Música

DRO, la discográfica independiente que hizo historia

Se cumplen 40 años del primer sello independiente, donde publicaron desde Loquillo a Gabinete Caligari y Extremoduro o Los Rodríguez

Los Nikis, en una imagen de sus comienzos
Los Nikis, en una imagen de sus comienzosManuel GuioManuel Guio

Lo hicieron porque no tenían más remedio y porque no sabían que era imposible. La historia de Discos Radioactivos Organizados (DRO) es una de las más improbables de la música en España, una andadura puesta en marcha por jóvenes que rozaban la mayoría de edad pero que revolucionaron el mapa discográfico y dejaron constancia de un tiempo nuevo para la cultura propia. En DRO encontraron voz Siniestro Total, Gabinete Caligari, Loquillo y Los Nikis y más tarde Duncan Dhu, Nacha Pop, Extremoduro, Celtas Cortos y Los Rodríguez, entre muchos otros. Con el espíritu punk de “hazlo tú mismo”, Servando Carballar, miembro de Aviador Dro y cofundador del sello independiente, que se presentó un día en la fábrica de Iberofón para preguntar: “¿Cómo se hace un disco?”. “Tocábamos raro -dice repitiendo una frase sufrida en carne propia-. Las compañías decían que éramos malos músicos y puede que tuvieran razón. Pensaban que era una cosa pasajera, que era una moda y no nos hacían caso. Así que, sin tener ni puñetera idea, nos lanzamos a hacerlo”. Ese pequeño sueño independiente se convirtió en una gran empresa y su historia puede leerse en “Aquellos años accidentales” (Cúpula), libro escrito por la periodista Laura Piñero y pueden escucharse en una caja conmemorativa por el 40 aniversario de aquella aventura improbable.

Muchas veces se mira con admiración a los hechos culturales anglosajones y se desdeñan las propias, pero DRO fue lo más parecido a la mítica Factory Records británica en la que publicaron grupos como Joy Division, New Order o los Happy Mondays y que fue retratada en “24 Hour Party People”. “Me veo bastante representado en esa película -dice Carballar-. Hay muchas coincidencias pero entonces no lo sabíamos, claro. Gran parte de nuestros contratos estaban firmados en servilletas o en un folio a dos caras porque ni se nos ocurría pensar que al cabo de diez años fuese a ir algún lado. Solo buscábamos solucionar el día, publicar los discos que queríamos, daba igual que se vendiera poco”. Pero sus primeros discos se agotaban de inmediato. “Para nuestra sorpresa, sacabas mil o tres mil singles y se vendían. Discos de Aviador, Los Decibelos, Siniestro Total... desaparecían de nuestras manos. Las tiendas te mandaban un cheque, todo era muy rudimentario”. La escena bullía en las calles. “Hay una tendencia ahora, un cierto grado de desprecio o de restarle importancia a esa época por parte de gente que no la vivió realmente. Pero yo tenía la oportunidad de ir a Londres y a Nueva York y te aseguro que el ambiente, por ejemplo en el CBGB, no existía por la noche. A las once estaba todo el mundo durmiendo. Y en Madrid nunca se acababa la noche. Era la ciudad más divertida del mundo”, evoca Carballar.

Cambio de mentalidad

Discos como"¿Cuándo se come aquí?" (1982) de Siniestro Total, "Que Dios reparta suerte" (1983) de Gabinete Caligari o el EP "Una décima de segundo" (1984) de Nacha Pop recibían la atención de Radio 3 y Onda 2 y de periodistas jóvenes que defendían los frutos de la nueva ola. Pronto lograrán colarse en los 40 Principales. “No había grandes producciones ni sonido, pero las letras no tienen parangón en el mundo. El sentido del humos de Los Nikis o de Siniestro no lo encuentras en casi ninguna parte, salvo en Devo o Frank Zappa”, apunta Carballar. A los Glutamato Ye-Yé, Décima Víctima o Parálisis Permanente (que editaba el sello Tres Cipreses, que se fusionó con Dro), más nuevaoleros, se sumaron grupos con potencial comercial como Hombres G y, especialmente, Duncan Dhu. Hombres G publicaban en Grabaciones Accidentales, GASA, otra pequeña discográfica que iba abriendo camino gracias a sus acuerdos con las independientes británicas como Rough Trade o Creation y que, tras la quiebra de la distribuidora Pancoca, se fusiona con DRO. Parecía una jugada lógica: DRO aportaba la visión más creativa y vanguardista, GASA aportaba grupos con potencial vendedor, además de un catálogo internacional. Y la apuesta funcionaba: del piso familiar de Carballar, el sello fue mudándose sucesivamente a una sede más y más grande. Llegan a facturar 900 millones de pesetas, a tener 60 empleados. “Inevitablemente, cambiaron determinadas actitudes para parecernos a una compañía estándar o una ''major''. “Y el espíritu fue cambiando y surgieron las diferencias entre los socios, en lo que pensábamos que debería ser el futuro de esa cosa que se nos había ido de las manos sin planificar. Con el tiempo, el crecimiento, se transformó en un negocio y había que pagar alquileres. Nuestra búsqueda de artistas estaba limitada por el riesgo y nos sentíamos forzados a buscar con el tiempo grupos que vendieran. Y hubo una divergencia”. Al cabo de 8 años, “cuando empecé a ver gente en DRO que ni conocía, sabía que algo no iba bien”, Carballar se marchó junto a Marta Cervera.

Aviador Dro, génesis del sello
Aviador Dro, génesis del selloAlex Puyol

El sector estaba cambiando. Las multinacionales vieron que había un nicho que no estaban ocupando y lo querían a golpe de talón: les “robaron” a Loquillo y Gabinete Caligari. “Por mucho que vendiéramos no podíamos enfrentarnos a EMI o Sony y su capital. Y contra lo que pensábamos que iba a suceder, algunos artistas prefirieron asegurarse su futuro y apostar por esas multinacionales pese a que la mayoría habían abjurado de ellas repetidamente. Pero es ley de vida. Si eres muy punk te pasan estas cosas. No haces contratos, lo pasas muy bien, pero llegan las situaciones límite”, cuenta Carballar. “Empecé a ver el surgimiento de inversores o de gente ajenas al mundo de la música que se interesaban por el negocio en sí. Eso dejó de interesarme, aunque había gente en DRO que les seducía esa posibilidad de ir a más y convertirse en una multinacional española. Hubo un momento loco en el que se pensaba que se abrirían sucursales en Milán o Nueva York y que Duncan Dhu iban a ser famosos en todo el mundo como Rosalía. En algunas cosas no se estuvo acertado, pero otras sí, y han dejado un legado en gente como Subterfuge o Elefant, que aprendieron de lo que hicimos bien y de lo que hicimos mal”. Las situaciones límite, los conflictos personales, las omnipresentes drogas (no solo entre los artistas, claro) y la presión de los negocios enturbiaron mucho una pecera llena de tiburones. Pocas de esas inquinas, algunas de ellas muy amargas pero sin importancia cuarenta años después se cuentan en el libro. Casi mejor, porque su trascendencia es subjetiva.

Muchos de los fundadores de DRO permanecieron en la compañía y, al poco tiempo, fueron comprados por Warner. Aunque, como sostiene Alaska, que recaló en DRO con Fangoria después de publicar en Hispavox y Subterfuge, fue el pez chico quien se comió al grande. Algo así como sucedió a Disney con Pixar. La multinacional adoptó la cultura de la independiente, el llamado gen DRO. Y no puede decirse que les fuera mal. La catarata de éxitos comerciales fue tal que escribieron la historia del pop: de Celtas Cortis a M-Clan, de Los Rodriguez a Andrés Calamaro y de Los Enemigos a Seguridad Social pasando por Los Secretos, Rosendo, La Cabra Mecánica, Jarabe de Palo, Marea, Fangoria...

Drogas y Rock & Roll

En esta historia de modernidad, hay, cómo no, buena parte de casticismo. Ahí tenemos a Loquillo cantando contra El Corte Inglés, por ejemplo: “No bailes rock & roll en el Corte Inglés” fue un tema que escribió junto a Sabino Méndez en 199 cuando el centro comercial lanzó una campaña publicitaria a modo de “Grease”. Pero a los rockeros, tan militantes con su causa, esto les indignó. “Hicimos un alegato por nuestra cultura”, dice Loquillo en las páginas del libro. Los grandes almacenes amenazaron con no vender el disco y la canción nunca fue publicada... hasta 2019, como “bonus track” de la reedición del disco. Loquillo también cuenta cómo se fraguó su fichaje por Hispavox, una gran compañía española (ojo, no una multinacional paracaidista) después de un cortejo descarado. Tanto, que al terminar una actuación en 1984, cuando se baja del escenario, una morena espectacular se le acerca, le besa, y le introduce una papelina de cocaína en el bolsillo. Acabaron firmando con ellos, porque la oferta era irrechazable. Después no era oro todo lo que relucía, pero sí se sintieron con las estrellas del rock and roll que él y Sabino Méndez sentían que eran. En Hispavox, presenció el consumo desaforado de polvo blanco que también existía en la era más oscura de Los Trogloditas: “Estamos vivos de milagro”, dice al reconocerse el único superviviente de La Movida junto con Alaska. “Durante la grabación del disco ''Hombres'', se derramaron 4 gramos de cocaína sobre la mesa de sonido y los técnicos tuvieron que desmontarla para seguir grabando. Esa situación me hizo pensar”, dice el músico en el libro.