Legado
Morante de la Puebla, el arte que no se repite
El torero sevillano se despidió en Madrid tras una carrera marcada por el clasicismo, la genialidad y la lucha personal
Morante de la Puebla se despidió en Las Ventas como las leyendas, sin previo aviso y después de alcanzar la cima. Cortó dos orejas y, con lágrimas contenidas, dejó el símbolo del adiós en el ruedo. Con él se marcha el último gran exponente del toreo clásico, un artista que devolvió el alma al toreo y la fe a la belleza.
Desde su alternativa en Burgos en 1997, de manos de César Rincón, hasta su adiós este pasado Día de la Hispanidad en Madrid, José Antonio Morante Camacho ha trazado una carrera marcada por el arte, la pureza y la personalidad. En 1999 abrió por primera vez la Puerta del Príncipe de la Maestranza, plaza que marcaría su vida. Volvió a hacerlo en 2007 y en 2023 alcanzó la eternidad al cortar un rabo —el primero en 52 años— al toro “Ligerito”, un suceso que consagró su nombre entre los elegidos.
Madrid fue siempre su prueba de fuego. En 2007 se encerró con seis toros en la Beneficencia, cortando una oreja al último tras pasar por la enfermería. En 2009 dejó una faena de capote que aún se evoca con devoción. En 2025, en el año de su madurez plena, salió dos veces por la Puerta Grande de Las Ventas, en Beneficencia y en su despedida de Otoño.
Su leyenda incluye gestas singulares: las encerronas de Zaragoza (2008), Ronda (2013) y El Puerto de Santa María (2021) con toros de Prieto de la Cal, ejemplos de compromiso con la verdad del toreo. En 2022 cumplió el sueño de torear cien corridas en homenaje a Joselito “El Gallo”, y un año antes recibió el Premio Nacional de Tauromaquia por su renovación del clasicismo.
Pero bajo la seda de la gloria hubo un alma vulnerable. Diagnosticado con un trastorno disociativo desde los 22 años, sufrió retiradas en 2004, 2007, 2017 y 2024, combatiendo la enfermedad. Aun así, cada regreso fue una lección de arte y coraje. Defendió encastes olvidados, rescató el sabor del toreo antiguo y dio voz al silencio del temple.
Morante no ha sido solo un matador de toros: es un creador. En su muleta se detuvo el tiempo, en su capote vibró la memoria de los viejos maestros. Se va el torero, pero queda el arte. Y eso, en el toreo, es la verdadera inmortalidad.