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Ari Behn, el hombre que susurraba a sus demonios...

Adoraba a sus hijas, que durante años le ayudaron a luchar contra su depresión crónica. pero el escritor, que se consideraba un difícil compañero de viaje, nunca encontró la felicidad

Es fácil preguntarse qué puede llevar a alguien a quitarse la vida. Casi tan fácil como entristecerse al pensar en la vida y la muerte del excéntrico pero –sobre todo– enfermo Ari Behn o evocar el famoso refrán «quien mal empieza, mal acaba». A veces la depresión puede ser un estímulo para escribir. O escribir una terapia para esa enfermedad. Pero ésta no ayuda a vivir. Virginia Woolf, Edgar Allan Poe o Tenessee Williams lo supieron bien. Ari publicó su primer libro en 1999, una serie de relatos cortos titulada «Triste como el infierno». Escribió también varias novelas, colecciones de cuentos y obras de teatro y, ya casado con Marta Luisa de Noruega, una obra sobre su propia boda, «De corazón a corazón». Los críticos reconocieron la calidad literaria de su libro «Inferno», publicado en octubre de 2018, y que curiosamente lleva el mismo título que la novela autobiográfica en la que el escritor sueco August Strindberg relata sus años más oscuros en París. Pero también le achacaron a Ari una machacona y obsesiva insistencia en ese libro agotador en el que, mezclando cuadros suyos con breves relatos autobiográficos, habla de sus sentimientos, de su lucha contra su desequilibrio mental y su pánico, de sus alucinaciones, de sus enloquecedoras cefaleas... Una obra que rezuma la desesperación y la tristeza en la que se siente atrapado, condenado a vivir una vida insoportable, como si hubiese descendido a los infiernos plasmados por Dante Alighieri. Era casi una llamada de auxilio. Uno de los cuadros representa a una princesa con tiara, la banda de una condecoración y traje largo –¿quizá su ex esposa?– junto a una leyenda que dice: «Cien golpes antes de irme». Tal vez podría haber brillado como escritor, escultor o pintor, y haber sobrevivido si se hubiera limitado a permanecer en el círculo en el que nació y se crió, sin zambullirse en un ambiente que no era el suyo. Sin embargo, el sustrato psicológico de Ari Behn y su historia personal no presagiaban nada bueno.

Alcohol, angustia y soledad

Alguien que pasa medio día bebiendo alcohol y que habla de su angustia devoradora –que le aterrorizaba–, de su dificultad para respirar –típica de muchas crisis de ansiedad–, de sus invalidantes dolores de cabeza, necesita cercana y constante ayuda médica. Ya en 2009 Ari habló en una entrevista de sus problemas matrimoniales, de su depresión y de hasta qué punto sentía una terrible soledad que ahogaba en alcohol. Trabajaba duro desde la mañana hasta el almuerzo y a partir de las 13:30 horas comenzaba a beber. Mientras, su mujer declaraba que tenía contacto con los ángeles y encontraba al chamán que ella llama «su alma gemela», que afirma que puede retrasar el envejecimiento utilizando su poder para «acceder a los átomos» del cuerpo. Ari luchó por sus hijas, pero su enfermedad mental pudo más. Decía: «Tenemos tres hijas y quiero que crezcan y se conviertan en personas independientes, con empatía y sentido de la realidad». Pero no era feliz y se reconocía un difícil compañero de viaje, siendo incapaz de asumir el problema más trivial. Sus hijas, a las que adoraba, le ayudaban a levantar el ánimo, pero era un depresivo crónico y cada día era peor, con, al menos, una crisis nerviosa cotidiana. Creía que en algún momento le echarían de casa a patadas. El divorcio era un mal anunciado. En cierta ocasión declaró: «Voy a morirme solo, sin ninguna compañía. Solo y amargado. Es como si nunca fuera capaz de atarme a algo del todo». La vida de Ari fue una lucha contra los fantasmas de su niñez, contra sus fantasmas interiores y, quizás también, contra sí mismo al darse cuenta de que lo que creyó que era para siempre, su amor conyugal, se esfumaba. Luego vio como quien fue su esposa iniciaba una nueva vida con una persona nada similar a él. Su divorcio le causó, según sus palabras, dolor, sufrimiento, sentimientos de pérdida, extrañeza y tristeza y lo comparó con la muerte. Ahora ha decidido provocársela a sí mismo. Descanse en paz.