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Poesía
Yolanda Castaño: «Lo creativo sigue pagándose con amor»
Con Economía y poesía: rimas internas (Páginas de Espuma), Yolanda Castaño publica su primer ensayo tras más de treinta años de trayectoria poética. Un texto lúcido y combativo que reflexiona sobre la dificultad de vivir de la escritura, las brechas de género en la creación, las llamadas “monedas simbólicas” con que se remunera a los artistas y el riesgo de convertir la poesía en un hobby elitista.

Pregunta: En tu libro destacas cómo pocas autoras han conseguido vivir de la escritura, y cómo resulta cada vez más difícil dedicarse exclusivamente a ello. ¿Consideras que es diferente en otros oficios, como las cantantes o las actrices?
Respuesta: Bueno, no sé si exactamente cada vez menos, pero sí es cierto que hemos pasado por momentos mejores y peores. Lo lógico sería esperar que el desarrollo y el progreso de las industrias culturales y de ocio permitiesen un mayor desahogo a las piezas imprescindibles que las conforman.
Sigue habiendo gente que vive del mundo del libro: conocemos a quienes se dedican a editar, vender o distribuir. Pero sigue siendo terriblemente complicado sustentarse únicamente a base de escribirlos. De todos modos, reconozco que este libro también puede aludir a muchos otros oficios creativos y culturales.
He recibido mensajes de periodistas, trabajadoras autónomas o gente dedicada al tiempo libre. Muchos oficios culturales se pueden sentir cómplices con este libro, porque las cosas están difíciles para todos. Y muchos de los patrones que operan en la creación literaria también funcionan en cualquier otro trabajo cultural.
P: ¿Consideras que hay una brecha de género? ¿Es más difícil para las mujeres que para los hombres?
R: Desde el momento en que los cuidados siguen recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, incluso en las sociedades más avanzadas, sí, hay una brecha de género.
Cuando las mujeres intentan conciliar vida familiar, profesional y creativa, siempre hay una parte que debe renunciar, y suele ser la creativa. A veces encuentro sospechosas similitudes entre los trabajos de cuidados —domésticos, personales— y los creativos, porque ambos suelen pagarse con amor. Esa es la vulnerabilidad que tienen: vivimos en una sociedad donde priman otros valores, que apuntan a la productividad monetaria.
Lo creativo no es productivo porque sus frutos llegan a largo plazo. No me gustaría pensar en una sociedad que solo valora lo que se puede meter en una bolsa, pero es cierto que lo material resulta más fácil de valorar. Nadie duda de que deben cobrar un notario, una psicóloga o una profesora, cuyo trabajo también se basa en la palabra, pero lo creativo sigue asociándose a lo superfluo, al adorno, a lo poco necesario. Y así encuentra muchas más dificultades para ser valorado.
«La poesía se juzga muchas veces como una categoría moral, no como un producto artístico».
P:¿Por qué es más difícil vivir de la poesía que de la narrativa?
R: Es una de las grandes preguntas que me hice desde que empecé a publicar a los 17 años. Desde esa inocencia veía cuántas connotaciones arrastraba la poesía, muchos lastres muy antiguos que la romantizaban.
La poesía suele tener una adhesión más de tipo espiritual, social o incluso moral. A veces, problemáticamente, es juzgada bajo esa categoría moral. Como si la mejor obra arquitectónica se evaluara según los sentimientos nobles de la arquitecta. En poesía ocurre algo similar: se asocia demasiado a la sentimentalidad y a las emociones, y se juzgan esas emociones en lugar del producto artístico, que es lo que realmente es.
Esa connotación dificulta que la poesía pueda valorarse como lo que es: un producto artístico, como la plástica, la música o la narrativa. Y, en consecuencia, dificulta también que pueda remunerarse.
P:¿Cree que el papel de las escuelas es importante a la hora de acercar la poesía a los alumnos y combatir esos prejuicios?
R: Creo que la educación es crucial en esto y en todo. Por ejemplo, el público suele desconocer datos tan básicos como que, de un libro, solo un 10 % llega a la autora. Eso se puede explicar en 15 segundos en una clase de literatura, y ayudaría mucho a concienciar a alumnos y lectores sobre cómo funciona este mundo.
Lo he preguntado muchas veces y me llama la atención lo poco que se sabe. Quizá porque no le damos importancia suficiente a la literatura, que a veces se concibe como una fuente eterna e impersonal, como si los poemas llovieran del cielo. Pero los poemas salen de cuerpos que también tienen necesidades materiales.
Me interesa mucho la conciencia de que escribimos desde un cuerpo, y de que ese cuerpo funciona dentro del mismo sistema económico que el resto. Y esas necesidades deben cubrirse con la misma moneda de cambio que para los demás. Sin embargo, en nuestro caso se nos suele pagar con monedas simbólicas: respeto, admiración, prestigio, cariño.
«Si dejamos la literatura en manos de quienes pueden permitirse no cobrar, la convertiremos en un hobby elitista».
P: En el libro hablas precisamente de esas “monedas simbólicas”. ¿Qué significa esa expresión?
R: Me refiero a ese intercambio en el que, mientras estamos obligados a convivir en el mismo sistema económico que todos, nuestro trabajo se intenta pagar con visibilidad, prestigio o promoción. Esa especie de promesa siempre postergada: “Te vas a dar a conocer”. Esa zanahoria que seguimos durante años o décadas, sin que nunca parezca llegar el momento.
Por supuesto, la visibilidad o el respeto están bien, refuerzan la autoestima y animan a seguir. Pero son monedas que no cotizan. Una anécdota lo ilustra bien: en un pueblo de Galicia, el concejal de cultura propuso invitar a Manuel Rivas a un recital poético. Cuando pregunté por el presupuesto, respondió que no había pensado en nada, porque así Rivas se daba a conocer en ese pueblo. Si incluso la figura más importante de la literatura gallega todavía no está consagrada, ¿qué queda para el resto?
P: ¿Cree que el sector literario podría organizarse como un sindicato?
R: Soy positiva y optimista. Creo que hay más cosas que nos unen que las que nos separan, y que sí sería posible llegar a consensos. Pero lo cierto es que ni siquiera las asociaciones de escritores y escritoras que existen funcionan suficientemente en ese sentido.
En otros países la situación está más saneada, pero aquí sigue siendo problemática. Parte del problema está dentro del propio sector: hay mucha gente que vive de otra cosa y que no percibe las condiciones actuales como negativas, de modo que sus expectativas de trato digno han sido tan rebajadas que no se construye nada.
El riesgo es claro: si dejamos la literatura en manos de quienes pueden permitirse no cobrar por ella, la convertiremos en un hobby elitista. Y dejaremos fuera muchas voces subversivas, incómodas o desconectadas del poder, que también deberían poder vivir de su trabajo creativo.
«Visibilidad, respeto y prestigio no son monedas que coticen».
P: ¿Qué opinión le merece la inteligencia artificial aplicada a la creación literaria?
R: Todavía estoy configurando mi opinión. Es cierto que se han hecho muchos avances, pero me apena que se orienten a sustituir trabajos creativos en lugar de los domésticos o burocráticos, que son los que realmente consumen tiempo.
Si nos apoyamos demasiado en la IA, corremos el riesgo de desentrenar nuestra mente y volvernos menos críticos. Es pan para hoy y hambre para mañana. Lo que realmente se valorará seguirán siendo las mentes capaces de pensar por sí mismas: con estrategia, creatividad, originalidad y espíritu crítico.
Economía y poesía: rimas internas (Editorial Páginas de Espuma) ya está disponible en librerías.
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