Poleémicas
Los escándalos que han acabado con la "realeza" del príncipe Andrés
El duque de York renuncia a todos sus títulos tras una reunión privada con Carlos II
Durante décadas, en Buckingham nadie pronunciaba su nombre en voz alta. Era “él”, “el problema”, “la sombra”. Nadie se atrevía a llevarle la contraria al hijo favorito de Isabel II. Pero las cosas han cambiado. Y mucho. Y el príncipe Andrés perdía ayer el último vestigio de su antiguo estatus. El hermano menor del rey Carlos III acordó con el monarca dejar de utilizar todos sus títulos, incluido el de duque de York, en un gesto que pretende poner punto final a una interminable sucesión de escándalos que amenazan con seguir contaminando a la Casa de Windsor. “He decidido, como siempre he hecho, poner mi deber hacia mi familia y mi país por delante”, señaló en un comunicado inesperado difundido a última hora de la tarde. “Con el acuerdo de Su Majestad, siento que debo dar un paso más y dejar de utilizar mis títulos y honores”, apunta.
Detrás de esta declaración de aparente voluntarismo hay una enorme presión palaciega. Tras años de deterioro de su reputación pública, el Rey ha optado por una medida sin precedentes para frenar el daño colateral sobre la institución. Andrés también abandonará su puesto en la prestigiosa Orden de la Jarretera, aunque conservará el título de príncipe por derecho de nacimiento. Su exesposa, Sarah Ferguson, dejará igualmente de usar el tratamiento de duquesa de York.
El movimiento llega tras nuevas revelaciones sobre los vínculos del príncipe con el pedófilo convicto Jeffrey Epstein y con un supuesto espía chino. En los últimos días, The Telegraph publicó que el royal mantuvo reuniones con Cai Qi, uno de los altos cargos del Partido Comunista Chino vinculado al reciente caso de espionaje en Westminster. También se filtraron correos que desmentían su versión sobre el momento en que cortó la relación con el magnate pedófilo estadounidense. La paciencia del Palacio se agotó. “El Rey está satisfecho con el resultado”, confirmaron fuentes de la Casa Real.
El ocaso de Andrés
La caída de Andrés no es repentina. Es el desenlace lógico de una decadencia que comenzó hace más de una década, cuando su amistad con Epstein se convirtió en una bomba reputacional para la monarquía británica. Su desastrosa entrevista con la BBC en 2019 —en la que trató de justificar lo injustificable, negando conocer a Virginia Giuffre, la joven que lo acusó de abusar sexualmente de ella cuando era menor— fue el punto de no retorno. En apenas 48 horas, perdió sus funciones públicas y todos sus patrocinios oficiales.
Desde entonces, el príncipe vivía confinado en su mansión de Royal Lodge, en Windsor, una propiedad que conserva gracias a un contrato blindado que expira en 2078 y que ni el propio monarca ha conseguido revocar. Sin agenda oficial, apartado de los grandes actos familiares y con su reputación en ruinas, Andrés ha sido durante años el gran tabú de Buckingham. Su sola presencia en una fotografía junto a otros miembros de la familia era suficiente para eclipsar cualquier mensaje institucional.
Durante el reinado de Isabel II, su madre lo protegió cuanto pudo. Andrés siempre fue su favorito, su “niño especial”. Pero con la llegada de Carlos al trono, esa red de indulgencia ha desaparecido. El nuevo rey está decidido a reducir la monarquía a su mínima expresión y limpiar la imagen de la institución. En su esquema no hay lugar para figuras problemáticas. Si el príncipe Harry es el rebelde que desafió a la Corona desde el exilio californiano, Andrés es la vergüenza interna que nunca supo dónde estaba el límite entre el privilegio y el abuso.
Polos opuestos
El contraste entre ambos hermanos es el reflejo de dos modelos de realeza. Carlos, disciplinado y consciente del deber dinástico, ha pasado toda una vida preparándose para gobernar. Andrés, en cambio, se convirtió en el símbolo de los excesos de la vieja aristocracia británica: el príncipe playboy, rodeado de empresarios turbios, mujeres jóvenes y vuelos privados contratados como si fueran taxis.
El nuevo libro del historiador Andrew Lownie, Entitled: The Rise and Fall of the House of York, profundiza precisamente en ese universo de extravagancias. Retrata a un hombre que se sentía intocable, incapaz de distinguir entre la diplomacia y el negocio personal. Lownie asegura que Andrés llegó a mantener más de mil relaciones con mujeres y que, en sus viajes oficiales, confundía la representación institucional con una vida de placeres y caprichos. “Epstein lo manejó como a un idiota útil”, afirma el autor.
Todo ese pasado, cuidadosamente ignorado durante décadas, ha vuelto a pasar factura en el momento en que el Reino Unido necesita proyectar estabilidad tras la muerte de Isabel II en 2022. Carlos III sabe que el daño de un escándalo como el de su hermano es incompatible con su proyecto de una monarquía austera, moderna y centrada en el servicio público. De ahí la contundencia de la decisión.
La caída definitiva del duque de York —ahora, simplemente, el príncipe Andrés— simboliza el fin de una era: la de una realeza indulgente con sus propios excesos. Sin el manto protector de su madre, el príncipe se enfrenta por primera vez a las consecuencias reales de sus actos. Su aislamiento es total. No estará invitado a Sandringham esta Navidad y su papel como consejero de Estado sigue suspendido.
El “niño favorito” de la reina ya no tiene quien lo defienda. Y en la Casa Windsor, donde todo gesto tiene valor político, su renuncia forzada a los títulos no es solo una humillación personal, sino una advertencia: ningún apellido, por ilustre que sea, está por encima de la reputación de la Corona.