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Opinión

El triste viaje de los papeles de los condes de Altamira

El autor aporta luz sobre el patrimonio español dependiente de gobiernos extranjeros como el de Reino Unido y que el Ministerio de Cultura no recuperará

El triste viaje de los papeles / Detalle del "Breviario de Isabel la Católica"
El triste viaje de los papeles / Detalle del "Breviario de Isabel la Católica"LA RAZÓN

Esta historia es confusa en sus orígenes. Entre 1825 y 1870 se desmembraron la biblioteca y el archivo de los condes de Altamira. El título había sido creado en 1455 y en 1613 se le concedió Grandeza de España. En 1870 el titular era don José María Osorio de Moscoso y Carvajal (1828-1881), XV conde de Altamira, XVI duque de Sessa, XVIII de Maqueda, VI de Montemar, XX marqués de Astorga, XI de San Román, IX de Morata y XI del Águila, XX conde de Trastamara, el cual casó con Su Alteza Real doña Luisa Teresa María de Borbón y Borbón Dos-Sicilias, Infanta de España, hija de Francisco de Paula de Borbón y Borbón y de Luisa Carlota de Borbón Dos-Sicilias.

Aquella casa aristocrática atesoró inmensas colecciones documentales que hacían a la Historia de España y a nuestra cultura: Por ser Sessa, eran los propietarios y herederos de los papeles del Gran Capitán, pero también de comedias de Lope de Vega autógrafas que las he visto con mis propios ojos y no están en España; por ser Velada, riquísimos epistolarios de los Gómez Dávila, y en concreto del marqués que vio declinar el reinado de Felipe II y ascender el de Felipe III.

Pero además de los documentos propios de cada Casa de las que se fueron uniendo a lo largo del tiempo, fueron acopiando papeles y más papeles únicos y trascendentales: don Gaspar de Guzmán, el Conde de Olivares y Duque de Sanlúcar la Mayor, reunió y se quedó bajo su custodia una innumerable cantidad de documentos “esparcidos” e inherentes a “materias graves” desde tiempos de Carlos V en adelante. Esos papeles que fue incautando el Conde-Duque eran documentos de los secretarios reales que él estudió para ejercer mejor el gobierno. Así que don Gaspar se hizo con la secretaría completa de Mateo Vázquez de Leca, secretario personal de Felipe II, quien, a su vez se había hecho con los papeles del cardenal Espinosa (Presidente de Castilla y su mentor), Gasol, Ovando, López de Velasco, Antonio Gracián, Pedro de Hoyo, etc. o lo que es lo mismo, las grandes secretarías de tiempos de Felipe II que por esta causa, paradójicamente en vez de estar en Simancas, están dispersas acá y allá.

A lo largo de más de tres siglos, que se pronuncia pronto, una Casa fue reuniendo bibliotecas y archivos de una importancia cultural inimaginable. Sin embargo, todo se vino abajo a lo largo del siglo XIX. Las deudas acumuladas desde la Guerra de Independencia, aumentadas por la persecución política y por tantos cambios sociales del siglo XIX obligaron a la familia a ir desprendiéndose del patrimonio. Lo primero que se puso en venta fue la colección de arte procedente del I Marqués de Leganés (que era primo del Conde Duque y había sido virrey de Nápoles entre 1637 y 1643), así como un lote de 3.000 libros impresos, que se empaquetaron rumbo a París y luego a Londres. El fondo fue comprado por un librero londinense, Thomas Thorpe. Acabó, tras subasta en Sotheby’s, en Edimburgo y luego en parte en Londres y en París.

Por otro lado, como los Altamira no podían pagar a su apoderado, le compensaban con libros. También a los hermanos Zabálburu, industriales de la época. Los libros los seleccionaba Sancho Rayón, bibliotecario del Ministerio de Fomento. No se sabe cuántos libros llegaron de esta manera a Zabálburu. Por otro lado, Altamira tenía un administrador de sus bines, un suizo apellidado Chapuy. Durante los primeros meses de 1870 hubo en París tres subastas de libros de la colección Altamira, diferentes de las de Londres. Entre otras cosas, se vendieron todos los manuscritos del cronista vasco de Felipe II, Esteban de Garibay, que no sé cómo acabaron en la Real Academia de la Historia.

En París en 1870 se subastaron unos 5.355 libros en unos 7 u 8.000 volúmenes, de los que unos 300 eran libros manuscritos. En 1875 el conde de Benahavís compró parte de los libros subastados en París en 1870. Pero, de nuevo, entre 1893 y 1894 todos o casi todos sus libros salieron para París con el fin de venderse. Se pusieron a la venta 8.303 obras. El catálogo tenía cuatro tomos y prólogo de Menéndez Pelayo. Mandó Fomento a un bibliófilo a que comprara algunas obras, y 74 volvieron a España. Al mismo tiempo, la Academia de la Historia compraba unos manuscritos a un anticuario vienés, Kunde (en concreto la historia de los Khevenhüller).

Hasta aquí la salida de España de la biblioteca. Pero el desastre también afectó al archivo histórico y al administrativo de la casa de Altamira. Sin entrar en más detalles, parece ser que en total salieron del palacio unas 200 arrobas de papel (¡2.300 kilos!) que por 8 reales compró el librero Pereda. A su vez, éste lo vendió a un tendero de comestibles que los dejó en un almacén. Un día, el Conde Valencia de don Juan, Juan Bautista Crooke y Navarrot conde consorte, paseaba por la calle Mayor de Madrid cuando sintió un humano apretujón, vamos que como se lamentara Sancho Panza, se desaguaba entrambas posaderas. Entró con urgencia en una tienda de comestibles que le dio caritativo asilo “y hallándose en el lugar diputado para su caso, vio que de un gancho colgaban para tal menester [séase, el limpiarse] unos pliegos viejos y amarillentos, y cuál no sería su asombro cuando advirtió que tenía entre las manos una carta del Gran Capitán”, o sea, las “Cuentas del Gran Capitán”.

Pudo el Conde comprar y trasladar a su Casa varias cajas de esos papeles echadas dentro de los coches con los que fue al almacén del tendero. Se daba el caso de que no tenía dinero para pagar lo que pedían por los papeles, pero había que comprarlos urgentemente. Su cuñado Disdier le prestó el dinero. Al Conde de Valencia de don Juan le interesaban poco los documentos: él era coleccionista de autógrafos –como correspondía a todo erudito que se preciase en el siglo XIX-, así que el pacto entre cuñados fue que todo a medias, que el Conde se podía quedar los autógrafos y que lo demás lo depositarían en la casa familiar de la Carrera de San Jerónimo hasta que lo vendieran. Disdier sacó lo suyo a la venta en Londres para el British Museum. Empezaron las negociaciones y al final, a mediados de marzo de 1870 se habían ofrecido 22 cartas originales de Felipe II; 427 cartas de Antonio Pérez; 41 cartas de don Juan de Austria relativas a la sublevación de los moriscos de Granada; 304 cartas de Mateo Vázquez sobre la preparación de la Armada de 1588. Sin entrar en más detalles de las negociaciones, el 3 de mayo de 1870 entraron en el Museo Británico 800 cartas que hoy constituyen las signaturas Add. 28.262 a 28.264, pues allí se conservan.

Disdier y el Museo Británico debieron quedar muy contentos porque volvieron a entablarse negociaciones inmediatamente, de tal forma y manera que el 21 de mayo salían hacia Londres ¡187 legajos! y libros de documentación de los reinados de Felipe II y Felipe III, sobre la gestión del Imperio. Aunque algo se regateó, al final se aceptó la transacción: son los actuales legajos Add. 28.334-28.503. Durante el verano se recibió el tercer lote, esta vez de sólo 32 documentos: es el Add. 28.528. Por último, a finales de abril de 1871 se aceptó la adquisición de otros 16 legajos de documentos de tiempos de Felipe II. Son los Add. 28.697 a 28.712.

Disdier había vendido 200 legajos por 1.935’5 libras. Y como no tengo más espacio concluyo: gran parte de los manuscritos españoles del Museo Británico catalogados por Gayangos proceden de la colección Altamira. En Ginebra está otra parte que llegó también de aquella manera. En la Hispanic Society aterrizaron otras cuantas cajas que Huntington era muy filántropo y amante de la cultura española y en esas cajas están, por ejemplo, las “Instrucciones de Palamós” manuscritas de Carlos V a Felipe II sobre cómo debe comportarse ahora que has cumplido 16 años y en Madrid se conserva lo demás en las bibliotecas Zabálburu (hoy Heredia-Spinola) y Valencia de don Juan.

La historia de la dispersión de esta biblioteca y de este archivo es fabulosa, sangrante, increíble. Pero fue así. Me imagino que los títulos de derecho internacional de propiedad, o como se llamen, estarán reconocidos. Cuando un historiador ha de investigar sobre la Historia de España sabe que va a pasar mucho tiempo fuera de España, en ocasiones recomponiendo la dispersión de tantos y tantos fondos tangibles que hay por todas partes…, y eso que no he hablado de la calamidad que fue la Invasión francesa. Así que por reclamar, que no falte de ná; que por reclamar, aún nos queda Gibraltar. Y esto sobre bienes tangibles, que sobre intangibles, ¿qué hacer con lo que nos han prestado griegos, romanos, cristianos, y bárbaros?; ¿cómo devolvérselo?