas, sufriendo sed y hambre, hasta que pudieron alcanzar el Mekong y luego, por medio de naves, llegar al comienzo de la salvación tras una aventura tan ambiciosa como estéril, y pisar la Cochinchina.
Guerrear en Siam y Camboya
En la bibliografía reciente en español sobre el tiempo expansionista que vivió Castilla no faltan estudios. En el año 2008 se publicaba, en edición de Ramón Clavijo Provencio y José López Romero, «Viaje de las Indias Orientales y Occidentales (editorial Espuela de Plata). En este trabajo, firmado por un historiador y un doctor en Filología Hispánica de la Universidad de Sevilla, se abordaba la vida de un hombre que, con tan sólo dieciocho años, Miguel de Jaque de los Ríos de Manzanedo se embarcó, en calidad de alférez, en el puerto de Sanlúcar de Barameda para recorrer las Indias. Ha pasado justo cien años de la fecha clave que cambiará el mundo; es 1592, y este joven emprenderá dos viajes. Es más, interviene tanto que participa en la guerra entre el rey de Siam y el de Camboya, además de ofrecer una mirada por toda América hasta llegar al Perú. Se trata de un relato que hasta que vio la luz no se conocía por parte del público lector, pues había quedado olvidado durante décadas en dos bibliotecas de ciudades separadas por miles de kilómetros: Jerez de la Frontera y Nueva York.