Música

Las canciones que Bowie, Freddie Mercury, Johnny Cash y Leonard Cohen escribieron cuando sabían que iban a morir

Alberto Manzano recoge en el libro “El rock de la muerte” la historia de los discos que seis genios de la música escribieron cuando habían recibido un diagnóstico letal

David Bowie actúa en el concierto de homenaje a Freddie Mercury en Wembley, en 1992
David Bowie actúa en el concierto de homenaje a Freddie Mercury en Wembley, en 1992Dylan MartinezREUTERS

Cuando Freddie Mercury recibió la noticia, fue como meterse en el bolsillo, doblado en un papel con membrete de hospital, una sentencia de muerte. Eso era exactamente el sida en 1987. David Bowie supo enseguida que su cáncer hepático era letal y que apenas le daría tiempo a ver en las tiendas «Blackstar», el disco en el que se puso a trabajar de inmediato. Johnny Cashgrabó sus últimas 50 canciones sentado en la silla de ruedas, con la cara como un balón de fútbol viejo y un glaucoma apremiándole. Según le reveló a su amigo Alberto Manzano, Leonard Cohen apenas se podía mover de la cama cuando trabajaba en «You Want It Darker» antes de que dejar este mundo. Como ellos, George Harrison y Warren Zevon también acometieron la grabación de un disco sabiendo que estaban cerca del final. Manzano, reconocido por traductor y estudioso de los poetas del rock, analiza en un libro, «El rock de la muerte» (Cúpula), las obras postreras (y alguna póstuma) de estos grandes de la música.

Es hora de romper un tópico: en la historia de la música se han hecho más célebres quienes no se supieron morir, el Club de los 27, por ejemplo, que quienes han llegado al final de sus vidas con plenitud y en paz consigo mismos. Así que, aunque hablar de discos en el filo de la existencia pueda parecer una materia más bien macabra, no lo es en absoluto: «Es un libro muy revelador para mí, porque trata de que la aceptación es necesaria para irse en paz. Han tenido una vida plena y se van sin hacer aspavientos, sin grandes dramas, escribiendo canciones como han hecho toda su vida», dice el autor. «Estas seis personas son un buen ejemplo de que tener una vida espiritual es muy importante para engranar la muerte en nuestra conciencia», explica. Cada uno profesaba unas creencias, bien diferentes, que les conectaban con lo espiritual: Mercury, el zoroastrismo; Harrison, el hinduismo; Cash, el cristianismo y Cohen, de origen judío y admirador de Jesucristo, el budismo zen: «La vida y la muerte van cogidas de la mano y su formación espiritual les ayudó a preparar la conciencia con el engranaje de la muerte cuando les fue diagnosticada una enfermedad terminal».

Freddie Mercury en la versión inédita de la canción
Freddie Mercury en la versión inédita de la canciónlarazon

Tomemos el caso de Freddie Mercury. Para el último disco de Queen, “Innuendo” (1991) su estado de salud era ya muy malo. Apenas podía andar. Y sin embargo, quiso dejar un mensaje vital en forma de una de las canciones más importantes de la historia de la banda: “The Show Must Go On” cobra un doble mensaje en el contexto vital de Mercury. Y la letra dice: “Que siga el espectáculo / Por dentro se me parte el corazón / Quizá mi maquillaje se agriete / Pero seguiré sonriendo / Mi alma está pintada / Como las alas de las mariposas / Puedo volar, amigos”. Ese era uno de los mensajes que, un cantante ya muy debilitado y que había perdido la vista, quiso dejar de viva voz. Como cantaba en “Innuendo”, con el peso de la existencia que se desvanece: “Si hay Dios o cualquier clase de justicia bajo el cielo / Si hay un porqué, si hay una razón para vivir o morir / Si hay una respuesta a las preguntas que siempre nos hacemos / Oh, sí, seguiremos intentándolo / En la cuerda floja / Sí, seguiremos sonriendo / Y lo que deba ser, que sea”. Como asegura Manzano, en la voz y en las palabras de Mecury “no hay una agonía sino tan solo “buen rock & roll”.

Foto de archivo de 1967 que muestra a George Harrison con Ravi Shankar en Los Angeles
Foto de archivo de 1967 que muestra a George Harrison con Ravi Shankar en Los Angeleslarazon

George Harrison recibió el mazazo en 2001. Después de una serie de desafortunados sucesos (incluido un asalto en su domicilio) y al cabo de una larguísima racha de mala salud, apareció la palabra tumor. De apellido, cerebral. Bastaba una búsqueda rápida en Google para saber lo que sucedía después. Harrison, que llevaba dos décadas de fracasos discográficos, hace un viaje a la India, para cumplir con el ritual de bañarse en el Ganges, y dedicó sus últimas fuerzas, los últimos días en la Tierra, a escribir y grabar nuevas canciones, “buscando las palabras y las notas que destilaran lo esencial de su verdad”. “Sentía que había alcanzado un nivel espiritual más alto acorde con la paz que había firmado con la muerte”, dice Alberto Manzano, que cuenta cómo Harrison veía en el jardín de su casa la constatación de que la vida seguiría después de que él ya no estuviera para cuidarlo. Falleció en noviembre de 2001 y no pudo ver publicado “Brainwashed”, un disco que, para Manzano, es “de los mejores que hizo en solitario”. Canciones que miran a la muerte con serenidad que culminan con una cita de Krishna incluida en la “Bahavad Gita”: “Nunca hubo un tiempo en que tú y yo no existiéramos. Ni tampoco habrá un futuro en el que dejemos de existir”.

Johnny J.R Cash. Johnny Cash - San Quentin (Live from Prison)
Johnny J.R Cash. Johnny Cash - San Quentin (Live from Prison)La RazónLa Razón

Johnny Cash tiene el rostro hinchado y hundido, está medio ciego por un glaucoma y le tiemblan las manos. Años de adicción a las anfetaminas y el cuerpo batido por la diabetes, además de un surtido de cirugías -corazón, ojos, mandíbula-, han convertido al Hombre de Negro, como recoge Manzano, en alguien baqueteado pero “con la voz de la experiencia, con la autoridad estoica” para tener una última oportunidad discográfica. Estamos en el giro del nuevo milenio y, gracias a Rick Rubin, la leyenda del country encuentra un camino artístico en los estándares americanos e incluso se atreve con versiones modernas que hace sonar a whisky añejo y camino polvoriento solo con entonarlas. Sin embargo, en 1997 le diagnostican atrofia multisistémica, un trastorno neurológico degenerativo similar al párkinson. Cash se recupera y en 2002 graba “That Man Comes Around”, con la escalofriante versión de “Hurt”, tema de Trent Reznor (Nine Inch Nails) que llegó a decir que esa canción “ya no le pertenecía”. Las canciones suenan tan bien que insiste en seguir grabando junto a Rubin. Son las sesiones de las “American Recordings” que solía combinar con la comunión cristiana por vía telefónica. En 2003, fallece June Carter, su mujer, y solo tres días después quiere volver a grabar. Está movido por una misión superior y así, desde la silla de ruedas, graba 50 canciones antes de fallecer, solo cuatro meses después que su esposa. Rubin lanzará cinco discos en “Unearthed” (2003). De ese año es un poema, “Forever”: “Me dices que debo perecer / Como las flores que aprecio / Que nada quedará de mi nombre / Que nada recordará mi fama / Pero los árboles que he plantado / Aún son jóvenes / Y las canciones que he cantado /Seguirán siendo cantadas”.

David Bowie llevaba una década de silencio cuando, en 2013, publicó “The Next Day”, que le devolvió al “número uno” en Reino Unido veinte años después. En 2014 recibe el diagnóstico del cáncer hepático y, al año siguiente, publica “Blackstar” el día de su 69 cumpleaños. Dos días después, fallece en Nueva York. Bowie dedicó el último año de su vida a es disco, el de la estrella negra: “Soy una estrella negra, soy una estrella negra / ¿cuántas veces cae un ángel? / ¿Cuánta gente miente en vez de hablar alto? / Pisó tierra santa y gritó a la multitud”. Sin embargo, él es el ejemplo de músicos que no hacen un disco “de testamento”, como afirma Manzano: “Creo que en realidad es una especie de informe sobre las cuestiones que son importantes en la vida y que demasiadas veces olvidamos. Es una continuidad de su obra. Otro trabajo en el que cuentan lo que les sucede pero con un matiz. Saben que es su última oportunidad. No son discos dramáticos ni hacen aspavientos”. Simplemente sigue haciendo o que hacía. Hasta que un cohete le devuelve al planeta del que llegó a la Tierra.

Leonard Cohen
Leonard Cohenlarazon

Finalmente, está Leonard Cohen, el caso más especial para el autor del libro, traductor y amigo del poeta canadiense. En 2016, Cohen declaró a “New Yorker”: “Estoy trabajando en nuevas canciones, pero no creo que pueda acabarlas. (…) Tengo trabajo que hacer. Tengo que ocuparme de mis asuntos. Estoy operando ante la proximidad de la muerte y estoy preparado. Espero que no sea muy incómodo. Es todo lo que puedo decir sobre mí”. Cohen cumplió lo que decía: se puso a trabajar en las canciones que formarían parte de “You Want It Darker”, que apenas pudo terminar de hacer, soportando terribles dolores que desmentían su propia afirmación de que estaba preparado para morir. Tres semanas después de la publicación del disco, Cohen moría a los 82 años. Dejó varios poemas en los días antes de morir para que su hijo Adam les pusiera música. Al fin y al cabo, Cohen no cantaba nunca, sino recitaba. Aparecieron publicados bajo el título “Thank You For The Dance”. En uno, escribió: “Gracias por el baile / Fue un infierno, fue maravilloso / Fue divertido / Gracias por todos los bailes”.

El músico Warren Zevon
El músico Warren ZevonLa Raz

Quizá sea menos conocido para el gran público Warren Zevon, mordaz y genial cantautor que también recibió una losa de granito con su nombre tallado antes de tiempo en forma de cáncer inoperable. Se negó a tomar medicación, salvo para evitar las náuseas y el dolor. Pero solo tuvo la escritura de canciones como tratamiento. “The Wind” apareció publicado en agosto de 2003, dos semanas antes de su fallecimiento. En el disco, una pizca de solemnidad: “¿Te quedarás conmigo hasta el final / cuando solo quedemos tú y yo y el viento?”, canta en “Please Stay”. Pero, sobre todo, su legendario sentido del humor: “No sé cómo me he convertido en una especie de agente de viajes de la muerte, el portavoz de los condenados”, decía acerca de la rueda de entrevistas que dio sobre su condición terminal de salud, o cuando les dijo a sus músicos: “Chicos, vamos muy lentos... Por si acaso, ¿sabéis si todavía se publican EP?”. “Lo que me digo es que creo que es buena idea ser capaz de decirte adiós a ti mismo y sentirte en paz con la gente que conoces”, dijo antes de su fallecimiento.

Manzano sostiene que, gracias a su propio trabajo espiritual y a la creación artística, todos encontraron una buena forma de marcharse: “Estos músicos tuvieron esa dignidad en el final de su vida. Tuvieron que transitar un camino pedregoso y lleno de trampas pero la práctica espiritual que mantuvieron estos artistas, sobre todo Cohen, Harrison, Cash y, algo menos, Mercury, fue fundamental para la aceptación de la vida. Hay un gran blues que dice “todo el mundo quiere ir al cielo pero nadie quiere morir”. Y en ese sentido todos tenemos una asignatura pendiente”, explica. Es decir, que se fueron en paz: “Estoy convencido de ello. Lo habían asumido y se fueron sin duda en paz. No tengo ninguna duda”.