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Contracultura
Estados Unidos vive una polarización extrema, lacerante. Las estrellas del periodismo del campo demócrata todavía no asimilan el golpe de la victoria de Donald Trump mientras que los influencers de la nueva derecha exploran los límites del pendulazo político. En mitad de la crispación, el exitoso humorista «progre» Bill Maher aceptó el reto de cenar con el presidente –que le había insultado de manera salvaje a lo largo de los años– y descubrió que Trump es una persona cálida, inteligente y con sentido del humor. Luego explicó la experiencia en un tronchante monólogo de trece minutos que tiene casi cuatro millones de visionados solamente en YouTube. «Trump nos hizo un tour por toda la Casa Blanca, incluida la ‘‘salita de las mamadas’’ de Bill Clinton, que ahora se usa para guardar el merchandising de ‘‘Make America Great Again”», explicó Maher en su alocución, seguramente la primera que hizo reír igual de fuerte a demócratas y republicanos.
Este podría ser un ejemplo de uso benevolente del humor como herramienta política. En el extremo contrario, encontramos la reciente operación sanchista para saturar la parrilla de Televisión Española de cómicos afines con los que colocar su mensaje progresista a los espectadores. ¿Es aceptable que se utilicen millones de dinero público en una cadena que no necesita anuncios para machacar tu agenda gubernamental? El último y más claro ejemplo: esta semana en «La Revuelta» de David Broncano invitaron al ingeniero Jorge Morales para defender la tesis presidencial de que el apagón del 28 de abril era un sabotaje. «Hay intereses económicos detrás. No suele haber casualidades», dejaba caer, sugiriendo que la derecha era responsable. «Lo que es importante es que en menos de 24 horas ya estaba todo restablecido», apuntó. Por si fuera poco, recordó que en el apagón de Texas en 2020 «hubo ciudadanos que pasaron más de dos días sin electricidad». Le faltó comentar que deberíamos dar gracias al cielo por tener a Pedro Sánchez en vez de a Donald Trump.
Otros profesionales como Marc Giró, Henar Álvarez e Inés Hernand llenan los minutos catódicos de nuestra televisión pública con monólogos, comentarios y posicionamientos difíciles de distinguir del argumentario cotidiano de Moncloa. Especialmente Marc Giró, que con su naturalidad cosmopolita un día denuncia una presunta catalanofobia extendida en España, otro nos intenta convencer de que el franquismo sigue vivo y al siguiente se burla de las personas partidarias del control migratorio, como si fueran lunáticos fuera de este mundo. De Hernand hay poco que decir, ya que es famosa por pedir abiertamente el voto para los partidos progresistas en un directo de TVE durante el Orgullo Gay en Callao o por llamar «icono» al presidente cuando se lo cruza en una alfombra roja.
Lo mismo para Henar Álvarez, representante del feminismo gubernamental que presume en sus chistes de tener tan sucio el baño que prefiere usar el del bar de abajo o confiesa recoger tan poco a su hijo en el colegio que su profesora no la reconoce. Su programa, «Al cielo con ella», se estrenó el pasado 8 de marzo, coincidiendo con el Día de la Mujer, confirmando la coincidencia de la agenda política y mediática del gobierno. Estamos ante un grupo generacional llamado a batir el récord de dogmatismo de Gila, que en cada elección amenazaba con exiliarse si no ganaba el PSOE. El sanchismo no se conforma con controlar los imaginarios del presente, sino que también necesita modular los del pasado. Por eso desde Televisión Española han decidido poner un cartel en las películas de «Cine de barrio» que dice «las circunstancias contenidas en esta película se enmarcan en una época determinada y deben ser entendidas en el contexto social de dicha época».
El director del ente, José Antonio López, opina de este rótulo trata de «no banalizar la violencia física contra las mujeres, la homofobia o el perpetuamiento de roles machistas» que tienen estos filmes. «Todo bajo una capa de humor paternalista inspirada en los valores del franquismo que llenan estas películas españolas de los años 60», explicó en Twitter. Un comentario curioso cuando buena parte del público de estas películas –incluso hoy– son gays y mujeres. ¿Les protege de algo este cartel? Casi todos los títulos emitidos son comedias costumbristas sobre las clases bajas españolas, por ejemplo las populares andanzas de Paco Martínez-Soria.
Algunos pueden preguntarse si la derecha no manipula el humor de forma cuestionable. Seguramente los progresistas podrían señalar el contenido político de comedias del estilo "Como dios manda", donde Leo Harlem interpreta a un funcionario cincuentón incapaz de adaptarse a los criterios del mundo woke. Cuando dos lesbianas le explican que van a casarse, su respuestas es que «menuda casualidad» que los enlaces de dos amigas se produzcan el mismo día. En realidad, lo que retrata la cinta, como las de Martínez-Soria, es la incapacidad de los españoles de adaptarse con rapidez a los cambios sociales vertiginosos de Occidente desde el siglo XX, lo cual no es necesariamente negativo. Santiago Segura ha triunfado a lo grande con sagas y taquillazos que retratan a los españoles tal y como somos, en vez como deberíamos ser, algo que molesta a sectores culturales progresistas, que califican sus películas de casposas y chabacanas.
En una intervención el año pasado en el Foro de La Cultura de Valladolid, la guionista y productora Laura Caballero reconoció que es probable que las comedias sean más influyentes a la hora de marcar nuestros comportamientos cotidianos que cualquier discurso político. No es una voz cualquiera, sino alguien que ha impulsado –junto con su hermano Alberto– programas que son fenómenos sociales como «La que se avecina», «Aquí no hay quien viva» y «Machos alfa», entre otros. «Es verdad que ahora reírse es un deporte de riesgo. Algo de vacuna tenemos que tener cuando La que se avecina tiene sesenta millones de reproducciones en plataformas en el último año. Podemos meternos en jardines gracias al apoyo de tanta gente y al cariño que han cogido a los personajes. Si estuviéramos empezando de cero ahora no sé si podríamos presentar a alguien como Antonio Recio», explica sobre un antihéroe tan rancio como entrañable. No lo dice de manera explícita, pero se puede leer entre líneas que los valores progresistas solo pueden cuestionarse cuando hay un fuerte apoyo del público detrás.
En su célebre monólogo sobre cenar con Trump en Washington, Bill Maher explica lo que más le llamó la atención sobre tratar al presidente en persona. «Donald Trump se ríe. Nunca se le ha visto hacerlo en público, pero se ríe, incluso se ríe de sí mismo. Y no es una risa falsa: he sido cómico durante cuarenta años y sé reconocer una risa falsa», dijo. Nada nos hace conectar más ni estar tan abiertos a la comunicación como compartir una carcajada con alguien. Quizá deberíamos usar ese milagro para mirarnos con más caridad unos a otros en vez de utilizarlo para sembrar discordia política entre compatriotas.
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