Maldiciones, leyendas urbanas. Ésta es la verdad sobre Carmela de Las Grecas: "Estoy bien y feliz"
Superviviente del mítico dúo musical, habla como nunca antes de los aspectos fundamentales de su vida y de la de su hermana Tina. Se cumplen cincuenta años de «Te estoy amando locamente»
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Hay entrevistas que salen adelante por una conjunción de tenacidad y buena suerte. Lo primero forma parte del ADN del periodista, tenga ya mucho callo o esté aún verde: debes desplegar todos tus recursos, incluso los que desconoces poseer, para lograr acercarte a tu objetivo. Pero si luego los planetas no se alinean a tu favor y en tu objeto de deseo no salta esa chispa de interés y confianza que es la que provoca el fuego de la charla derramada y sincera, no hay nada que hacer.
La idea de entrevistar a Carmela Muñoz, la memoria viva de Las Grecas, partió de mi jefe, Pedro Narváez, y hay que ser justos y darle al César lo que le corresponde. Aquel «encargo» fue como si te piden que empieces a fraguar una charla con Bob Dylan, un imposible.
Porque la susodicha lleva años retirada del mundo del espectáculo por propia voluntad y a espaldas de los medios de comunicación. Pero los periodistas nos alimentamos de imposibles, esa es nuestra gasolina, y hablar con Carmela se volvió una misión vital. Y cuando después de varias semanas de rastrear su paradero conseguí dar con ella y, tras distintas charlas previas, aceptó dejarse entrevistar, comprobé que la realidad de la mayor de las dos hermanas que encarnaron el dúo femenino más explosivo que ha dado la canción popular española es muy distinta a la de ese retrato de mujer aplastada por la vida, de perdedora, que se ha divulgado durante años.
Y justo es que se sepa. Porque Carmela Muñoz, que se entere todo el mundo, desde Canarias a Nueva Zelanda, se encuentra «estupendamente» y disfruta de los placeres de la vida anónima.
En la larga entrevista que sigue, habla de todo: de los días de esplendor en la hierba; de la canción que les dio fama, «Te estoy amando locamente», la cual, asegura, fue compuesta por ella y por su hermana en Argentina; de la ruina económica que sucedió a los años de bonanza; de su etapa de forzosa reinvención en México, donde comenzó a vender ropa en una empresa familiar; de la enfermedad mental de su hermana Tina, su posterior viacrucis y su muerte; de la fallida experiencia musical con la hija mayor de aquella, su sobrina Saray, y, por último, de su presente de ama y señora de su casa que es «feliz» con la cocina, las películas –ay, el Russell Crowe de «Gladiador»– y la música. Carmela goza de una espléndida salud, tiene una memoria de titanio y un sentido del humor contagioso, y afirma estar jubilada por decisión propia y no tener el menor apuro económico, al contrario. Cantaba y bailaba, y ahora se limita a vivir. No se la pierdan.
En 1974 las hermanas Muñoz provocaron un cataclismo mediático y social con el lanzamiento de su primer disco, «Gipsy rock», en el que la canción «Te estoy amando locamente» se hizo tan popular como el himno de España. Se cumple este año su 50 aniversario, una cifra importante, ¿lo es también para Carmela? «Claro que sí –responde en el acto–. Todos los recuerdos que tengo de aquel tiempo son bonitos y no se olvidan. Tengo muy presente esa época, fue preciosa para nosotras. Éramos muy jovencitas y lo vivíamos todo muy intensamente, que es como tiene que ser a esas edades. La presentación del disco fue en el Florida Park y vinieron Marisol con Antonio Gades, Lola Flores…, todos los artistas importantes. Fue una locura. Y paseabas por la Gran Vía y todas las tiendas de discos tenían el escaparate forrado con el nuestro. No había ningún otro disco, solamente Las Grecas, Las Grecas, Las Grecas. Imagínate. Yo me quedaba muerta. Pero eso era donde fueses».
La canción «Te estoy amando locamente» es la más famosa de aquel dúo y ostenta la categoría de clásico. Y aunque es Felipe Campuzano quien figura en los créditos del disco como su único creador, me llegó de distintas fuentes que ellas son las verdaderas autoras, algo que Carmela me confirma: «Sí, es muy fuerte. Nosotras cantábamos “Te estoy amando locamente” en Los Canasteros –el famoso tablao de Manolo Caracol–, que ni le conocíamos [a Campuzano] ni sabíamos de la existencia de este señor. La primera vez que la cantamos, con guitarras y palmas flamencas, en una de las fiestas que Caracol hacía para los artistas que se quedaban allí después del espectáculo, se levantaron Los Canasteros. En pie. Recuerdo a Lola [Flores], a Luisa [Ortega], a Paco Cepero, al Indio Gitano… a todos ellos ponerse de pie y gritar: “¡Halaaaa! ¡Esto no hay quien lo aguanteeee!”. Nos hicieron repetirla cinco veces, niño, muy fuerte. Impresionante. Y nosotras nos mirábamos y nos reíamos. Porque teníamos muchas dudas, no sabíamos si esa canción iba a quedar bien. Y, claro, ante esa reacción nos quedamos muertas». «Entonces –le digo a Carmela–, esa canción se la robaron»: «¡Pero totalmente! –exclama–. Fui a la SGAE a reclamar y me preguntaron si tenía la partitura, y dije que no porque yo no hago partituras. Ahora soy compositora y cobro como compositora, pero en ese momento qué sabíamos nosotras… Nada. Esa canción –continúa– se compuso en Argentina, porque estuvimos allí un año y medio con mis padres y ya componíamos canciones. Recuerdo –ríe– que la primera canción que compuse fue de una telenovela que había visto. Me puse corriendo a escribir una canción, y de ahí llegó otra y otra y otra. Y el “Te estoy amando locamente” viene del enamoramiento juvenil. El “yo te estoy amando locamente pero no sé cómo te lo voy a decir”, y todo el rollo ese, ja, ja, ja. La hicimos –explica– mi hermana y yo casi a medias. Porque si a mí me faltaba algo, a lo mejor se le ocurría a mi hermana. No hacíamos cuenta de eso. Nosotras éramos una sola persona. Con el mismo pensar, el mismo sentir. Si una se ponía mala, la otra también. Si una estaba a gusto, la otra también. Si una estaba triste, la otra se ponía triste también. Éramos como gemelas».
Carmela relata cómo conocieron a Felipe Campuzano: «Fue en el Caripén -el tablao propiedad de Lola Flores-. No teníamos amistad ni nada, le veíamos por allí pero no hablábamos con él. Un día, José Luis de Carlos, nuestro productor, llegó con él y nos dijo que quería que fuésemos a la CBS para hablar de un contrato discográfico, y creo que fuimos al día siguiente. Y allí se firmó un contrato y nos pusimos a grabar. En esa grabación que se hizo primero sí que estuvo Campuzano y cantamos “Te estoy amando locamente”. Nosotras estábamos cantándola y él nos acompañaba al piano, pero improvisando, ¿sabes? A ver qué era, cómo salía… Iban a hacer como una rumba. Y se conoce que Campuzano la registró. Porque como él sí podía hacer partituras, como buen pianista, se fue corriendo y la registró, que es más fácil que nada. Pero no es la primera vez que hace esas cosas. Mi hermana se enfadó mucho. Y a ver cómo te tomas eso. Es una rabia, una cosa que te entra que no veas… Porque estuvo muy mal aprovecharse de dos niñas que no teníamos maldad ninguna. Para nosotras, esa persona murió».
Se han apuntado distintas teorías respecto a la ruptura entre las hermanas Muñoz. La de mayor peso señala a la enfermedad mental de Tina, esquizofrenia paranoide, que se la diagnosticaron en 1983, lo que propició el distanciamiento. Pero Carmela asegura, rotunda, que no existió tal ruptura y achaca los problemas mentales de su hermana a una relación sentimental que la llevó a los infiernos: «Entre mi hermana y yo no hubo ninguna ruptura. Eso es una leyenda, una mentira grande. ¡Pero si éramos la una para la otra y la otra para la una! Lo que pasa es que mi hermana conoció a un tiparraco y se enamoró de él». ¿Y ahí empezó la mala vida de Tina? «Claro –responde–. Porque a este hombre le daba igual ocho que ochenta y le tenía el cerebro comido». ¿Fue el consumo de drogas lo que desató su esquizofrenia? «Totalmente. La llevó a ese brote. Pero también te digo una cosa en su defensa. En esa época cayó muchísima gente por las drogas, porque de eso no tenía ni idea nadie. Si a ti te coge una persona y te dice que eso es bueno, tú te lo crees. Ahora, lo que cuentan de más… Todo es una mentira burda y cruel. A mi hermana lo que le pasó –relata– es que llegó un momento en el que ya no distinguía la realidad de lo que tenía en la cabeza por culpa de esa esquizofrenia. Aunque yo dudo que fuera una esquizofrenia. Creo que la causa fue que este hombre quería destrozarle la vida, y ya está. Mi hermana cae enferma con una peritonitis. Se fue a Málaga a buscarle, embarazada de mi sobrina, porque era el amor de su vida, y allí la ingresaron. Cuando nació la niña, él apareció dos minutos y después se fue. Era músico, cantaba en un grupo que no me acuerdo cómo se llamaba. Ella decía que se había casado por el rito gitano y tal, porque tenía que poner alguna excusa, pero ni se casó por el rito gitano ni por ningún otro. Vivían juntos, pero nada más. Ese hombre –concluye– le destrozó la vida».
¿Y cómo recuerda el triste episodio del ingreso de su hermana en la prisión de Yeserías (Madrid) y en las distintas clínicas, ese viacrucis? «Cuando mi hermana se pone malita y la meten en un psiquiátrico, yo me hundo. En primer lugar, por mi hermana; después, porque ya no cantamos, y también por tantas decepciones. Vendimos todo: el tráiler, el equipo de sonido, que nos costó una millonada y que lo trajimos de Estados Unidos. Las casas, los chalés, las cafeterías… todo. Me fui a México con mi niño, Julio, que tenía cinco años, porque mis tíos estaban allí y tenían tiendas de ropa. Y me puse a vender ropa y ganaba mucho dinero con eso. Es más, en México me propusieron cantar en un tablao y no quise porque ganaba más dinero vendiendo ropa». Distintos medios divulgaron que Carmela vendía ropa en mercadillos españoles, pero ella lo niega rotundamente: «Eso es mentira. Jamás he vendido ropa en un mercadillo. Jamás. Esa es una mentira que se inventó la loca esa para desacreditarme. Porque era una gilipollas, la pobre. Que Dios la haya perdonado, porque de verdad que vaya ser». Se refiere a la cantante Malicia, que es como se hacía llamar Alicia Robledo Benavente, fallecida en 2021 tras una operación de reducción de grasa corporal, y con la que Carmela retomó el dúo a mediados de los noventa.
«Ingresamos a mi hermana en la clínica López Ibor. Yo estaba en México y todo el dinero que ganaba se lo daba a mi madre para que ella pagara la clínica, que era la mejor que había en España. El médico nos dijo que en tres años, como mucho, ya estaría curada gracias a un tratamiento que le iba a poner. Estuvo ingresada ese tiempo y después mi madre la llevó a México con mi sobrina Tamara, la que va después de Saray. Y al año mi hermana ya estaba perfectamente. Cuidaba de su niña y todo. Pero mi madre, yo no sé qué le entró a la señora, Dios la tenga en su gloria, decidió volverse a España y se llevó con ella a mi hermana con la excusa de que tenían que cambiarle el tratamiento. Y cuando al cabo de un tiempo mi madre volvió a México, lo hizo con mi sobrina Saray pero sin mi hermana. Recuerdo que me pasé toda esa noche llorando, mi alma se acababa». Un dolor comprensible porque, al poco de volver a España, Tina cayó en picado: «Estaba muy, muy mal. Pidiendo por las calles... Fue terrible. Cuando la veía me moría. Me pasaba tres, cuatro días en la cama llorando a gritos. Y luego la prensa, que fue muy cruel con ella. Porque eso no se hace con una persona, sacarla en todas partes diciendo barbaridades».
Tina Muñoz murió en Aranjuez el 30 de enero de 1995. Carmela la visitó cuando estaba ingresada: «Fui con mi sobrina Saray. Yo tenía a mi niño pequeñito, mi Emanuel, que tendría dos meses, y estuvimos allí unos días. Según me explicó el médico, mi hermana ya no tenía el sentido de familia ni nada, estaba ya muy malita, perdió la cabeza. Pero a mí sí me reconoció. Lo sé porque la abracé y me dijo: “¿Te acuerdas de cuando éramos artistas?” –y en ese punto Carmela se emociona–. El médico nos dijo que no era bueno que la visitáramos porque iba a empezar a recordar cosas y eso le iba a producir ansiedad. De hecho, cuando nos fuimos empezó a gritar. Que quería un café, me acuerdo que dijo. Esa fue la última vez que vi a mi hermana. Yo tenía que ir a Madrid por mi otro hijo, Julio, que era muy pequeño también. Y a los pocos días me dieron la noticia. Recuerdo que esa noche no podía dormir y me desperté. Supe que algo había pasado. Y, efectivamente, a las ocho de la mañana vino mi sobrina y me dijo que le habían llamado y que le había pasado eso a mi hermana. He ido un par de veces al cementerio, no más. No puedo, no puedo. Es superior a mí».
Toda la gente entendida con la que he hablado de Las Grecas me asegura que Tina era una cantaora descomunal, un portento, y Carmela asiente: «Era un fenómeno cantando flamenco, un monstruo. Si mi hermana viviera se habría comido a todas las flamencas por un pie. Sería la número uno. Y te voy a decir más. No creo que en este siglo ni en el venidero salga una flamenca como mi hermana. Yo he visto cómo mi hermana se ponía a cantar y Curro Romero se echaba a llorar. Fue más que Camarón. Es un referente, todas la quieren imitar y no pueden. Es la mejor cantante de flamenco que he conocido. Y que conoceré». ¿Y cómo define Carmela a la cantante que ella fue? «Mi voz era más sentimental, más dulce, y también entraba mucho».
Durante cinco años, Carmela se dedicó a cantar con su sobrina Saray, la hija mayor de Tina, quien en la actualidad es cantaora del Ballet Nacional de España. El hecho de que en ese tiempo no llegaran a grabar un disco, la ex-Greca lo atribuye a la falta de sintonía: «No teníamos ninguna complicidad. Mi hermana y yo teníamos una conexión absoluta, no hacía falta ni que nos miráramos. Con mi sobrina había una diferencia generacional, yo eso lo entendía, pero no hasta el punto de sentir que no había nadie en el escenario. No grabamos un disco porque no había ‘feeling’ entre nosotras. Decidimos cortar y cada una tiró por su lado». Desde entonces, Carmela no ha vuelto a cantar: «En algunas fiestas, pero no profesionalmente. Me decepcioné mucho y dije “se acabó”. Mi hermana ya no está, y Las Grecas éramos ella y yo. Quise hacer otra vida y me tranquilicé. No iba a pasar otra vez por lo mismo».
¿Y qué ha hecho Carmela en las dos últimas décadas, a qué se ha dedicado? «Pues nada, una vida normal. Me casé, tuve a mi niño y he vivido muy tranquila. ¿De qué vivo? Pues de trabajar. Yo siempre he sido una buscavidas. En España hice lo mismo que en México, vender ropa, y ganaba dinero porque me hice una experta. Era un lince. Me decía: “Para en este sitio”, y justo ahí se quedaba todo lo que llevaba. ¿Pero yo en un mercadillo? Me muero. O sea, que no es nada deshonroso, pero no hubiera sido capaz. Yo llamaba a empresas de cualquier tipo y les decía “traigo esto”, y entonces iba y llegaban las niñas y lo compraban. Sabían que era la cantante de Las Grecas, claro, porque lo decía, y me pedían autógrafos. Pero ya estoy jubilada y no tengo ninguna necesidad de nada. Tengo mis armarios que se caen de ropa y vivo como una reina, te lo juro. A mí no me falta absolutamente de nada. Cobro de Autores, de todo lo que sale de YouTube, de la AIE (Sociedad de Artistas Intérpretes o Ejecutantes de España). Y también si sacan un recopilatorio. Y estoy en Spotify, porque las canciones de Las Grecas tienen muchas visitas y se escuchan un montón. Y cariño –prosigue– tampoco me falta, porque tengo tres nietas y un nieto, que los amo, los adoro, y una de ellas es un clon mío, te lo juro. Son de mis dos hijos, una de mi Emanuel y tres, dos niñas y un niño, de mi Julio». Le pregunto si ha sido muy enamoradiza: «Sí me he enamorado más de una vez, y hasta las trancas. Me enamoro en cuerpo y alma. Y si yo quisiera… Lo que pasa es que no quiero. Pero, vamos, que yo estoy muy guapa, ¿eh?, jajaja». Le pregunto también si se separó de su marido o murió, y ahí sale su mejor versión: «Pues las dos cosas. Primero me separé y luego se murió. Pero yo no lo maté, ja, ja, ja». Qué arte, Virgen Santa.
Carmela vive sola en un piso en San Blas, en la casa que le compró a su madre, y se reconoce muy casera: «Soy muy de mi casa. Lo que más hago es escribir. Escribo poemas, mis sentimientos, cosas que me han pasado. Lo que me salva y me emociona, desde que era niña, es escribir poemas, vivo enamorada de eso. Y me gusta salir de compras y vestirme bien. Además, soy una gran cocinera y me cuido mucho. Me gustan las buenas películas y he visto mil veces la de Máximo… ¡“Gladiador”! Y cada vez que la veo le saco algo nuevo y lo vivo como él: “Yo soy Máximo…”, ja, ja, ja. Y escucho música de todo tipo –prosigue–. Alejandro Sanz me mata. Es tan profundo que es único. Tiene mucha alma». No le pasa lo mismo con el fenómeno del momento, Rosalía: «No me gusta, es todo una falsedad. No me puede emocionar porque es un producto de laboratorio. Esa niña ha sido creada. Totalmente marketing».
Y llegamos a la pregunta crucial: ¿es feliz? «Sí, gracias a Dios. Pero he llorado mucho, mucho, mucho, lo que nadie sabe. Y me he sentido muy sola también, y muy incomprendida. He sufrido muchas envidias, profesionales y no profesionales. He tenido que ir por encima de las circunstancias. Pero he vivido la vida muy intensamente». A esto último, nada que objetar. Suerte, Carmela. Y gracias.