Crítica de teatro

"El rey que fue": El campechano Juanito ★★★☆☆

La acción del montaje se sitúa en el presente, dentro de un lujoso velero que navega por el golfo Pérsico

Escena de «El rey que fue»
Escena de «El rey que fue»Els Joglars

Autor: Albert Boadella y Ramon Fontserè. Director: Albert Boadella. Intérpretes: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Javier Villena, Martí Salvat y Bruno López-Linares. Teatro Reina Victoria, Madrid, Hasta el 31 de marzo.

Guste más a unos que a otros, la realeza sigue despertando un interés general en la población -no solo española, sino de todo el mundo- que difícilmente podrá suscitar otro asunto. Bien lo saben las publicaciones y programas televisivos de sociedad, que encuentran un verdadero filón en cada hecho relacionado con la Casa Real que pueda ser noticiable. Hagan lo que hagan y sean quienes sean los portadores de la corona y sus familiares directos, y estén mejor o peor considerados por los ciudadanos, mantendrán intacto su glamur mientras vivan. Así ha sido siempre con todas las monarquías y parece que así seguirá siendo mientras estas existan.

No hay como haber estado en la función previa al estreno de El rey que fue, la obra de Els Joglars sobre Juan Carlos I, para confirmarlo. Compartiendo el patio de butacas con el espectador que podríamos llamar «prototípico», allí había otro público (gente estiradísima que llegaba con su chófer, devotos del papel cuché... e incluso alguna conocida cara de la esfera política) que no había pisado un teatro desde que Zorrilla estrenase el Tenorio y que no lo volverá a pisar hasta dentro de otros 180 años. No quiero ni imaginarme cómo será el público que vaya esta noche al estreno oficial.

Pero lo más importante para un crítico no es lo que pasa en la platea, sino en el escenario. Así que vamos con ello.

La acción de El rey que fue se sitúa en el presente, dentro de un lujoso velero que navega por el golfo Pérsico. A bordo van, junto a la tripulación, el exiliado rey emérito, sus asistentes y un grupo de amigos a los que Juan Carlos quiere agasajar con una paella que él mismo cocinará en alta mar. Como no podía ser de otra manera tratándose de un trabajo de Els Joglars, la obra es una sátira pura y dura, no solo sobre el papel que ha desempeñado el emérito en la historia de España, sino también sobre sus aptitudes como monarca, sobre sus actitudes fuera del ámbito institucional y político y, en definitiva, sobre su propia personalidad. «Siempre has sido un frívolo y un consentido», le dice al protagonista, no sé si de manera literal o con palabras muy similares, una amiga periodista con la que mantiene una relación íntima.

Desde luego, el personaje principal está muy bien construido –y muy bien interpretado por Ramón Fontserè– de acuerdo al código de farsa en el que ha sido concebida la función. Así, con su proverbial campechanía y su desidia para afrontar algunas cuestiones relevantes, vemos a un Juan Carlos I simpático y cercano, casi entrañable, y al mismo tiempo infantil, fuera de lugar y ridículo hasta límites exasperantes.

En la dramaturgia de Fontseré y de Albert Boadella –quien, por cierto, vuelve a dirigir a la compañía después de 10 años sin hacerlo–, se advierte un sentimiento de decepción, patente ya en el propio título del espectáculo, que les permite poner en valor algunas decisiones importantes que tomó el rey, sin que eso sea óbice para criticar, de manera mordaz, su decadencia ética como persona y como símbolo de todo un país. Parafraseando otro diálogo de la función, en un momento en el que el protagonista se queja de que nadie aprecie que podía haber sido un rey absoluto cuando Franco murió, y que, sin embargo, entregó el poder al pueblo «para que fuera protagonista de su propio destino», su amiga le responde: «Ese mérito nadie te lo ha negado». Con respecto a esta dualidad moral, hay también en la dramaturgia una oportuna vinculación entre la historia de este prohombre llamado a regir el destino y los sueños de un pueblo, y que acaba descendiendo a los infiernos y siendo defenestrado, con el trasfondo de algunas tragedias de Shakespeare. E incluso hay un personaje en escena llamado Adrián –por desgracia, muy poco aprovechado desde el punto de vista interpretativo– que funciona como un estupendo bufón clásico y que, rompiendo un poco con el contexto dramático, eleva poética y filosóficamente algunas de las ideas que se están manejando a lo largo de la representación.

Pero el mayor problema de El rey que fue es que, si dejamos de lado la cáustica y certera lectura del emérito como personaje y la creación de ese original bufón que le acompaña, los demás secundarios están bastante desdibujados y la acción –como ya viene ocurriendo en los últimos tiempos con otros trabajos de Els Joglars– discurre muy fatigada, a una velocidad que no casa bien con los ritmos que se manejan hoy en día en un teatro de naturaleza estrictamente dramática como es este.

  • Lo mejor: La construcción satírica del personaje del emérito, que además está muy bien interpretado, es inteligente y divertida.
  • Lo peor: A la historia que envuelve al protagonista le falta un poco de "chicha" dramática.