Opinión
¿Es Nicaragua el espejo en el que mirarse?
Todo empezó como empiezan estas cosas, matando al mensajero
Hay un país en el mundo donde la mujer del máximo responsable del Ejecutivo hace lo que le viene en gana. Allí, un matrimonio muy enamorado decide quien tiene la libertad de abrir la boca en público y qué empresas pueden o no invertir en el país.
Por detentar, hasta el poder de a qué Dios rezarle han usurpado. ¿Que la Cruz Roja les toca las narices? Se la disuelve. ¿Que alguien osa toserles? Se le señala, primero, y si persiste en su locura, se le encarcela para luego deportarlo lo más lejos posible.
En ese país donde un matrimonio –tanto monta, monta tanto– elige a los miembros de su clan y los coloca a dedazo limpio aquí y allá sin que casi nadie se atreva a denunciarlo todo empezó como empiezan estas cosas: matando al mensajero.
Al principio solo eran dardos y señalamientos, después insultos a los periodistas críticos y luego la intervención de medios digitales, como «Confidencial» y algunos canales de televisión. Más adelante, en plena héjira de periodistas ante la presión del régimen, el matrimonio fue a por las cabeceras decanas.
Simultáneamente, al estilo chavista, con una lluvia fina pero diaria, el matrimonio fue tejiendo su tela de araña. Tirando de estómagos agradecidos, de periodistas traidores a la profesión, al deber de escudriñar y criticar al poder dentro de la línea de cada empresa periodística.
Hoy, ese matrimonio y su estirpe controlan cada resorte de ese país.
La última vez que por allá anduve, la bandera rojinegra ondeaba bajo la nicaragüense en el Fuerte de El Castillo, en pleno río San Juan. La enseña sandinista se mecía anestesiada e por la asfixiante brisa selvática en uno de los baluartes levantados por los españoles para proteger Granada de los piratas. Como en todos los monumentos nacionales. Y en los coches de reparto de Correos y en los edificios oficiales y ministerios, donde es frecuente encontrar pegatinas con la forma de una camiseta de fútbol rojinegra y el dorsal con el nombre «Daniel», por el presidente Ortega, dueño y señor de Nicaragua tras su regreso a la Presidencia en 2007.
Desde entonces, reina el esotérico clan Ortega, puesto que son legión los familiares y amiguetes que manejan los hilos del poder.
Es Nicaragua, sí, pero seguro que les suena la estrategia.
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