Opinión

Sánchez crece a costa del PSOE

Su fijación electoral es recuperar Andalucía y no perder Valencia

El congreso del PSOE tiene un único objetivo: convertir a la vieja organización al sanchismo. Esto supone enterrar la ideología socialista, una auténtica religión para el Hombre y la Sociedad Nueva, por el culto al líder. La evidencia de esa transformación es patente en dos aspectos: la justicia social y el feminismo.

El primero es un antiguo concepto de izquierdas que se basa en el reparto de la riqueza a los más necesitados. «A cada uno según sus necesidades», que popularizó Marx. Ahora, con el sanchismo, el reparto de los fondos territoriales no se hace siguiendo ese criterio, sino el interés de Sánchez. De lo contrario, la distribución iría hacia aquellas regiones que más lo necesitan para su desarrollo económico y el progreso social, no a Cataluña.

Ahora ya no hablan de las necesidades de los desheredados, sino de las necesidades de Sánchez. De ahí la queja de los dirigentes territoriales postergados en beneficio de los socios del líder máximo. De esta manera, el lema que encajaría perfectamente con el quehacer sanchista es «Los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres».

Sánchez no está pensando en compensar a los territorios más desfavorecidos, sino en premiar a aquellos cuyos grupos parlamentarios que le permitan una mayoría en el Congreso. Al tiempo, tiene una fijación electoral: recuperar Andalucía y no perder Valencia. La política de Moreno Bonilla está desactivando al socialismo andaluz, que son 61 diputados al Congreso, y Carlos Mazón tiene contra las cuerdas a Ximo Puig en Valencia, que son 32. Un error en esas regiones y adiós PSOE.

El otro aspecto del abandono ideológico del PSOE para ser mero soporte palmero de Sánchez es la cuestión del feminismo. Las lágrimas de Carmen Calvo en el cónclave socialista son una muestra. El sanchismo ha sacrificado la identidad feminista tradicional. Las Calvo y compañía tenían la igualdad como una taladradora del suelo capitalista, un instrumento de transformación del Hombre y de la Sociedad. La clave estaba en el sexo, al que identificaban con el género.

Montaron un victimismo genital que se plasmó en leyes. Era la «discriminación positiva» para ahormar la sociedad a su ideología: paridad en la administración y en el ámbito privado, ayudas económicas por encima del hombre, y tratamiento distinto frente al delito. El artículo 14 de la Constitución, ese que habla de la igualdad, saltó por los aires. Dio igual porque lo importante no era el medio, sino el fin. Una buena porción de injusticia a cambio de un poco de equilibrio sexual.

Llegó Unidas Podemos y eliminó el paradigma del PSOE: ya no eran los genitales lo que determinaba la identidad, sino el sexo sentido, la voluntad. El podemismo ganó en victimismo al socialismo. El «colectivo» LGTBIQ+ ha sido más perseguido que las mujeres y, por tanto, era de justicia su reparación a través de la legislación. La distinción genital quedó desfasada, y con ella toda la legislación que privilegiaba a las mujeres. El socialismo se quejó, pero el sanchismo aceptó la doctrina podemita para mantener unida la coalición y seguir en el poder.

Esos dos sacrificios –la justicia social y el feminismo genital– han de combinarse en este Congreso con el nuevo giro de Pedro Sánchez para revertir las encuestas. Quiere más socialdemocracia y españolismo en esta segunda parte de la legislatura, por lo que han sacado a pasear a Felipe González, Almunia y Zapatero, a los que solo estiman los mayores de 55 años, y en el caso del último de los citados, el régimen venezolano.

El problema es que los votantes de izquierdas creen que las medidas sociales del Gobierno se deben a Podemos, no al PSOE. Esto es lo que quiere rentabilizar Yolanda Díaz y su «frente amplio». Así arrebata al sanchismo la preocupación social, mientras el PSOE se muestra obsesionado con pactar con el PP los órganos judiciales y con sentarse a la «mesa bilateral» con los independentistas.