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Jesús Mariñas, el último «sarao»

El periodista falleció ayer a los 79 años después de una larga enfermedad y una carrera ejemplar en la televisión, la radio y la Prensa escrita

Jesús Mariñas asiste a los toros, a 01 de junio de 2017, en Madrid (España).
Jesús Mariñas asiste a los toros, a 01 de junio de 2017, en Madrid (España).Europa PressEuropa Press

Jesús Mariñas pertenecía al viejo periodismo de antes, cuando la información todavía no estaba reñida con la discreción y las firmas eran más grandes por lo que conocían que por lo que contaban. Vivió la época dorada de la Prensa rosa, cuando la «frivolité» todavía no se había convertido en escarnio y los reporteros que convivían con los famosos valoraban la lealtad, honraban la prudencia y una página escrita no conllevaba la dilapidación de una amistad. Fueron las décadas de los ochenta y los noventa, hechas de mucho sarpullido social y murmullos con ecos de papel cuché, cuando a la vida social se le llamó «jet set», Marbella era la capital del hortera/glamur, los yates se pagaban en pesetas y hasta los billetes de cien se imprimían en color rosa. Fueron los días de la llamada «biutiful», en «spanish» y no en inglés, cuando la gente guapa paseaba en negrita por las columnas de Umbral, Jesús Gil presumía de bañador/Obélix en la piscina del Padrino, el fax era el 4G del momento, las fiestas de Puerto Banús concitaban envidias y también un arduo trafiqueo de invitaciones, las veladas eran «saraos», a los invitados se les denominaba VIPS y un adjetivo acertado en un reportaje te elevaba a la gloria literaria y te convertía en el rey del mambo en el siguiente baile en algún ático de hotel.

Mariñas, su apellido lo cuenta y lo resume todo, un reportero con más mundo en las suelas de los zapatos que Miguel de la Quadra-Salcedo, pertenecía a la generación que dio cuerpo a la sección de Gente –o como se bautizara en cada diario–. Era de esos plumillas que simultaneaba la radio, dio dimensión a una televisión anémica por falta de hierro pero que, a pesar de su fama ganada y de que la gente le reconociera por la calle, mantenía la nobleza de entregar cada tarde un artículo en el periódico donde trabajaba. En el nuestro enseñó buena parte de su magisterio. Como tantos otros de su quinta probó en más de una ocasión que estaba reñido con la última tecnología. Pero también que para contar una noticia no necesitaba el teclado de la máquina de escribir y que bastaba un teléfono, un punto vocacional para ejercer este oficio, gracia y un poquito de mala uva de la buena para dictar una última hora a la delicada hora del cierre y que al día siguiente todos comentaran de lo que había hablado/escrito desde una cabina de urgencia.

Supo ganarse la confianza de muchos en un mundo de espadas y cuchillos, entrar en intercambio de corbatas con el Rey, el de antes, no el de ahora, o sea, Juan Carlos I, y gravitar en las esferas privadas del famoseo de todo corte y color sin colisionar con ningún astro por inconveniencias y deslices de mal gusto. La sonrisa, el bigote, el «que te calles, Karmele», el «hooola, guapo», el humor discreto y la sorna saludable que gastaba y que a veces se extravió delante de las cámaras, porque la televisión es realista y no real, dan la medida de Jesús Mariñas, que, en la proximidad del trato, hacía gala de su cercanía y compañerismo. La prueba es que hoy muchos le dedican página. Y en un área donde resulta más fácil escribir mal de uno que bien, resulta que todos lo hacen con afecto. Por algo será.