Islamismo

17-A: entre el delirio y la mala fe separatista

Una falta de consideración moral hacia el dolor ajeno que debería hacer reflexionar a la sociedad catalana en su conjunto sobre la deriva de la convivencia en Cataluña que impulsa el separatismo más cínico y contumaz

El espectáculo de la destituida presidenta del Parlament de Cataluña, Laura Borrás, jaleando a quienes boicotearon a gritos el acto central de homenaje a las víctimas de los atentados islamistas de Las Ramblas de Barcelona y Cambrils, demuestra que una parte del separatismo catalán, incluidos, por supuesto, algunos de los que tenían responsabilidades políticas e institucionales en aquellos trágicos días, se mueve entre el delirio de las conspiraciones de los menos avisados y la mala fe de quienes buscan sus propios objetivos, aunque sea a costa de manipular un acto de terror tan vil y despreciar el dolor de todos los ciudadanos de buena voluntad.

La realidad, incuestionable, es que en Barcelona y Cambrils se reprodujo lo que ya había sucedido en otras muchas ciudades europeas y del Medio Oriente, con el uso de medios de fortuna por parte de jóvenes islamistas, nacidos o criados en la emigración, y adoctrinados por clérigos salafistas. El hecho de que el principal responsable del grupo, el instigador y organizador, el imán de Ripoll, Gerona, Abdelbaki Es-Satty, muriera cuando preparaba los artefactos explosivos que pretendía colocar en la Sagrada Familia, sólo supuso un cambio en el método y el lugar elegidos por los asesinos.

Se podrá criticar la falta de reacción policial ante lo que se interpretó, en un primer momento, como una explosión fortuita de bombonas de butano, pero en ningún caso cabe atribuir siniestras intenciones a los cuerpos policiales ni, mucho menos, a unas supuestas cloacas del Estado, con el CNI a la cabeza. Al contrario, quien ejercía el mando de la Policía Autónoma de Cataluña en aquellos momentos, el mayor de los Mossos Josep Lluís Trapero, ha declarado que en el Centro Nacional de Inteligencia sólo encontraron lealtad, apoyo, profesionalidad y colaboración.

Pero ni la realidad de los hechos ni las declaraciones de quienes fueron protagonistas directos de la investigación e identificación de los autores, y de su neutralización posterior, ni las resoluciones judiciales hacen mella en el relato separatista de la conspiración del Estado contra Cataluña. Una manipulación en muchos casos consciente y deliberada, pero que con actuaciones como la de Laura Borrás se traslada al ámbito de la pugna interna de los partidos nacionalistas catalanes e, incluso, entre sus propios cuadros. Con todo, lo peor fue el daño superfluo e innecesario que ese comportamiento delirante infligió a las víctimas de los atentados y a las familias de los asesinados.

Una falta de consideración moral hacia el dolor ajeno que debería hacer reflexionar a la sociedad catalana en su conjunto sobre la deriva de la convivencia en Cataluña que impulsa el separatismo más cínico y contumaz, para el que cualquier maniobra vale con tal de desprestigiar a las instituciones españolas y a su democracia.