Amarcord

Jack Kyle, el médico que ansiaba brindar con vino francés

El mítico medio de apertura irlandés compró dos botellas de vino de Borgoña tras ganar un partido en París que significó el primer Grand Slam de Irlanda. Se cumplen 75 años de aquel título

O’Driscoll, capitán irlandés, junto a Jack Kyle
O’Driscoll, capitán irlandés, junto a Jack KylefotoAgencia AP

Irlanda, representada en el rugby internacional por toda la isla sin distinción religiosa ni política –católicos republicanos del sur y protestantes unionistas del norte–, encabeza en estos momentos el ranking mundial y se cierne como una de las tres grandes favoritas, junto a Nueva Zelanda y Francia, para ganar la Copa del Mundo del próximo otoño. De hecho, el equipo que lidera Johnny Sexton ha marcado territorio ante sus rivales: se dio el gustazo el verano pasado de ganar una serie en la tierra de los All Blacks –dos victorias a una, lo que ninguna selección europea había hecho desde 1994– e interrumpió en Dublín la serie de imbatibilidad de los franceses con un contundente 32-19.

Vive días de gloria el XV del Trébol, o sea, pero las cosas no siempre le fueron tan rodadas a la menos laureada de las cuatro naciones isleñas. Fundada en 1875, la selección irlandesa tardó seis años en ganar un partido y, mientras el gran torneo anual se circunscribía a las Home Nations, sólo ganó las triples coronas de 1894 y 1899. Con la entrada de Francia en el Cinco Naciones a partir de 1910, la cosa empeoró: junto a los bisoños galos, eran la cenicienta del torneo y pugnaban casi cada año por evitar la cuchara de madera.

El brote verde germinó tras la II Guerra Mundial, cuando una ola de fraternidad recorría la isla e Irlanda alternaba sus sedes: un partido se jugaba en la capital republicana, Dublín, y el siguiente se celebraba en la británica Belfast. Irlanda se encomendaba a Jack Kyle, un estudiante de medicina salido de la élite protestante del condado de Ulster. El 1 de enero de 1948, jueves, se estrenaba el año y el Cinco Naciones en Colombes, donde el número 10 norirlandés manejó el oval con maestría para aplastar a Francia con tres ensayos, un claro 6-13. Para celebrar el triunfo, el exquisito Kyle compró en una vinoteca parisina dos botellas de Domaine de la Romanée Conti, un caro tinto de Borgoña.

La creencia en el milagro comenzó a gestarse tras ganar en Londres, la guarida del enemigo secular, por un ajustado 10-11 e Irlanda entera enloqueció cuando Escocia sucumbió por 6-0 en Dublín. El Grand Slam estaba a tiro de 80 minutos. El partido contra Gales sería en el Ravenhill de Belfast, cuyas vetustas gradas de madera reventaban con el doble de público del que podían contener. El duelo llegó equilibrado al descanso y, al cuarto de la segunda parte, Kyle subió una de sus típicas patadas altas para que sus delanteros las disputasen. El ingeniero Jack Daly, un fornido pilar que residía en Londres, emergió con un salto felino y plantó el 6-3 definitivo. Asistente y anotador, para celebrar la victoria, se bebieron una de las botellas de tinto borgoñón.

Jack Kyle es el único irlandés que ha permanecido 17 años en su selección, hasta que se retiró en 1963 y ejerció la pediatría por medio mundo, en lugares tan inhóspitos como Zambia. Vivió entregado al prójimo y con un ojo en «su» selección irlandesa, que pagó con una larga decadencia los años convulsos del conflicto entre católicos y protestantes en los condados norteños. En 2000, con 74 años, regresó a su casa de Downpatrick mientras seguía esperando el segundo Grand Slam del XV del Trébol, que aconteció en 2009. Sesenta y un años después de su gesta, se sentó junto a su hijo y su nieto en la grada del Millenium de Cardiff, pero el 6-0 del descanso no presagiaba nada bueno. Dicen que Brian O’Driscoll, el capitán irlandés, arengó a sus muchachos antes de la segunda parte. «El viejo Jacky ha venido a vernos. No pienso dejar que ese tipo se muera sin ver ganar otra vez a Irlanda. Además, me ha prometido una sorpresa». Los de verde remontaron... y Kyle compartió con ellos sobre el césped una botella que llevaba 61 años a la espera de ser descorchada. Su nieto la había colado escondida bajo el abrigo.