Juan Ortega libera su alma
El diestro corta las dos orejas del quinto en una faena de mucha emoción, cadencia y lentitud en la segunda de Valdemorillo y sale a hombros
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Hace tiempo, siglos parece, que veníamos a Valdemorillo a sufrir. A pasar frío o a dejar el coche en la calle, mientras nevaba con la duda de si al salir lo podrías sacar y regresar a casa. Pero era la primera del año y tenía el sabor de querer despertar del invierno con ese punto de melancolía. Hoy es otra cosa. Como la vida para Juan Ortega que antes de llegar a la plaza hizo la travesía de otro mundo de cámaras y ruido con el que se ha topado por cuestiones ajenas, del corazón, del suyo, que sólo a él le pertenece, por muchas luces que haya, o morbo. La realidad es que a todos nos persiguen las sombras. Su verdad, mucho antes de este revuelo, nos conquistó hace tiempo. Esa que tiene para detener el tiempo. Ese misterio de contar despacito los relatos del miedo y hacernos olvidar que su bello baile del toreo es con la muerte, que se templa, que se pone bonito, que espanta a los tormentos en el preciso instante en el que los monstruos son más grandes, porque a estas alturas ya sabemos que hay toreros buenos, malos y regulares, pero que Juan, Ortega, torea más despacio que nadie. Y por eso fuimos a Valdemorillo hambrientos y sedientos de toros, y con unas imágenes que habían llegado de México, con la maravilla del ritmo del toro mexicano y Ortega. Igual es fórmula magistral. Sus lances con el segundo fueron una explosión. Los hubo de todo. Un hallazgo de lo que vendría después. Verónicas antes de perder el capote, chicuelinas y lo mejor, unos delantales con reposo, de deleite. Todo esto vino antes de que el toro marcara sus pautas. Hasta ese momento sabíamos que había mirado a tablas, al caballo de la puerta. Cuando Jorge Fuente puso banderillas lo apretó una barbaridad y tuvo ya otros resortes. Fue otro. Faltó entrega al animal, tenía las balas guardadas. El comienzo de faena de Ortega tuvo la plenitud de todos los tiempos, sobre todo en dos muletazos de pellizco en el estómago. Después hubo que trabajar con el toro, que no quería tragar. Entre una cosa y la otra cadencia y una estocada abajo. Tiene la torería en las venas.
Bordó el cambio de mano con el que inició la faena al quinto, tan despacioooooo, tan laaaaargo. ¿Se entiende? Buscó y rebuscó en las embestidas del toro, que eran nobles, no más y de pronto encontró un natural con el que cerró tanda que era una un auténtico viaje emocional, un recuerdo para toda la vida. Alumbró caminos e inviernos con los cambio de mano, genuflexo, por el pitón zurdo, el bueno, bárbaro, crujía Valdemorillo, mientras Ortega se vacíaba. Hundió la espada y se llenó de pañuelos. Un trofeo y dos y la Puerta Grande. La emoción era otra. Ortega es un torero de seguir y perseguir. De heridas abiertas, de rotos y descosidos, de ilusionarte, de prender una mecha que no se apaga. De encontrar los tiempos perfectos en lo imperfecto.
El primero de Cuvillo renqueó de salida como si fuera una conjura para nuestros ánimos recién estrenados. No podía. Y no pudo. El toreo de Talavante, suavón, era un simulacro. Imposible atravesar barreras emocionales con estas la reglas. Similares trazas la faena al cuarto.
Ocurrió todo muy rápido con el tercero y Ginés Marín. Los lances, la casi cogida, el regreso para hacer unas gaoneras. La velocidad era inversamente proporcional a la emoción. El toro iba y venía sin final. A mitad de camino se quería quedar. Marín ansiaba todo ya, sin degustar y eso era imposible que llegara al tendido con un atisbo de emoción.
Expuso en los comienzos y se vinieron abajo ambos después. Ortega había liberado su alma y eso es mucho decir. Dichosos los ojos. Qué buen pálpito.
Valdemorillo (Madrid). segunda de feria. Lleno de «No hay billetes». Se lidiaron toros de Núñez de Cuvillo. El 1º, descastado; 2,º manso y sin entrega; 3º, movilidad sin entrega; 4º, noblón; 5º, noble y repetidor; 6º, movilidad a menos.
Alejandro Talavante, catafalco y plata, estocada (silencio); estocada, descabello (silencio).
Juan Ortega, de corinto y oro, estocada muy baja( saludos); estocada (dos orejas).
Ginés Marín, de nazareno y oro, estocada punto contraria (saludos); estocada (silencio).