Autosuficiencia
El apagón llegó sin avisar. Una carta de la compañía eléctrica anunciaba el corte indefinido e inminente del suministro en casa de Arnau Musach, en Barcelona. Al principio, cundió el pánico entre los tres amigos que residían en la vivienda. Junto a Joana y Marcel, este joven artista trató de solucionar el problema del «blackout» derivado de un impago de los anteriores inquilinos que superaba el año, pero era complicado. Ante los problemas que les planteaba la empresa eléctrica, pensaron en la opción de vivir sin engancharse a la corriente.
«Al parecer había algún inconveniente en el contador, derivaron el expediente a Madrid y la situación era compleja, no era fácil darse de alta de nuevo así que dijimos que quizá era el momento idóneo para ver si éramos capaces de sobrevivir sin electricidad», comenta este creativo de 32 años que entonces, cuando tuvo lugar esta experiencia, era estudiante de Bellas Artes en la capital.
Por eso, cuando la espada de Damocles del «gran apagón» se cierne ahora sobre los ciudadanos ante la alarmante advertencia de Austria, Arnau se ríe y asegura que de ocurrir, él «ya juega con ventaja». Los seis meses que los tres amigos vivieron en aquella vivienda de El Clot, un barrio de Barcelona, fueron «muy especiales, una forma de entender la vida de manera diferente. Siempre nos había interesado el tema de la autosuficiencia, de la sostenibilidad, y esta era una ocasión perfecta. Había dos opciones: o volvernos locos o probar a vivir de otra manera».
Lo primero que hicieron fue cambiar sus horarios, levantarse antes para ganar luz y acostarse más temprano. «Lo segundo fue concienciarse de que aunque dieras al interruptor, la luz no funcionaba. De manera automática, cuando llegabas a casa dabas al botón. Lo siguiente fue generar un sistema alternativo de alumbrado con velas de todos los tipos y tamaños en el hogar. Además, como consumíamos muchas, ideamos un plan de reciclaje con la cera sobrante para aprovecharlas mejor».
De la noche a la mañana pasaron a convertirse en unos expertos en energías alternativas a base de lecturas y múltiples visionados de vídeos en Youtube: «Tampoco teníamos internet en casa, así que debíamos ir a la biblioteca», recuerda. Y llegó el momento de generar su propia electricidad. A través de manuales y una bicicleta antigua crearon su fuente de alimentación: «Quitamos una de las ruedas y la conectamos a un alternador. De ahí a una batería de coche de 12 voltios para después conducirla a un transformador que la convirtiera a 320. No teníamos ni idea de electricidad, pero después de mucho leer y probar, funcionó», relata ahora con orgullo.
Sin radiador ni termo
Lo que recuerda como más «pesado» era el tener que recargar el termo eléctrico con agua precalentada en la cocina de gas butano. «Teníamos un depósito especial que mantenía un tiempo el calor. Cada vez que uno se duchaba, llenaba varias ollas, las ponía al fuego y luego las vertíamos sobre el termo. Era un poco rollo, pero bueno, no había otra», dice Arnau que, reconoce, que no le importaría vivir de nuevo aquella experiencia. De hecho, en la actualidad se ha instalado de nuevo en su pueblo natal, Centelles, donde se ha construido su propia casa sostenible hecha a base de placas solares y materiales «eco». Eso sí, con electricidad.
La experiencia de antaño también fue en cierto modo compleja a la hora de la alimentación. El frigorífico tampoco funcionaba «así que íbamos cada día al mercado a hacer la compra y consumíamos en esa jornada los alimentos. Comimos poca carne y pescado, porque se ponía malo enseguida y no había manera de conservarlo.
Para el tema de la calefacción, la solución fue mucha manta y abrigo así como una especie de macetas que conservan el calor «y que aguantaban bastante, sobre todo en las habitaciones». Pese a lo bizarro de la situación, este joven artista afirma que aquella época fue bonita: «Hicimos más vida de comunidad y además, todo quedaba muy bonito con las velas. Cuando venía gente a casa había quien valoraba positivamente nuestra iniciativa, otros nos miraban raro». Si supieran lo que ahorraron entonces en la factura de la luz, quizá les hubieran mirado con envidia en vez de con extrañeza. «Un apagón nos vendría bien a todo», sentencia.