
Entrevista
EXCLUSIVA PARA LA RAZÓN Una filósofa llamada Carlota Casiraghi: «El dolor forma parte de la condición humana»
Hablamos con la hija de Carolina de Mónaco, que en enero publicará su primer ensayo en solitario

Natural, metafísica y con la elegancia justa de quien no necesita más, Carlota Casiraghi recibe a LA RAZÓN en su viaje exprés a Madrid. Un privilegio, teniendo en cuenta la multitud que se va amontonando alrededor del Instituto Francés donde posteriormente acompañará al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik en la presentación de su último libro, «Infancia y violencia» (Libros del Zorzal), que ella prologa.
La princesa monegasca con mayor refinamiento intelectual del Gotha europeo camina por la historia del pensamiento con la misma fluidez que luce un diseño de Chanel. La belleza es trascendencia y fue en la propia «maison» donde fundó los Reencuentros filosóficos y literarios que preside en Mónaco y París. Algo supura el mármol de Carrara de las escalinatas del Palacio del Príncipe de Mónaco para que algunos miembros de la familia Grimaldi tomen esa posición «inside/outsider» que eleva el nivel del Principado, como ya hizo la encantadora princesa Grace Kelly, su abuela.
Con voz profunda y suave, y con un estilismo en clave «working», reflexiona sobre infancia y violencia, no sin antes mencionar a los profesores que le han ayudado a conectar razón y emoción en su búsqueda de la sabiduría fuera de los muros del palacio: «Robert Maggiori, mi profesor en el Liceo François-Couperin de Fontainebleau, Henri Bergson y Vladimir Jankélévitich inspiraron mi pensamiento crítico y la necesidad de agudizar mi sensibilidad». Ellos y las lecturas de pensadoras como Simone de Beauvoir le ayudaron a hacer de la filosofía «el hospital de las almas heridas», una expresión que toma en nuestra conversación del propio Cyrulnik.
A Casiraghi, madre de dos hijos, le preocupa la magnitud de la violencia que se ejerce contra la infancia y más aún su silencio, el dolor callado de los niños que la sufren. En el prólogo del libro aporta algunos datos: «El 45 % de los franceses afirma sospechar de al menos un caso de malos tratos en su entorno familiar, y más de dos millones de franceses dicen haber sido víctimas de incesto. El 86 % de esta violencia se produce en el seno de la familia».

Dice que la violencia se encuentra en todas las formas de la vida y en la propia naturaleza, «como un poder ciego», donde no existe ninguna intención de hacer el mal. Pero se pregunta por esa otra violencia intencionada, la que tiene como objetivo causar dolor y lesiones a un niño. «¿Qué podemos decir de la cruel realidad de los menores como las primeras víctimas de los malos tratos? ¿Por qué atacar a un ser frágil, cuyo caparazón puede desgarrarse con facilidad, alcanzarlo y herirlo en el alma y en la carne? ¿Qué placer puede haber en ver algo frágil romperse ante nuestros propios ojos?».
Reina la ley del silencio
Lamenta que nada de esto se tenga en cuenta. «Nos conmueven los dramas o nos horrorizan ciertas noticias, pero falta movilización ante la vida cotidiana». No es ajena a la invisibilidad de la violencia ejercida en el ámbito familiar que, además, escapa a cualquier estadística. «Reina la ley del silencio, porque este hecho capital nos enfrenta a menudo con lo impresentable, con una crueldad desnuda que no tiene coartada».
Aunque indaga en las razones, no encuentra respuesta. Y en su reflexión destapa una verdad aún más incómoda: «¿Por qué el estado de fragilidad corporal y vital que encarna el niño, en lugar de evocar naturalmente la dulzura y la protección tal como podríamos creer, suscita la vergüenza, el asco, la negación y la violencia?»
En su cultivado arte de filosofar, se resiste a pensar que exista una única verdad definitiva que no pueda disolverse en diferentes puntos de vista. «Esto aporta esperanza en medio de la desesperanza y es un signo de madurez».
No quiere torre de marfil
La princesa anima a liberar la filosofía de su círculo erudito o la llamada torre de marfil para que respire el aire de la calle, «dialogue con el mundo real y se vuelva una conversación compartida». Considera que en los colegios es una tarea urgente. «Existe demasiada presión academicista, se prioriza el resultado individual y se olvida el razonamiento colectivo. Debería volverse al arte de contar historias a los niños, rescatar grandes mitos o cuentos de hadas. El diálogo colectivo es un elemento vivo que ayuda a resolver tensiones y problemas concretos en grupo, cada uno desde su sensibilidad. Cuando un alumno descubre su capacidad de expresarse, aumenta su confianza y se siente muy valorado». En la práctica, la realidad es que la filosofía en el ámbito académico está muy relegada».

Su imagen glamurosa compartiendo mesa con Boris Cyrulnik, un legendario psiquiatra de origen judío que perdió a sus padres en el Holocausto mientras él logró sobrevivir ocultándose de los nazis en baños y granjas, es entrañable. Tendría un punto de irrealidad si no fuese porque ambos reconocen que la belleza y el dolor pueden dialogar sostenidos por la palabra y una sensibilidad bien templada. «El dolor forma parte de la condición humana. La resiliencia es lo que nos permite salir del sufrimiento», afirma.
En la conversación, el psiquiatra aporta una explicación neurológica del impacto de la violencia en el cerebro de los menores y la forma en que desarrolla los vínculos en el futuro. «Si una organización familiar o cultural desorganiza a la madre y la hace infeliz, esto desorganiza el cerebro del bebé que lleva en su vientre. Este bebé vendrá al mundo con una desventaja cognitiva que puede repararse con resiliencia, siempre que se cuide y se tranquilice a la madre, y siempre que se ofrezca al bebé un nuevo nicho sensorial para proporcionarle después del nacimiento lo que la infelicidad de la madre no pudo proporcionarle antes de nacer. Los dos principales factores que afectan al desarrollo de los bebés son la violencia doméstica y la inseguridad social».
Tras la huella de Coco Chanel
La princesa Carlota escucha atenta y asiente con admiración. Desde su ágora, enriquece el legado de Coco Chanel, una mujer que, como ella, buscó la autenticidad y la elegancia como un modo de expresión personal. Nos avanza que enero publicará su primer libro en solitario, «La Fêlure», un ensayo muy personal en el que penetra en las grietas humanas. ¿También las propias? Solo nos confiesa que sin fisuras no podría escribir. «Son parte de la experiencia humana y quien no tiene fragilidades y vivencias difíciles no tiene derecho a contar nada».
Si la hija de Carolina de Mónaco hubiese vivido en el siglo XVII, el escritor Charles Perrault habría hecho que formase parte de su repertorio de cuentos clásicos que él suavizaba dándole una forma canónica, como «La Bella Durmiente» o «Blancanieves». «Había una vez una princesa que enseñó al mundo a pensar despacio…» El resto contaría que fue marginada y silenciada por la historia, como correspondía a la época. Se reconoce favorecida por los tiempos porque, durante siglos, filosofar en femenino era casi «un acto de contrabando», dice con humor. La entrevista toca a su fin y en Madrid ha anochecido. Faltan solo unos minutos para que Casiraghi y Cyrulnik inicien su disertación y en la calle Marqués de la Ensenada el público espera la apertura del salón. El aforo es de 300 personas, pero hay muchos más curiosos que se acercan para ver de cerca a una princesa que filosofa.
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