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Marta Robles

Jaime Beriestain: «La imaginación es saber cambiar las cosas de lugar»

Está renovando el antiguo Ritz de Madrid, defiende la artesanía y tiene a la imperfección y la luz como unas de sus principales herramientas

Jaime Beriestain / Foto: Manolo Yllera
Jaime Beriestain / Foto: Manolo Ylleralarazon

Ha renovado el antiguo Ritz de Madrid, defiende la artesanía y tiene a la imperfección y la luz como unas de sus principales herramientas.

Jaime Beriestain posee el don del buen gusto. Se nota en su manera de hablar, en cómo se viste y hasta en su sonrisa. Pero más allá de sus perfectas formas y de su apostura impecable, Beriestain es uno de los mejores interioristas. Chileno de nacimiento, barcelonés de adopción y reconocido como mejor interiorista de 2016 por la revista «Architectural Digest», lleva dos décadas atrincherado en su cuartel de la Ciudad Condal. Desde allí, desde su estudio, dirige grandes proyectos internacionales como la renovación del Palace Hotel (el antiguo Ritz de Madrid) o el nuevo y espectacular hotel Hilton de Tánger. Entre sus secretos, ese tan poco habitual en el siglo XXI, de rendir tributo a lo que envejece: «Prefiero utilizar una madera de pino económica que una madera plástica, porque al final, pasan los años y mientras todo envejece eso que permanece inalterable produce una sensación muy extraña». Aunque no sé si solo lo aplica a los materiales o también a las personas (ríe). «También me parece raro que la gente se quede inalterable. Prefiero un Clint Eastwood o una Audrey Hepburn, ambos sin operar y guapísimos».

Imprescindible empezar la charla por ahí, por la imperfección –que a ambos nos interesa tanto– para entender su particular manera de interpretar el interiorismo. «Ya sabes que los japoneses hablan del Wabi-Sabi y de cómo la imperfección de las personas puede hacerlas más bellas». Y eso tiene mucho que ver con los materiales. Roma, por ejemplo. ¿No es maravillosa? Todo el color de esas calles que se caen tienen tanta belleza...» Sin llegar a tanto, todos querríamos que nuestro universo particular, nuestra casa, tuviera esa magia. Y supongo que existen unas recomendaciones para conseguirlo. «Yo creo que lo primero que tiene que hacer la propia persona es una análisis de cómo vive y de cómo quiere vivir. De lo que necesita, lo que le falta y con lo que sueña. A partir de ahí, la primera recomendación es limpiar, ordenar y tirar. Sobre todo, descartar lo que no le pertenece. Hay casas que se convierten en las de otros, que van incorporando objetos de vidas que nada tienen que ver con la nuestra, a partir de regalos que nos traen o de todo eso que uno mismo deja en cualquier parte tras un viaje. Al final esas casas se acaban convirtiendo en containers de lo ajeno y siendo una exposición de los diferentes espacios recorridos, que nada tienen que ver con quienes las habitan. Una casa tiene que representar la personalidad del propietario y hacerle vivir con comodidad». Ambas cosas son indiscutibles.

Un momento de relajación

Pero empezando por la confortabilidad, es preciso saber que las prioridades de cada cual no son necesariamente las mismas. «Por eso, cuando se empieza un proyecto hay que preguntar, conocer al que lo va a a habitar. Para mí, por ejemplo, es esencial la luz y no solo para que podamos mirarnos con atención en el cuarto de baño, sino también para invitarnos, de repente, a un momento de relajación o de conversaciones intensas, o para facilitarnos que podamos trabajar. Incluso si queremos hacer una maleta conviene que haya una luz en el armario para elegir el color». La luz que ilumine esos espacios donde solo quede lo importante después de haber ordenado y tirado. «Así es. Hay que deshacerse de lo superfluo antes de pensar en un concepto». ¿Concepto? «Es vital saber elegirlo y ceñirse a él. Si es una casa de playa, el concepto puede ser el marino. A partir de él, hay que empezar por la pintura, por elegir el color. Los colores provocan emociones y despiertan estados de ánimo. Y luego por cambiar las bombillas led muy blancas por otras también de bajo consumo pero más cálidas, que pueden crear un ambiente bonito en tu casa. Y no hay que gastarse mucho dinero: una persona con una idea clara puede decorar su casa con buen gusto, con unos muebles resultones de Ikea. La imaginación es saber usar los materiales y cambiar las cosas de lugar».

Así empezó el propio Beristain, cambiándolas en su casa, de niño. «A los 6 u 8 años movía los muebles de mi cuarto, del salón, y entonces llegaba mi madre y me decía “¿otra vez?”. Ahí me di cuenta de que hay mucha gente que no sabe los muebles que tiene y cómo cambia una casa si los mueve un poco». Eso a los 6 años. A los 19 ya andaba rodeado de profesionales del interiorismo, fascinado al ver cómo se podían transformar los espacios y trabajando estrechamente con artesanos de todas las disciplinas. «El trabajo artesanal de los tapiceros, marmolistas y carpinteros siempre me resultó especialmente interesante. Me da miedo pensar que se pueda perder ese inmenso patrimonio de los oficios».

Y es que, según Beriestain en la artesanía está la diferencia. Y también en esos pequeños detalles donde Mies Van Der Rohe decía que se encontraba Dios. «Dios y el diablo no se tienen en cuenta», apunta el interiorista. Cuando yo llegué a España en el 99 la mayoría de los restaurantes tenían luces halógenas o fluorescentes y parecían cantinas ¡y luego la factura no era de cantina, aunque la luz fuera de eso y las sillas súper incómodas! Y no podías conversar, como estamos haciendo ahora: había que gritar y cada uno lo hacía más fuerte que el otro. La gente agradece que en mi restaurante de Barcelona haya unas espumas absorbentes que amortigüen el ruido y eviten tener la cabeza reventada». Un restaurante que es otra de las patas de su empresa, donde trabaja un buen número de empleados. «Somos casi 70 personas en el grupo. Tengo varias compañías: el despacho de arquitectura donde somos casi treinta entre arquitectos, interioristas, gráficos, artistas, ese pequeño restaurante con un ''concept store'', donde hay también un grupo importante y una pequeña compañía de gestión de proyectos».

Está claro que en el trabajo de este genio de la transformación de espacios son primordiales la organización, la calidad y la técnica, pero también esa poesía de las cosas, que le llevó a plantar flores que atraen mariposas en la terraza del piso de Barcelona de Ron Wood, el guitarrista de los Stones (sonríe). «También restauramos los techos pintados de ''trompe l’oeil'' de su casa y preservamos su mundo, con su lámpara en forma de guitarra...» No me la imagino en casa del propio Beriestain. «No –confirma el interiorista con otra sonrisa–, pero en la de Ron Wood, sí. Cada casa debe ser la casa de cada cual, no una exposición de objetos». Cada casa y cada huerto. Como el suyo del Vallès, su lujo particular. «Sin duda es un lujo poder cosechar mis propias verduras y poder relacionarme a otro ritmo con la naturaleza».