Jorge Vilches

La trituradora de carne

La volatilidad de la clase política es un fenómeno a estudiar, aunque no sea solo español ni afecte únicamente al PSOE

La política española se ha convertido en una trituradora de carne desde las elecciones de 2016. En seis años han desaparecido muchos que parecían rutilantes figuras, pero que pasaron por el cielo de nuestra política como estrellas fugaces. Lo mismo ocurrirá con los que están ahora. Félix Bolaños, ascendido hace menos de un año, será la próxima víctima. El caso del espionaje es un buen ejemplo de la autodestrucción de la clase política. Un mal Gobierno descompone un sistema político, y el de Sánchez es el peor desde 1978. Su acceso al poder gracias a los enemigos del orden constitucional, y sin cumplir su palabra de celebrar elecciones inmediatamente fue el hecho determinante de este período caótico. La construcción del sanchismo como proyecto personal se inició con fraude y así sigue. A poco que se eche la vista atrás no hay absolutamente nada en el haber de este Gobierno. No ha habido ninguna acción o ley que haya contado con el aplauso de todos o de la mayoría.

Repasemos el sanchismo: falsos estados de alarma, decretazos para hurtar el debate parlamentario, colonización infecciosa de las instituciones, degradación de las Cortes y de las costumbres públicas democráticas, insultos a la Corona, debilidad y división gubernamental, sometimiento explícito a golpistas y filoterroristas, vergonzosa política exterior, neolengua para ocultar el desempleo, despilfarro del dinero público, mentiras y manipulación informativa con el covid y otros casos como el de la falsa navaja ensangrentada, atentado a la educación pública para adoctrinar, indultos vergonzantes, polarización de la vida política con cordones sanitarios a la oposición, y generación de una gran desconfianza social. Y hay más. Porque la revelación del espionaje en rueda de prensa para buscar la complicidad de los golpistas ha sido una prueba de la descomposición de este Gobierno, y una manifestación de que estos «progresistas» no están a la altura de la responsabilidad. Luego ha venido la humillante imagen de Sánchez mendigando amor político a Aragonès; ojo, del presidente del Gobierno de España a un presidente autonómico que quiere romper el país. Qué lejos queda ya el viaje aéreo del cadáver del dictador Franco a su nueva tumba. O las fotos con gafas de sol en el Falcon, mirando el desastre natural en Murcia con gesto adusto y presuntamente preocupado. O la excursión gubernamental para recibir a los inmigrantes ilegales del Aquarius. O la destrucción de supuestas armas de ETA, aplastadas por una apisonadora para escenificar el blanqueamiento de Bildu. Tras las elecciones de 2023 desaparecerá esta tropa, al menos de las esferas gubernamentales.

El PSOE entrará en una nueva fase de regeneración, o recambio, o como quieran llamarlo, pero Sánchez ha dejado el partido como un erial. No hay nadie que pueda tomar el mando, quizá un presidente autonómico que se postule, como García Page, o un socialista de la vieja guardia que asuma el coste de la transición, a lo Rubalcaba. La trituradora llegará a los que ahora tienen un cargo, a estos que ocupan portadas y abren informativos, por mucho que se aferren a sueldos que jamás tendrían en el sector privado. La volatilidad de la clase política es un fenómeno a estudiar, aunque no sea solo español ni afecte únicamente al PSOE. Lo hemos visto en Ciudadanos y en Podemos. En el PP ha ocurrido lo mismo. La trituradora funcionó sin piedad con los populares desde 2016 hasta ayer, al punto de que han tenido que echar mano para salvar los muebles de un líder autonómico, uno de la vieja guardia. Feijóo ha desenchufado la trituradora tras la rebelión interna que acabó con Casado, ha metido en un cajón las ideologías y las emociones, y ha desempolvado la tecnocracia y la conllevancia con los monotemáticos del nacionalismo. Veremos lo que dura.