Ana Zamora: el merecido Premio Nacional al rigor
Fundadora de Nao d’amores y responsable de aplaudidos montajes, es la primera mujer directora en recibir el galardón
Madrid Creada:
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En estos tiempos en que todos los premios artísticos y literarios parecían ya inexorablemente supeditados a intereses comerciales, políticos, empresariales… o de cualquier otra índole ajena a lo que, en puridad, es precisamente lo artístico y lo literario, se ha levantado de pronto una brisa de esperanza en el paisaje cultural con la noticia de la concesión del Premio Nacional de Teatro 2023 a Ana Zamora.
Cuando, allá por 2001, esta obstinada y genial directora decidió montar una compañía dedicada al teatro prebarroco (después haría incursiones en otras épocas y estilos), pocos hubieran imaginado que esa labor de investigación, recuperación y creación que emprendía entonces, y que hoy hubiéramos calificado sin empacho de frikada, se vería un día recompensada con uno de los más importantes galardones que otorga el Ministerio de Cultura. «Es un reconocimiento al duro trabajo de picapedreros que hemos hecho durante mucho tiempo sin esperar a cambio precisamente nada», reconocía ella misma a LA RAZÓN nada más conocer la noticia. Y ¿en qué cosiste ese «duro trabajo» que ha venido realizando Nao d’amores, su compañía, durante estas dos últimas décadas? Pues, básicamente, en rescatar el formidable patrimonio teatral y literario anterior a la segunda mitad del siglo XVI, que había quedado oculto con la revolución que supuso el Siglo de Oro. El objetivo de Ana Zamora ha sido, pues, posibilitar el acercamiento del público de hoy a los ignotos albores de nuestro teatro; un teatro que nació hermanado al portugués y en el que hubo también otras influencias, como la italiana, determinantes en muchos autores y textos. «Aunque algunos directores habían montado ya algunas piezas de manera puntual, y muy bien montadas –explica–, creo que nadie había abordado este periodo con tanta obsesión como empezamos a hacerlo nosotros, permitiéndonos, por tanto, un mayor nivel de profundización en ese apasionante repertorio».
Lo suyo, en cualquier caso, no es hacer una labor de reconstrucción arqueológica con el legado prebarroco, sino crear a partir de él, hacer teatro a día de hoy sin renunciar a lo mucho y bueno que todavía pude hallarse allí. En este sentido, resultan oportunas sus palabras para dinamitar ese muro que siempre queremos imponer ente lo clásico y lo contemporáneo: «Este es un repertorio que, por su esencia preteatral, se da casi la mano con lo posteatral».
Y cierto es que son muchos los espectadores del presente que han sabido ver y apreciar los tesoros que les muestra Nao d’amores en cada montaje, porque, como dice Zamora, «es un teatro tremendamente popular, cercano y emocionante; y creo que esa emoción, que tiene que ver con la sencillez, con lo ancestral, con lo ritual, con el espacio de juego, nos ha permitido llegar a un público que no tiene por qué ser intelectual». No obstante, como ocurre en toda manifestación artística de envergadura, esa aparente sencillez que tienen algunas propuestas de la compañía es fruto del conocimiento y de un minucioso trabajo de depuración. «El rigor es imprescindible –afirma la directora–. Luego, el resultado… podrá salir mejor o peor; pero lo mínimo que se nos debe pedir a los profesionales de las artes escénicas es que conozcamos bien los materiales con los que trabajamos». Y ese conocimiento, desde luego, nadie lo pone en duda; de hecho, pocas veces el fallo del jurado de un premio de estas características ha sido tan unánimemente aplaudido por los creadores, periodistas y críticos que nos dedicamos a esta cosa tan extraña del teatro.