"Secaderos": la fantasía como rito apodíctico
La directora granadina Rocío Mesa estrena su ópera prima tras presentarla en el Festival de San Sebastián y triunfar en el prestigioso SXSW estadounidense
Madrid Creada:
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Resulta harto complicado no envolverse en el manto de lo místico a la hora de hablar de una película como "Secaderos", de la directora granadina Rocío Mesa. Y es que, en pasión psicodélica y con hechuras de realismo mágico, la realizadora debuta con un filme que se regala a lo fantástico desde lo ritual. Se dice, cada vez menos por la razón que sea, que lo apodíctico es aquello en lo que no hay espacio para la discusión, y es ahí donde la buena mano de la directora brilla: ante la certeza de la muerte del agro, aquí en forma de plantaciones finitas de tabaco, la duda del porvenir; ante lo inconmensurable del paso del tiempo, la incertidumbre sobre el futuro, bien sea con reguetón, con chupetones adolescentes o con un trabajo que, quién sabe, quizá se pierda para siempre.
"Tuvimos mucha suerte, porque yo escribí el primer borrador del guion en 2017, pero justo a la semana entré en el laboratorio de Sundance. Es muy difícil que pase algo así, lo que permitió que la película navegara con un sello de calidad internacional reconocible", explica Mesa, en la cafetería de la Academia de Cine, antes de abordar la financiación del filme: "Buscar el dinero siempre es complicado. Las ayudas tienen un límite, lo que está provocando que las directoras noveles tarden entre cinco y siete años en llevar su película adelante", reivindica la realizadora, que por fin estrena "Secaderos" en cines tras pasar con éxito por el Festival de San Sebastián y el SXSW estadounidense, donde se llevó el premio del público.
La explicación narrativa del filme, eso sí, es más complicada, puesto que de nuevo en juego de apariencias, Mesa articula "Secaderos" gracias a dos ejes: el de lo real, con una familia rogando por la viabilidad del tabaco en la Vega de Granada, y el de lo fantástico, con una especie de monstruo hecho de hojas de la misma planta, que recorre la pantalla como ente diegético, convirtiéndose en el viento que sopla o la gravedad que ejerce su fuerza. Es ahí donde la vida de Nieves transcurre esforzada, donde el tiempo vetusto, el de colgar la cosecha para que se convierta en vicio rubio, choca de frente con los días nuevos, esos que piden fiesta, cubatas y algún que otro beso furtivo. En esa fricción, la de la tradición costumbrista y el «coming of age» más lisérgico, Mesa es capaz de encontrar un filme rotundo, libre y ciertamente incontestable sobre el final de la inocencia, sobre los últimos días de la infancia y los primeros de una adultez que se advierte cruda.
"Solo en el cuerpo de la criatura hay 1.219 hojas, hechas a mano, una a una", explica Mesa sobre lo técnico del proceso, que aquí ha contado con la colaboración de Montse Ribé y David Martí, célebres por su participación en películas como "El laberinto del fauno" y que aquí entran también como productores. Y es que solo así, tirando de artesanía delante y detrás de las cámaras es como se explica el triunfo de un filme como "Secaderos": "Como yo crecí en la región de la Vega, lo hice rodeada de esos secaderos de tabaco, que fueron monocultivo durante buena parte del siglo XX. En mi imaginario de niña, cuando veía esas cabañas gigantes, creía que vivían criaturas mágicas. Pero yo y todos los niños de la zona, claro. Y hay algo de tenebroso ahí, por cómo entra la luz, como cuelgan cosas. Esa imagen me ha acompañado durante años, pero después me enfrenté a ese paisaje desde una forma adulta. Y ahí es donde veo fantasmas arquitectónicos que están siendo fagocitados por una expansión inmobiliaria bestial, en una zona rural que está perdiendo su personalidad. Además, es un desastre ecológico, recalificando terrenos al pie de Sierra Nevada, con lo que significa ello para los regadíos", reivindica la directora.
Y es que más allá del estudio etnológico, claro, hay en "Secaderos" una fuerza que es política y se manifiesta a través de sus personajes: "Tenía claro que debía ser una película dual. Con un personaje que nos llevara por el camino de la fascinación por la naturaleza más pura y otro que nos llevara por esa precaución con los pueblos, que a veces pueden atrapar", completa la directora. Es así como el diálogo con películas como "El agua", de Elena López Riera, cobra mucho más sentido. Dos directoras, dos migrantes, que han tenido que desarrollar parte de su carrera fuera de nuestro país para ser valoradas -que no comprendidas- por quienes de verdad tienen la capacidad para sacar sus proyectos adelante. "Hay retrato generacional, claro, con la voz y la fuerza de lo femenino. Me gustaba pensar a mis personajes, a mis mujeres, como si todas pudieran ser realmente la misma en distintos momentos históricos y personales", añade Mesa.
Pero, ¿cómo se acerca la directora a la realidad de su "coming of age"? "Yo he sido esa niña. Y aunque no sea esa adolescente, empatizo con el personaje. Empatizo con todos, porque han sido mi madre, mi hermana, mis vecinas. Yo soy una fan acérrima del "coming of age", y eso se junta con que llevo 12 años afincada en California. Eso me provoca arrastrar, quizá, algo del síndrome del emigrante. Cuando vives fuera de tu tierra, la anhelas hasta un punto casi de castigarte por no valorarla. Y ahí es donde entran en juego esas pasiones que en mí y en la película están muy vivas", se despide la realizadora, que aquí firma con pulso firme una de las óperas primas del año en el cine español.