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Clientas y fiestas glamurosas: así era la órbita de Balenciaga
José Luis Díez-Garde debuta en la novela con «Aquel verano en París», un viaje al taller del modista en los años 40; el autor nos explica hoy esta apasionante aventura
Coco Chanel fue una de las grandes amigas y enemigas de Cristóbal Balenciaga. Pero lo de enemigos no les debió de durar mucho. Miren Arzalluzreconocía en una entrevista que el retrato que exhibió el museo Palais Galliera, bajo su dirección, en la retrospectiva que hizo sobre la «dama de las camelias» de la costura francesa era un regalo del modista vasco. Se lo devolvió cuando discutieron por unas declaraciones de Chanel, pero al final la obra regresó a su destinataria, por lo que sí que parece que retomaron su amistad. Lo de amigos se supo siempre y más cuando Cocoafirmó que Balenciaga era el único de todos ellos que sabía confeccionar una prenda desde su inicio sobre papel hasta su final sobre el maniquí. Poco más se podía añadir cuando una mujer de semejante carácter reconocía el talento del considerado grande entre los grandes.
Sus orígenes fueron de lo más humildes. Hijo de una costurera y de un padre pescador fallecido, desde muy pequeño se entendió con las telas, llegando a fascinar a la nobleza que en las primeras décadas del siglo XX veraneaban en San Sebastián a la sombra del palacio de Miramar, lugar de descanso de la reina María Cristina.
San Sebastián, Madrid, Barcelona y, por último, París, fueron los lugares en los que estableció su nombre. En la capital francesa logró su proyección más internacional, consiguiendo fascinar a la sociedad con la línea infanta justo antes de que comenzaran a caer las bombas sobre el Sena. Acabada la contienda, y con Dior encandilando al mundo con su New Look, él volvió a retomar el trono de la moda anticipándose a todos. Si este último era el rey de la costura y Balmain y Fath, sus príncipes, Balenciaga era dios. Bastaba mirar los precios para comprobarlo. Sus colecciones se presentaban cuatro veces al año, una por temporada, en sus salones de la avenida de Jorge V, en París. Allí, las invitadas de la firma, los periodistas y los compradores (que previamente habían abonado una cantidad para poder conseguir ese asiento) contemplaban los más de 100 (e incluso 200) diseños que se presentaban en un completo silencio. Ahora estamos acostumbrados a la música a todo volumen. Balenciaga entendía en cambio estas presentaciones como un ritual que se desarrollaba sin música. Las modelos paseaban sus propuestas portando un número en la mano que indicaba a las interesadas qué debían de escribir en su tarjeta. Y aquello se podía alargar durante más de una hora. Pero todas estaban dispuestas a consentir aquello con tal de poder hacerse con alguna de esas creaciones. Una de ellas, además, había sido confeccionado por el mismísimo don Cristóbal, que gustaba de sacar siempre una creación hecha directamente por él.
Wallis Simpson, la clienta VIP
Después, las vendedoras de la casa atenderían las peticiones, siendo ellas las responsables de las mismas. Pocas eran las clientas que llegaban a conocer a Balenciaga. Normalmente el genio vasco no entablaba mucha relación con ellas. Incluso, durante los desfiles, se limitaba a contemplarlo todo a través de una cortina: así era el tímido carácter del hombre que revolucionó la silueta femenina. Wallis Simpson, por ejemplo, era de las pocas que tenía el privilegio de poder encargar decenas de vestidos, y es que, normalmente, solamente se podían pedir unos pocos por clienta. Barbara Hutton y Mona Bismarck también gozaban de dicho privilegio y, por supuesto, Bunny Mellon, a la que incluso se le realizaban las prendas para cuidar su jardín e, incluso, su ropa interior. Tal era el poder o la fascinación que sentían con ella que hasta se le permitía modificar los diseños, algo que estaba al alcance de muy pocas mujeres.
En nuestro país, Balenciaga siempre gozó del beneplácito de la familia Franco. Él realizó el vestido de novia de Carmen Polo, el de su hija y el de su nieta. Además, la reina Fabiola le encargó asimismo el suyo, algo que debió de ser muy especial para el modista, ya que fue la bisabuela de la monarca belga quien le descubrió, y la reina Victoria Eugenia también fue clienta suya durante prácticamente toda su vida. De hecho, él fue el elegido para realizar el vestido que lució en la boda de su nieto, el entonces joven príncipe Juan Carlos, con la princesa griega Sofía.
Pero la que siempre será recordada como la musa de Balenciaga será Sonsoles de Icaza, la marquesa de Llanzol. Con ella trabó más que una amistad. La actriz Isabel Garcés, la compañera de Marisol en sus películas más emblemáticas, era una fanática del diseñador y no solo lucía sus creaciones en la calle, también en la gran pantalla. Gracias a ella, por ejemplo, todavía podemos ver de qué forma se mueve un traje de Balenciaga en «Como dos gotas de agua»: hasta Pili y Mili acabaron cautivadas por él.
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