Jorge Vilches

Suspenso en geometría

Esa pérdida de confianza se debe a que todo lo que ha puesto en marcha Pedro Sánchez ha fracasado.

Alberto Núñez Feijóo ya supera a Pedro Sánchez en confianza entre los españoles. Es el síntoma de un éxito, el del líder del Partido Popular, y de un fracaso, el del jefe del Gobierno. Sánchez va a perder las elecciones no porque el país haya dejado de ser de centro-izquierda, sino porque ya no cree en él.

Esa pérdida de confianza se debe a que todo lo que ha puesto en marcha ha fracasado. Intentó mantener la coalición Frankenstein, el «bloque de investidura» como sus miembros llaman a ese engendro, pero los nacionalistas han estirado tanto la cuerda que se ha roto. El límite para el PSOE era que la cesión a golpistas y filoetarras no fuera tan vergonzosa como para que humillara a sus votantes.

Nunca hay que despreciar la capacidad del elector para sostener su voto en su entorno de amistades y familiares. Si llega un momento en que es indefendible porque la decisión o el discurso de su partido es inmoral o incoherente, ese elector se encuentra sin argumentos para defender su voto y abandona.

Hoy, al electorado de centro-izquierda no le convence el apego irracional a los rupturistas, y Sánchez se ha dado cuenta. La imagen es la de un Gobierno sin rumbo para el que ya no vale la construcción de un relato y el uso de un lenguaje. Hablar de «coalición de progreso» es un chiste porque los votantes socialistas han dejado de ver como «progresistas» a los chantajistas y egoístas de Esquerra, y menos a los que siguen homenajeando a etarras.

Sánchez optó entonces por la «geometría variable» para salvar su estancia en la Moncloa. Esa estrategia se basa en mirar a su derecha, salvo a Vox, claro, que sigue siendo el demonio útil para la izquierda y los nacionalistas. De hecho, fue el Gobierno quien instó a montar el lío en Andalucía con el empadronamiento de Macarena Olona para movilizar a su electorado.

Esa «variabilidad» consiste en contar con el Partido Popular y Ciudadanos, lo que supone un equilibrio imposible para este Gobierno. Esos nuevos aliados necesarios obligan al PSOE a cambiar la retórica agresiva y el desprecio al adversario, lo que es inaceptable para Podemos. Hasta ahora el sanchismo exigía «sentido de Estado» al Partido Popular porque los populares no querían saber nada de un Sánchez abrazado a los rupturistas. Una vez que Feijóo ha dicho que son un «partido de Estado» y que pactará con el PSOE lo necesario para que España salga adelante, todo el argumentario sanchista ha saltado por los aires.

Esta semana Sánchez debía haber señalado en el Congreso todas las ilegalidades de ERC, su golpe y su Tsunami contra la democracia y el Estado porque es la justificación real del espionaje. En su lugar, quiso contentar a los suyos atacando al PP por la corrupción de hace diez años, y, al tiempo, prometer una reforma legislativa en cuanto a los secretos oficiales y al CNI a gusto de los nacionalistas. Todo esto, mientras pedía el apoyo de los populares a sus reformas en contra de los rupturistas. Sorber y soplar la sopa no es posible ni para Sánchez.

La «geometría variable» también le ha fallado. Feijóo ha puesto punto final a la política de zascas, de espectáculo parlamentario, para dar solidez a un proyecto tecnocrático serio. Frente a la frivolidad, la responsabilidad. Esto revierte hacia el PP el beneficio de los pactos con el Gobierno. Feijóo aprovecha así la debilidad de Sánchez, su incapacidad para tener una mayoría sólida hasta el final de la legislatura, e incluso para conservar la unidad de su «coalición de progreso», toda vez que Podemos es por definición una olla de grillos.

Cuando a un Gobierno ideológico y compuesto por soberbios le sale todo mal es muy difícil remontar. Encontrar la fórmula para ganar votos perdidos, ya sea repartiendo dinero europeo o suavizando el discurso, no es fácil. Sólo le queda asumir que ha suspendido.