"Ex maridos": los únicos ricos tristes de Nueva York
Noah Pritzker dirige a Griffin Dunne en una dramedia sobre el trauma generacional de la soledad sobrevenida
Madrid Creada:
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Cantaban Simon y Garfunkel, que de tristeza y de Nueva York sabían bastante, aquello de “súbete al avión en hora y baja a México”. Y es que “The Only Living Boy in New York”, además de una película pésima que protagonizaron Pierce Brosnan y Callum Turner hace unos años, es la canción del mítico dúo que parece articular, quizá sin querer, la epatante “Ex maridos”, que llega esta semana a nuestras carteleras tras pasar por la Sección Oficial del último Festival de San Sebastián. Así, entre los “blues” de la quinta avenida y los corridos del cenote, el tercer largometraje de Noah Pritzker, que poco a poco parece haber encontrado su voz como cineasta, se convierte en una elegía generacional por el dinero viejo y los lloros contemporáneos de aquello que nuestros ancestros conocieron como clase media alta.
“Después de “Quitters” pasé por una especie de bloqueo creativo y, cuando quise empezar a escribir, me tiraron muchos proyectos abajo. Casi todo era para televisión, eso sí. De hecho, me llegué a plantear si era lo que quería hacer con mi vida, perderla desarrollando proyectos que jamás verían la luz. Así fue como empecé a escribir “Ex maridos”, planteando algo más básico, más minimalista. Poco después le hablé a Griffin (Dunne) del proyecto y empezó una amistad muy bonita”, explica por videoconferencia el director, que tras la citada “Quitters” (2015) y “Approaching a Breakthrough” (2017), se alía ahora con el que fuera protagonista de “Un lobo americano en Londres” para retratarle como un hombre sobrevenido por la vejez: el deterioro de su padre se le junta con un divorcio inesperado, al que hay que sumar la depresión crónica en la que vive el mayor de sus hijos, a punto de casarse. Ley de vida hecha filme.
“La palabra privilegio no salió demasiadas veces en nuestras conversaciones, porque no estamos hablando de “Succession”. Creo que si la gente logra identificarse con estos personajes será por una cuestión más familiar que de clase”, confiesa Dunne, que aquí vuelve a reunirse con Rosanna Arquette tras “enamorarse” de ella por primera vez en 1985, en la “Jo, qué noche” de Martin Scorsese. “La película, más allá de las circunstancias estructurales, pasa porque todos estos hombres, de algún modo, se acaban convirtiendo en hombres divorciados, que era el título original del proyecto”, añade, sobre un filme cuyo reparto completan Richard Benjamin como su padre y James Norton y Miles Heizer como sus infelices hijos.
La excusa para que los engranajes de la brecha generacional echen a rodar pasa en “Ex maridos” por un viaje a Tulum, en todo el Yucatán mexicano. El mayor de los hijos del protagonista se lleva a todos sus amigos, y a su hermano, de despedida de soltero mientras el personaje de Dunne, entre lo despistado y lo vergonzoso, se acaba uniendo por casualidad. Por la brisa o la sal caribeña, el viaje se convertirá en una experiencia compartida de duelo por abrasión, una especie de retablo completo y tríptico del hombre contemporáneo: “No he hecho esta película porque falten perspectivas masculinas sobre el divorcio, no tengo una agenda, simplemente quería reflejar problemáticas del hombre moderno”, explica meridiano el director.
“La primera vez que estuve en Tulum fue hace unos veinte años, y no era más que un apacible pueblo de pescadores. Ahora no. Todo se ha transformado. Tulum se ha convertido en un destino de fiesta, en una mole pensada para el ruido. No sé si es el mejor lugar para rodar una película, pero sí el más adecuado para acercarte a tu elenco”, bromea Dunne, que añade que el rodaje se convirtió en una despedida de soltero continua. Por desgracia, ello acaba lastrando de algún modo el segundo acto de “Ex maridos”, que solo salva la interpretación de Heizer (al que muchos descubrimos en la serie “Por 13 razones”) y que, por momentos, y entre escarceos sexuales y borracheras puntuales, se aleja del interesante foco del que parte y donde termina la tesis del filme: a estar solo se aprende.
“En muchos aspectos, creo que esta es una película sobre la agencia y la independencia, sobre esa sensación sobrevenida que, dependiendo de la edad, nos pega de pronto y nos dice que no somos tan distintos de nuestros padres como creemos”, añade un Pritzker que, sin llegar a alcanzar la excelencia, firma una de esas películas que van creciendo en uno con el paso del tiempo y a la que, probablemente, volveremos cuando el realizador termine de afinar su ya exquisito diseño de personajes.