Opinión

Yolanda Díaz, marca electoral

La operación de pegar la vajilla rota por el abuelo Pablo Iglesias no es sencilla. Debe superar como primera barrera las luchas cainitas.

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ayer, en la asamblea de los comunes en Barcelona
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ayer, en la asamblea de los comunes en BarcelonaToni AlbirAgencia EFE

El “frente amplio” de Yolanda Díaz quiere juntar los restos de Unidas Podemos, las “mareas galleguistas”, el Más País de Iñigo Errejón, los valencianos de Compromís afines a Mónica Oltra y los Comunes de Ada Colau. Esta operación de pegar la vajilla rota por el abuelo Pablo Iglesias no es sencilla. Debe superar como primera barrera las luchas cainitas.

“No queremos una nueva Manuela Carmena”, ahora nacional, se escucha a poco que se escarba entre los cercanos al ex líder morado. Iglesias ha reaparecido en un acto junto al ex presidente brasileño Lula Da Silva para denunciar a modo de pregunta, para no pillarse los dedos, si no existe una trama de jueces, medios de comunicación y militares para acabar con Podemos. El “jarrón chino”, hoy vestido de analista, desea su cuota de protagonismo.

Como quisieron hacer con la que fuera alcaldesa de Madrid, desde las filas moradas buscan tutelar a Díaz, sobre todo para imponer los nombres de las futuras listas. Aunque, si no lo lograron entonces con Carmena, igualmente difícil van a tenerlo con la “vice” segunda del Gobierno, que ya les ha demostrado que “vuela sola” y que es ella quien fija los tiempos y los nombres con los que adorna “su” proyecto.

“Que no me quieran tanto, que me van a matar”. La desconfianza hacia Iglesias, que Díaz admite sin paños calientes en los pasillos, muestra el cuadro de la batalla de la izquierda populista. Los planes de futuro de “la candidata designada” por quien fuera todopoderoso mandamás de Podemos son un catálogo del descoloque de los máximos dirigentes morados, pese a la mudez pública al respecto de referentes como Ione Belarra o Irene Montero.

Las tensiones entre Díaz y Podemos vienen cultivándose desde el minuto uno. “Lo que en ningún caso vamos a aceptar es un trágala”, lanzan contra la también ministra de Trabajo, que les ha amenazado con tirar la toalla por vivir rodeada de “egos”. Díaz ha elegido el territorio que pisa, junto a Colau y Oltra, dejando a las “hermanas” Belarra y Montero volcadas en la gestión de una casa en ruinas devastada por su mala imagen. Una tarea que más parece un ejercicio de melancolía llamado a que se lo lleve el viento.

Dicen las malas lenguas que Iglesias se ha arrepentido de haber designado a dedo a su “amiga Yolanda” tras su retirada por el batacazo contra Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Y a juzgar por su resistencia, tiene serias dificultades para asumir su condición de “pasado”. Con todo, según avanza el calendario, los “cascotes” que lanza son sepultados con mayor facilidad bajo la capacidad de la gallega de dirigir los focos mediáticos hacia ella y ser aclamada en los actos al grito de “Presidenta, presidenta”.

Yolanda Díaz ha decidido soltar lastre. De la mano de sindicatos, colectivos y entidades de la sociedad civil sigue su brújula. No quiere los corsés de siglas como Podemos, Izquierda Unida o, incluso, su PCE. Tampoco sus injerencias. En realidad, trabaja para ser ella misma la marca electoral. Un movimiento que va más allá del espacio a la izquierda del PSOE. De ahí que ya comience a notarse la incomodidad de importantes socialistas que antes veían beneficiosa la “operación Yolanda” para reunificar a unas formaciones empequeñecidas y dispuestas a suicidarse por efecto del sistema D’Hont de reparto de escaños.

Sin embargo, en La Moncloa siguen relativizando tal desconfianza. Los estrategas de Sánchez insisten en la necesidad de que Díaz vuele hasta el 15% de los votos. “Todo va según lo previsto”, apuntan en un arriesgado ejercicio de ingeniería demoscópica. Creen que el ascenso de Díaz frenará contra el muro infranqueable de disputar de tú a tú escaños en las provincias pequeñas, esas de 3, 4 y 5 diputados, donde socialistas y populares gozan de enorme implantación territorial. Ya se sabe, el papel todo lo aguanta.