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Rafa Sánchez: “Hacer pública mi homosexualidad ha sido terapéutico”

El cantante de La Unión habla de la fama, las adicciones y el precio que pagó por ocultar su orientación sexual
Alberto R. RoldánLa Razón

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Rafa Sánchez fue durante décadas solista del grupo La Unión. Quien no haya tarareado a gritos «Lobo hombre en París» o «Maracaibo» en cuanto suenan, que lance la primera piedra. Pero… ¿quién es Rafa Sánchez? «Soy Rafa Sánchez de La Unión, ese es mi segundo apellido», dice Rafa. «No es solo que no reniegue de mi historia anterior, es que me siento muy orgulloso de todo lo hecho con el grupo. Lo que pasa es que La Unión ya no éramos más que dos, y ya no había química a la hora de crear. Podríamos haber seguido, porque el sello La Unión funciona. Pero para mí ya era el sentido más peyorativo de la palabra trabajo. Ahora estoy viviendo un momento muy dulce y muy emocionado y muy inspirado con las cosas que estoy haciendo y con la gente nueva con la que estoy trabajando y que me está aportando un aire nuevo también».
La Unión, que en los años ochenta fue uno de los grandes grupos españoles, parece ahora informativamente hablando indisoluble de tres grandes temas: la confesión de Rafa Sánchez sobre su adicción ya superada a la heroína, su salida del armario y el enfrentamiento con su compañero Luis. Que la importancia del grupo en la escena musical española se vea empañada o casi eclipsada por estos asuntos, sin embargo, asegura Rafa que «hacerlo público ha sido una decisión propia. Mientras estaba en el grupo yo no hablaba nada de mi vida privada, no quería en ese momento poner el foco en mi homosexualidad. Yo escribí una biografía y eso luego lo he llevado incluso a los escenarios. Tengo un show, un formato más para teatros, para sitios íntimos, que se llama “Biografía”, y en el que voy contando y cantando por orden cronológico las canciones de La Unión y cómo va cambiando mi vida: el momento en que caí en las drogas, el momento en que las dejé, cómo al dejar las drogas dejé de engañarme a mí mismo. Los ochenta fueron un descubrimiento de las drogas y la dictadura nos llegó a todos, el sexo, las drogas y el rock and roll en el mismo paquete».

Salir del armario

No esquiva Rafa las preguntas, ninguna. Ni las más incómodas. «Por no asumir mi sexualidad, yo creo que me refugié en la heroína porque no sentía nada, me sentía estupendo, ausencia absoluta de sentimientos. Y al salir de la heroína me di cuenta de que me había estado engañando, y tuve mi primera experiencia homosexual a los veintinueve años». Hacerlo público ha sido bueno para él: «Cuantos menos muertos tienes en el armario te mueves de una manera mucho más libre. Ha sido muy terapéutico». Y ha tenido también otro inesperado componente: ayudar a otra gente. «Para mi entorno más cercano, mi salida del armario fue muy tranquila, fue a hechos consumados. No hubo ningún problema. La gente como yo tenemos que hacernos visibles para ayudar a gente, no ya en las ciudades, pero sí en comunidades más pequeñas y que pueden sentirse bichos raros por ser homosexuales. Mi salida fue muy altruista, en una entrevista en la revista Shangay, pensando en la gente a la que podía ayudar».
La Unión fue siempre un grupo muy ecléctico, incluso «en detrimento de su propio público», como cuenta el propio Rafa. «A nosotros nos encasillaron, que éramos un grupo de chicos inventado por una compañía. Y nosotros, que queríamos demostrar que no, hicimos un segundo disco muy arriesgado. Todos los segundos discos lo son, son difíciles, sobre todo si salen después de un primero muy exitoso. No funcionó para nada. Fue una cura de humildad brutal. De hecho, en el siguiente hay canciones como ¿Dónde estabas en los malos tiempos?”, porque ves cómo la gente se esfuma cuando las cosas van mal».
Rafa Sánchez, cara visible de La Unión, reconoce que «si el grupo existió durante tanto tiempo es porque yo he querido que existiese. Al final se rompe porque a Luis su arrogancia le hizo darse un tiro en el pie. La Unión era coral, estábamos todos ahí. Ellos hacían armonía y sobre esa armonía yo luego hacía una melodía y la letra. Al principio con Íñigo Zabala teníamos mucha complicidad, nos intercambiábamos libros. “Lobo Hombre”, por ejemplo, me pasó él un libro de cuentos que se llamaba “Los perros, el deseo y la muerte” en el que había un relato que se llamaba “El lobo feroz”. En un principio, los tres primeros discos, hay mucha influencia literaria. Pero a partir del cuarto yo empiezo a hablar de mi vida y de lo que me rodea. Y eso es indisoluble, no se puede separar mi trayectoria vital de esas canciones. Íñigo desaparece de la banda y yo asumo la creación. Según autores, una canción se divide en letra y música. Y la música, en armonía y melodía. Entonces, yo he regalado un 75% a la banda para que la banda siguiera. Y hasta la última canción así ha sido. Los derechos se han repartido siempre a partes iguales. Por eso digo que la banda ha seguido mientras yo he querido. Yo acabé muy enfadado porque algo que habíamos construido con entusiasmo se estaba deteriorando».
Ahora Rafa sigue haciendo sus conciertos, «nada espectacular», y se siente ahora mucho más libre y más relajado. «Yo he sido muy coherente y en ningún momento me he puesto por encima de nadie, he sido muy democrático. Pero pasaron cosas feas y el grupo se rompió. Creo que hubiera sido muy bonito dejarlo arriba y ahorrarnos los años malos, los conflictos, todo eso tan feo».

Como aúllan los hombres

Por Javier Menéndez Flores
En el anochecer de 1982, cuando el país entero se hallaba aún bajo los efectos del resacón emocional de los diez millones de síes al puño y la rosa –diez millones de pétalos rojos cubriendo el cielo como una lluvia de maná–, Mario, Luis, Íñigo y Rafa se unieron para darle más caña a sus vidas. Porque si entonces andabas en los veintitantos y no tenías una banda de rock o de pop, es que estabas a por uvas. Y qué poco tardaron en descubrir que el local de ensayo molaba mucho más que la universidad, a la que la calle, que no cerraba jamás, le había arrebatado el título de templo de la imaginación.
Instalados en esa euforia omnipresente de cambios e ilusiones, de zapatos nuevos e inocencia –ah, la inocencia–, los cuatro amigos buscaron una voz propia en un momento en el que la originalidad y el morro abundaban más que el talento. Les bastaron apenas dos años: Boris Vian y Tintín aportaron la magia, y Nacho Cano y Rafa Abitbol, el ojo. Y en la luna decisiva de El Sol, los periodistas de la cosa musical certificaron el nacimiento de una estrella.
Y allí estaba Rafa, entre Casanova y James Bond, perfume aristocrático y chulería de guante blanco. El reverso nítido de todos aquellos chicos malos y desaseados que cantaban igual que si vomitaran la cena. Spandau Ballet, Echo & the Bunnymen, The Cure, Lloyd Cole and the Commotions. Qué ingleses pueden llegar a ser algunos madrileños. Como La Unión, que rehuyeron los caminos del pop español de los ochenta y apuntaron a la Gran Bretaña.
Pero el segundo disco, como la segunda novela y la secuela de una película, es una prueba de fuego, y el no del público a sus desvaríos experimentales les enseñó para siempre que nadie que camine a dos patas puede codearse con los dioses demasiado tiempo. La fortuna los acompañó, no obstante, con algunos altibajos, durante los ochenta y los noventa. Y a Rafa, como a todo joven al que la muchedumbre aclama exageradamente, la fama le sentó como un tiro en el pie, y encontró en la química el modo de soportar tantos halagos. Nunca rechazó el ofrecimiento de cualquier sustancia, porque cuando se mueren los focos y te quedas solísimo, entiendes que no hay mejor amigo que aquel que vuelve a subirte a los cielos.
Llegaron luego tiempos peores, y la sociedad que durante años presumió de indestructible sacó a la luz goteras, desconchones, calvas. Cualquiera sabe que las traiciones más dolorosas son las inesperadas. Aquellas que proceden de quienes más nos quieren o de quienes aseguran necesitarnos, aunque insistan en negarnos su morada y su pan. Y en una noche aciaga de delirio y celos, de voluntad dañina y despecho desbocado, puede dinamitarse incluso la más hermosa historia de amor. Y mientras Mario pagó sus excesos con la última de sus siete vidas, Luis y Rafa se citaban al alba en la arena del Coliseo. El infierno tiene una tonelada de eso. Pero el frontispicio del grupo logró zafarse de sus llamas, de tanto tormento, y volvió a respirar aire en vez de azufre puro.
Esa canción que en Spotify han descargado millones de personas, en la que un mago condena a un lobo indiscreto a transformarse en humano cada noche de luna llena, y que acaba lamiendo a una meretriz (“algunos francos cobra Denise”), sigue sonando igual que hace 40 años. Y hoy Rafa Sánchez, mitad bestia, mitad hombre, aúlla sobre el escenario con menos sobrepeso que nunca. Con más seguridad que nunca. Y sonríe al futuro, que ya está aquí.

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